Felipe V, un gran rey que fue bipolar
Mari Pau Domínguez desvela los secretos más íntimos del monarca, el primer Borbón que reinó en España, en su muy documentada novela «La corona maldita»
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Mari Pau Domínguez desvela los secretos más íntimos del monarca, el primer Borbón que reinó en España, en su muy documentada novela «La corona maldita».
«Me planteé escribir el libro un par de años antes de la abdicación del Rey Juan Carlos. Lo intuí cuando era casi tabú tocar ese tema y, a pesar de la extrañeza de mi editora, estaba convencida. Pensé que sería bueno mirar hacia atrás para ver de dónde vienen los Borbones y que la abdicación no es algo nuevo. Felipe V ya lo hizo»; así explica Mari Pau Domínguez el origen de su nueva novela, «La corona maldita» (Grijalbo). Un libro que descubre a ese monarca «de corazón melancólico y alma oscura y atormentada» que fue Felipe V, primer Borbón que ocupó el trono de España. Hijo del Gran Delfín de Francia –un libertino interesado sólo por la caza y el sexo– y nieto del todopoderoso Luis XIV, que consiguió la corona para él cuando sólo tenía 16 años.
w sentido del pecado
«Viene con miedo obligado a reinar en un país desconocido. Era muy religioso y con una personalidad introspectiva, temerosa, con dificultades para relacionarse. De educación estricta. Tenía un sentido del pecado y de culpa permanentes que lo insatisfacía», dice la autora. Cuando llega a España «trae un modelo de Corte distinto a la de los Habsburgo. El choque entre las dos culturas resultaría radical. El culto a la belleza, al placer mundano, el lujo y la ostentación de Versalles chocó con la España de moral austera y rígida heredada de los Austria. Trajeron nuevas maneras de entender el sexo, importaron los juegos de sociedad procaces y prácticas sexuales que no eran la ortodoxia que imponía la Iglesia. Intentó adaptarse, pero le duró poco, no soportaba el negro, ni los autos de fe». Domínguez incide en el perfil humano, en lo más desconocido, y reconoce que el suyo fue un gran reinado. «Se da una contradicción apasionante, ya que siendo un hombre torturado y oscuro, poco dado a gobernar, consiguió uno de los reinados más brillantes de España. Además de largo –duró 46 años–, con muchas luces. Modernizó el Estado, reformó el Ejército y su aportación cultural fue espectacular. Participaba en tertulias, germen sobre el que fundó las Reales Academias y la Biblioteca Nacional. Reivindico su figura porque creo que es el gran olvidado. Además, tuvo el gran acierto de rodearse de los mejores, como Patiño, que ejercieron como políticos con mayúsculas». Personalmente, sin embargo, se trataba de «un enfermo mental que hoy sería diagnosticado con depresión crónica, bipolaridad, esquizofrenia y paranoia. Su carácter ciclotímico le hacía pasar de la depresión a la euforia, con recaídas cada vez más graves. Sus obsesiones hicieron de su vida un tormento». De hecho, y como adicto al sexo, lo necesitaba a diario: «Era una manera de luchar contra la muerte, una necesidad casi enfermiza que le hacía sentirse vivo. De ahí el alto contenido erótico de la novela». Y lo martirizaba el paso del tiempo: «Se pasaba horas manipulando relojes, en especial el de las cuatro fachadas, que hace de hilo conductor de la novela».
Por otro lado, fue un hombre que descuidaba la higiene, «pasaba semanas en la cama sin asearse. No se cortaba el pelo, ni las uñas, y dejaba un rastro de olor notable, llegando a recibir embajadores acostado o con un camisón maloliente». Según Domínguez, es «una pena, porque pudiendo ser brillante, perdió la dignidad muchas veces debido a su enfermedad mental. Así, se produjeron situaciones denigrantes, como las de creerse una rana, vivir de noche invirtiendo los horarios por su fobia al sol o su atracción morbosa por la sangre, que ya descubrió en el campo de batalla o por las corridas de toros». Y no estaba educado para ser rey: «Le pesaba una corona que nunca quiso. Trató de abdicar siempre. Su drama fue que cuando lo consiguió en su hijo Luis I, tuvo que volver ocho meses después por su muerte prematura. Su suerte fue el gran apoyo que recibió de su esposa, Isabel de Farnesio, «una mujer muy lista y capaz, que supo entender que estaba casada con un enfermo. Aunque fuese una gran “intriganta”, supo satisfacerlo como hombre –no era fácil seguir su ritmo– y fue importante para su reinado, porque en los momentos en que no podía tomó las riendas del gobierno como si fuese una primera ministra. Sin su fortaleza quizá la cosa no hubiese sido igual. No lo dejó abdicar una segunda vez».
Ficha
«La corona maldita»
Mari Pau Domínguez
GRIJALBO
200 páginas, 9,95 euros