Excéntricas y extraordinarias
Las escritoras inglesas de principios del XX, lejos de los nombres canónicos, son todo un fenómeno a reivindicar
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Las escritoras inglesas de principios del XX, lejos de los nombres canónicos, son todo un fenómeno a reivindicar
La segunda acepción de excéntrico en la Real Academia dice así: «que está fuera del centro, o que tiene un centro diferente». Esto es lo que tienen todo un grupo heterogéneo, pero maravilloso, de escritoras inglesas de la primera mitad del siglo XX que, lejos de los estándares canónicos, lograron crear una narrativa tan original como extraordinaria y que hoy en día se lee mejor que los grandes nombres hasta hoy más aplaudidos. Son, entre otras, Antonia White, Rose Macaulay, Barbara Comyns, D. E. Stevenson, Caroline Blackwood, Margaret Kennedy o Sylvia Townsend Warner.
Para empezar por alguien, podríamos hacerlo por Barbara Comyns, escritora de vida ajetreada que pasó 18 años de su vida en Barcelona. En Alba han publicado recientemente «Y las cucharillas eran de Woolsworth» y, sobre todo, «La hija del veterinario», todo un prodigio de esa mezcla entre ingenuidad adolescente dentro de la crueldad de la vida. «Mi madre estaba en el vestíbulo oscuro... Era menuda y tenía los hombros caídos y los dientes torcidos, por lo que, si hubiera sido un perro, mi padre la habría sacrificado». Una novela que arranca así ya te tiene ganado.
Otra hazaña, y una de las escritoras más excéntricas y divertidas es Rose Macaulay, de que la editorial Minúscula recuperó la extraordinaria «Las torres de Trebisonda», que abre con esta frase: «Coge mi camello, querida» y fue una frase muy repetida por los ingleses desde su publicación. La novela es una sátira de humor absurdo con la religión en el telón de fondo y la alegría del viaje como motor de realización y la fantasía. Una maravilla conocer esa Trebisonda en el corazón de Turquía.
La más poética y algo triste es Antonia White, que hizo un recuento de su infancia en «Helada en Mayo» (Argos-Vergara). No hay nada como su refinamiento para describir la imposibilidad de ir a la contra. White, que después de muchos internamientos en psiquiátricos y depresiones graves, consiguió acabar una trilogía donde seguía su propio crecimiento. Imprescindible.
La mejor, la más perversa y original, y la menos traducida es Susan Townsend Werner, del que aquí sólo se conoce una selección de cuentos bajo el título «Mi madre, mi padre, los Bentley, el caniche, Lord Kitchener y el ratón» (Lumen). Novelas como «Lolly Willowes» son un antecendente clave de la hoy tristemente ninguneada Angela Carter. Por último, hay que mencionar sin falta a Margaret Kennedy, que con «La ninfa constante» se hizo la más popular de todas.