Historia

Grecia

¡Heil, Grecia!

¡Heil, Grecia!
¡Heil, Grecia!larazon

La Grecia antigua no se acaba nunca de descubrir por entero y sus postrimerías en la historia política e intelectual europea más cercana nos siguen apasionando y sorprendiendo, cuando se repara en la enorme influencia que h a tenido, más allá de la inspiración clásica, la utilización o reinterpretación de los modelos griegos en los esquemas de pensamiento moderno, en el desarrollo de nuevas corrientes ideológicas o, simplemente, en la manipulación y la propaganda política. Cada revolución cultural en Occidente, desde el Humanismo a esta parte, ha girado en torno a un repensar y redefinir lo griego con respecto a lo contemporáneo y, en ese contexto, puede decirse que Grecia deslumbró a Alemania desde muy pronto. Tal vez desde que Winckelmann teorizó sobre la escultura griega de supuestas blancas formas o desde que F. Schlegel consideró la poesía griega como la edad de oro que habría de inspirar el Weimarer Klassik. O quizá desde que Apolo lanzara su hechizo de locura sobre Hölderlin, que desde entonces deliró versos sobre la nueva Grecia y un Dioniso que venía a despertar a los durmientes. Y la juventud alemana despertó –vaya si lo hizo– azuzada por los poetas y los filósofos en el siglo que hizo grande a ese país y alumbró el nacimiento de la erudita Altertumswissenschaft: Schelling, Creuzer, Bachofen y, sobre todo, Nietzsche bailaron al son de Dioniso. La gran filología alemana engendró a la historia y a la arqueología, mientras las postrimerías de la «ciencia de la antigüedad» creaban extraños iluminados en la literatura. Como imploraba el visionario Stefan George en la cita que encabeza el libro: «Que un rayo de la Hélade caiga sobre nosotros».

Apropiaciones intelectuales

En efecto, la cultura alemana realizó una serie insólita e interesantísima de apropiaciones intelectuales durante el siglo XIX y la primera mitad del XX que nos desvela con rigor y entusiasmo el libro «Alemania y el mundo clásico» de Salvador Mas. La erudición filológica de los amantes de la Antigüedad cayó en las redes de los políticos y de los ideólogos para justificar su labor y también el tiempo que les tocó vivir. La vieja maldición de los studia humaniora en su relación con el poder es sin duda tener que justificar su existencia (también hoy, con la crisis y decadencia de las humanidades, nos vemos obligados a rendir siempre cuentas, triste hado). El laboratorio conceptual del redescubrimiento de los griegos para la modernidad fue, como muestra Mas, la cultura alemana, nuestro punto de referencia y encuentro con los antiguos. Nombres como Wilamowitz, Snell, Nestle o Jaeger han quedado señalados en el panteón de la historia de los estudios clásicos: pero no conviene olvidar sus roces con las ideologías imperantes. Ya en la Primera Guerra Mundial Wilamowitz, el helenista que tanto criticara a Nietzsche, promovió varios manifiestos en apoyo de la participación de Alemania en la Gran Guerra. Llama la atención analizar a esta luz a nombres indiscutidos para entender «lo griego» en la cultura moderna, como el gran Werner Jaeger, autor de una monumental visión de conjunto de la cultura griega: su famosa «Paideia» (1934). Para Jaeger, el concepto definitorio de lo helénico era la idea de educación, que otorga una perspectiva unitaria y central para la comprensión de la civilización griega como formación integral, intelectual y ética del individuo. Con ello Jaeger, por supuesto, formulaba sus propias ideas –a veces no exentas de polémica– sobre el proceso de íntima armonización entre lo individual y lo colectivo proponiendo un Tercer Humanismo, un redescubrimiento de los griegos: pero hubo quienes notaron con cierto disgusto en él observaciones de sabor racista, así como una peligrosa exaltación del liderazgo unipersonal: ¿era el «Tercer Humanismo» un dominio justificado por la superioridad cultural inapelable como el que propugnaba el Reich alemán? En un salto cualitativo, el uso propagandístico de los griegos como precursores de los «germanos» y «arios» aún llevaría a diversas teorizaciones extravagantes. Más allá del sensual mundo esotérico y literario de S. George y su círculo de la Alemania secreta, hubo interpretaciones abiertamente nazis como la del profesor de clásicas F. Eichhorn o el historiador H. Berve, que despreciaban el humanismo como individualista y burgués y propugnaban una Grecia vital y sanguínea, inspiradora de la nueva Alemania. El modelo era la militarista Esparta, una «Prusia de la Antigüedad» de pureza racial doria, mientras historiadores como H. Bogner o F. Oertel estudiaban desde modelos griegos el desarrollo totalitario de 1933.

El ensayo preliminar del libro es un magnífico paseo por esas postrimerías de Grecia en Alemania, dividido en varios capítulos que tratan diversos aspectos de esta recepción intelectual: desde Nietzsche a Heidegger, pasando por Jaeger, el George-Kreis, Thomas Mann y la manipulación nazi de la antigüedad. Le sigue una completa antología de textos con ejemplos que incluyen al propio Goebbels. Esta era una historia apasionante, digna de ser escrita con brillantez, investigada sine ira et studio y expuesta aduciendo una selección de fuentes y ejemplos necesaria para seguir el hilo de Ariadna que va de la razón griega al monstruo del totalitarismo europeo. Y, como sucede a veces, ha querido la fortuna que esta historia encuentre su escritor en Salvador Mas, profesor, ensayista, filósofo, que ha destacado por su excepcional conocimiento de ambas orillas, los griegos y Alemania. Estamos, pues, de enhorabuena.