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El olor a ropa recién planchada

larazon

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Alice McDermott vuelve en su nueva novela al que quizá sea su escenario preferido, su Brooklyn natal a comienzos del siglo XX que tan magistralmente retrató en «Alguien» (2013). Un aleteo de tocas y velos sobrevuela las aceras y las humildes casas del barrio en «La novena hora», ya que las monjas del convento de las Hermanitas Enfermeras de los Pobres son los personajes principales alrededor de la protagonista, Sally, hija de una lavandera viuda que crece entre pilas de ropa, rezos y visitas a los pobres. La novela comienza con el suicidio de su padre tras ser despedido de su empleo antes de que ella naciera, y esta es la puerta de entrada a un recorrido por vidas generalmente difíciles, las de los inmigrantes irlandeses que luchan por salir adelante y superar la enfermedad, los partos y la pobreza ayudados por las monjas católicas irlandesas que los atienden en todos los menesteres de la vida cotidiana.
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Varios personajes cuentan la historia de Sally y su madre, Annie. Pertenecen a dos ramas de la misma familia y su perspectiva es diferente. Con gran habilidad, McDermott consigue tejer un entramado en el que se ve implicado el lector, que sabe a veces qué pasó en realidad mejor que el personaje de turno. Es el caso, por ejemplo, de la curiosa historia de Red Whelan, un hombre que perdió una pierna en la guerra civil americana cuando sustituía como soldado, y previo pago, nada menos que al presidente Lincoln. Este personaje aparece en varios momentos del libro, los niños están intrigados por su presencia y el lector ya sabe más que algunos de ellos.
Las historias van y vienen en el tiempo abarcando también a las monjas del convento, especialmente a tres de ellas, las hermanas Lucy, Illuminata y Jeanne, mujeres duras y prácticas que trabajan sin descanso, y que a veces se enfrentan a la tarea, que consideran humillante, de pedir limosna en la calle y lo hacen con la misma seguridad con que manejan los cuerpos enfermos de los ancianos. Tres caracteres muy diferentes, mujeres que se mueven por su fe pero que conocen bien el mundo y todas sus miserias, que pelean para que las mujeres sean bien tratadas por sus maridos y sus hijos coman a diario. Hubiera sido fácil caer en el sentimentalismo en una obra como esta, pero la autora no ha tropezado ni una sola vez en esa piedra. Ella es capaz de mayores logros: conseguir una atmósfera que aliente a lo largo de la novela y transmitir con un final arriesgado y conmovedor que esta es una historia que habla ante todo de sacrificio y generosidad.