Gánsteres colocados se van de «rave»
Pocas veces se tiene en cuenta la voz del narrador al reseñar una novela. Siendo esencial el tipo que elija el autor para contar su historia, suele pasar desapercibido al resultar transparente para el lector. En especial, el narrador en tercera persona tan ceñido al protagonista que se confunde con él, pues adopta la tipología del narrador personaje: el que sigue al protagonista como si fuera la objetividad misma, capaz de leer su mente como si fuera propia, al estilo del monólogo interior.
Sin embargo, no es omnisciente, pues de los demás personajes apenas esboza teorías o suposiciones, apegado como está al principal. Muy al contrario, es del tipo equisciente: el vehículo traslúcido del protagonista, su segunda piel literaria que lo construye en tiempo presente, como si todo aconteciera en el instante que se sucede la acción. Este narrador personaje equisciente, el que lo sabe todo y cuenta la historia como si estuviera sucediendo en ese instante, resulta perfecto para las novelas policiacas, tanto los «whodunit» de Agatha Christie como los «hardboiled» de Chandler, razón por la cual lo ha elegido Lisa McInerney para esta excelente novela negra azabache que en realidad es un relato de gángsteres al viejo estilo clásico, pero mezclado con la literatura juvenil de drogas y heroinómanos que inició Irvine Welsh con «Trainspotting» (1993), aunque mucho mejor. «Los milagros de la sangre» va de «María, coca y rulas: la moderna Trinidad de San Patricio».
Es la típica novela de iniciación, con un protagonista tan desastroso como el de «Trainspotting» metido en el mundo de la delincuencia gansteril de Cork, Irlanda, que trata de encontrarle sentido a su vida disipada entre porros, rayas, éxtasis y música trance. El tipo de novela que refleja el mundo de los Dj de discotecas y «raves» que trafican con pastillas y se encuentran a los veinte años metidos hasta las cejas en una trama mafiosa que los supera. Pese a ser una novela generacional para nostálgicos que se quedaron colgados de los 90 y la ruta del «bakalao», la trama sigue viejos patrones: los de «Gilda» (1946). Un gánster maduro y su joven lugarteniente entablan una relación que parece ir más allá de lo gansteril y una mujer ocupa el lugar de la Gilda fatal, enfrentando a ambos gánsteres.
Dos mujeres opuestas
El relato resulta interesante. El narrador es capaz de meterte en ese mundo entre la identidad del joven que descubre la vida, el amor de dos mujeres opuestas y el asedio de una pareja de gánsteres que lo utilizan como si en Irlanda no hubiera otro veinteañero capaz de hacer un trabajo que –según el narrador– es bastante deficiente excepto para ligar y sucumbir a su mente distorsionada. Aquí la amistad tiene un sentido que linda con la homosexualidad latente en estos personajes, descritos con la eficacia del miniaturista. La prosa de McInerney es absorbente, capaz de crear un mundo oscuro más imaginario que realista que puede apasionar a lectores que busquen la singularidad en el adocenado panorama editorial.