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Isaac Rosa, en la caverna

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Desde hace algunos años novelistas como Rafael Chirbes, Almudena Grandes, Belén Gopegui, Benjamín Prado, Pablo Gutiérrez y Manuel Longares han coincidido, más allá de su diversidad generacional, en una temática próxima a la reivindicación progresista, la denuncia social y el compromiso civil, sin descuidar una creativa revisitación estilística del mejor realismo crítico. En esta línea testimonial, contrastada con cierta simbología metafórica, cabría enmarcar la narrativa de Isaac Rosa (Sevilla, 1974), quien, con obras como la emblemática «¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!» (2007) o la reciente «La mano invisible» (2011), ha consolidado una escritura propia, forjada con una visión paródica del presente y una particular agilidad argumental.

Desinhibición sexual

«La habitación oscura» parte de un arriesgado planteamiento: durante los últimos quince años unos jóvenes de ambos sexos se han recluído periódicamente, en la más absoluta oscuridad, en una habitación que les posibilitará una total desinhibición sexual. Pero, más allá de esta pretendida liberación personal, el paso del tiempo irá encarándoles a convencionales obligaciones familiares y no pocos fracasos laborales derivados de la actual crisis, sin olvidar la propia madurez individual, que acaba relativizando el ya lejano contestatarismo juvenil. Este «cuarto oscuro» viene a ser una metáfora de la mítica caverna platónica en la que sólo penetran sombras del exterior, como lo hacen en esta habitación los referentes de la protesta social, el desarraigo generacional y la desesperanza de la existencia.
En este voluntario y ocasional encierro asistimos a los llantos y risas de comprometidas situaciones eróticas, al duelo funerario por un suicidio, a un caso de violento acoso sexual, aunque también al goce de una liberada sentimentalidad, al igualitario compañerismo de esas relaciones íntimas y al feliz espejismo de una lograda nueva sociedad. Los personajes viven, según esas cuatro paredes sin luz alguna, un presente sin esperanza; les aguarda, lo irán comprobando, despidos, recortes y frustraciones varias. Todo un lenguaje de gestos en la oscuridad y significativas tactilidades en el vacío jalonan este relato metafórico sobre el deseo y la incomunicación, la juventud y la madurez, la inhibición y el intimismo. Con una excelente combinación de diversas subtramas, un perfecto dominio de la prosa teorizante, un cierto tono ensayístico y un suave lirismo en la nostálgica evocación del ilusionado pasado, la novela sobrecoge e impresiona al plantear una extrema situación grupal, símbolo de las contradicciones de una sociedad que se debate entre el convencionalismo y la transgresión, entre la evasión personal y el compromiso colectivo. Todo un hallazgo.