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Literatura

Los Ángeles

Erudito terror gótico

Erudito terror gótico larazon

Es uno de los grandes libros de la narrativa americana de los últimos años y su traducción y edición al castellano parecía casi una tarea imposible. Pero las editoriales Alpha Decay y Pálido Fuego se unieron en el esfuerzo y asumieron el reto de enfrentarse a una novela como «La casa de hojas» y le encargaron al escritor Javier Calvo volcar esta obra profunda y extraña que sorprende, también, por su estructura coral, polifónica, amplísima, y por una endiablada maquetación de la que se ocupó Robert Juan-Cantavella.

La casa de hojas a la que alude el título de este libro que, según publicó «The New York Times» en su día, es «un mosaico novelesco que se lee al mismo tiempo como thriller y como una extraña excursión onírica al inconsciente», es una casa de Ash Tree Lane. Una vivienda rural situada en los campos de Virginia y adonde llega Will Navidson, un famoso fotoperiodista al que acaban de darle el prestigioso Premio Pulitzer y que busca que su matrimonio, que está a punto de naufragar, no se hunda en el vacío por culpa de su trabajo y por la poca atención que le presta a su guapísima esposa, Karen Grenn, y a sus dos pequeños hijos.

Al principio, el ambiente de la zona, de la vivienda, parece encantador, hasta que Will de pronto descubre una cosa temible de la casa: que su interior es un poco más grande de lo que, supuestamente, y según sus dimensiones exteriores, debería ser, con lo cual la casa, desde entonces, empieza a ser terriblemente encantadora. Al mismo tiempo, un joven tatuador, en Los Ángeles, se pierde en las calles de la ciudad a un ritmo frenético. «Una gran novela. Un debut fenomenal. Sobrecogedoramente inteligente», afirmó Bret Easton Ellis sobre «La casa de hojas» en 2000, cuando se publicó en Estados Unidos y se convirtió de inmediato en un éxito de ventas. Autores como el creador de «Menos que cero» o Jonathan Lethem y la crítica en general vieron en Danielewski a un autor del linaje de Stephen King, Thomas Pynchon, J.G. Ballard o el eterno David Foster Wallace, capaz de dinamitar, con una primera novela, las convenciones narrativas, estilísticas, y componer una obra de estructura siempre abierta en la que se mezclan la filosofía, el terror gótico, la literatura y, sobre todo, una erudición tan vertiginosa como, por momentos, asfixiante.

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