El techno fue el jazz de los 80
Si existía un equivalente en el mundo a Düsseldorf, la ciudad que vio nacer a Kraftwerk, ese tenía que ser Detroit, la urbe donde brotó el techno. Cierto que la ciudad del motor había alumbrado antes a la Motown y al punk de MC5 e Iggy Pop, pero a mediados de los ochenta la ciudad de Michigan era más conocida por el abandono de sus majestuosos edificios industriales, la huida de la población a la periferia o al otro confín de Estados Unidos y los elevadísimos índices de criminalidad. Muchos de sus jóvenes vivían completamente alienados en una sociedad en decadencia donde las fiestas de niños pijos con DJ «a la europea» sufrían sus últimos estertores. Dan Sicko, autor de esta historia no oficial de la escena musical del techno, se apoya más en la sociología y las emociones que en los estupefacientes para describir su esencia. Sicko, que publicó este trabajo hace dos décadas, no lo plantea como un ensayo al uso (prefiere hablar primero de las fiestas de adolescentes y sólo en la página 70 contextualizar el estado de la sociedad de Detroit) sino como una alegoría con gotas de misticismo que pondría a Jeff Mills, Derrick May, Juan Atkins y compañía en la genealogía de Miles Davis y demás malditos del jazz: hijos bastardos, desubicados y revolucionarios callados de la cultura americana.
El funk líquido
Porque, para Sicko, el techno de Detroit, lejos de ser un vulgar maquinismo, no era otra cosa que el soul y el R&B de genética negra salvo que con un filtro que lo hacía parecer un idioma nuevo cuando solo era un acento. Incluso sus propios pioneros pensaban estar tirando de la cadena de la tradición cuando en realidad solo sucedía que su funk no era sólido, sino líquido, como el néctar que emana de un alma tecnológica. Las historias de sus protagonistas están suficientemente contadas y es quizá donde el ensayo es más débil. Sus fortalezas, en cambio, son las de la interpretación de su mensaje, más que en las «raves», y los ecos de sus influencias en Europa. Resulta interesante cómo traza la línea que lleva del declive de la música disco al Hi-NRG europeo, Giorgio Moroder, el italodisco y, finalmente, el techno de Detroit. Sin embargo, los pioneros del «techno» no fueron reconocidos en su propio país tanto como en la otra costa atlántica. Ni siquiera en la segunda oleada del techno, cuando la electrónica se volvió hegemónica y el EDM la religión de la música comercial. Como dice Javier Blánquez en el prólogo: «El techno es música en ascensión que todavía hoy sigue buscando el horizonte ideal en algún lugar allá a lo lejos».