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Juan Gabriel Vásquez: «El lector debe sentirse en tierra poco firme»

Juan Gabriel Vásquez / Escritor.. Realidad y ficción se mezclan en «La forma de las ruinas», la multigenérica obra del colombiano que, partiendo de dos crímenes del pasado, muestra cómo el violento legado de la historia nos condiciona a día de hoy
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Realidad y ficción se mezclan en «La forma de las ruinas», la multigenérica obra del colombiano que, partiendo de dos crímenes del pasado, muestra cómo el violento legado de la historia nos condiciona a día de hoy
Una vértebra y una «calota» –parte superior del cráneo– fueron el origen, hace siete años, de «La forma de las ruinas» (Alfaguara). Fantasmas del pasado que dieron con un hombre muy vulnerable ante algo así. No eran huesos sin más, eran dos piezas de la historia de su país, Colombia. Jorge Eliécer Gaitán y Rafael Uribe Uribe estaban ante Vásquez. Uno, asesinado en Bogotá en 1948. El otro, 34 años antes. Dos relatos que «paralelizan» como dos cuentos diferentes para juntarse al final. Entremedias, y rodeada de conspiraciones, la muerte de JFK también conecta. La línea de la ficción a la realidad va y viene sin saber muy bien qué toca en cada momento.
Así reinventa Juan Gabriel Vásquez, madurado entre «Gabo», Vargas Llosa o Cortázar, la literatura latinoamericana: «Toda nueva generación tiene que entrar en un diálogo con la tradición que lleve a una ruptura». Autobiografía, novela histórica, investigación policiaca, crónica, ensayo... Un buen puñado de géneros se dan la mano en esta obra «cervantina» –dice el autor–, tanto que lleva inscrito el clásico «de cuyo nombre no quiero acordarme»...
–«El Quijote» estuvo muy presente porque con él la novela como género ganó cantidad de libertades y de derechos. Es parte de mis propios fantasmas. Me da esa mezcla de estilos y de estrategias que me ha permitido llevar más allá el gran tema del libro: el legado de violencia que se va transmitiendo de generación en generación.
–Una herencia presente en todo el texto...
–Es la manera en que a mí, que nací 25 años después del crimen de Gaitán, han llegado sus consecuencias, tan vivas hoy como para alguien que lo experimentó entonces. Lo heredarán mis hijas.
–¿Es un asunto sin cerrar?
–Son episodios sobre los que todavía estamos debatiendo. Nos hemos puesto de acuerdo en una sola cosa: que no sabemos la verdad completa. Me he dado cuenta de que un novelista trata de poner orden en ese caos y responder a esas dudas con un relato. Como un conspiranoide, alguien que trata de replicar con una historia sin fisuras.
–Buen foco de fascinación e inspiración eso de la confabulación...
–La novela quería reflexionar sobre esa tensión con Carballo, el personaje principal y a quien conozco. Es el choque entre las dos maneras de ver el mundo: la mía, que sostiene que la historia es fruto del azar y las pasiones, y la conspirativa, que defiende la idea de manos negras. La verdad está en el medio, pero me interesaba la explicación de por qué somos tan dados a la segunda. Tenemos la necesidad de organizar el pasado en relatos y, cuando nos damos cuenta de que lo heredado está incompleto, lo reemplazamos con las teorías de la conspiración. Escribir novelas es lo mismo.
–¿Por qué este capítulo tan particular de la historia colombiana también nos atrapa aquí?
–Partiendo de lo local, se cuentan verdades universales. He escrito para un lector como yo, que comparte mis preocupaciones literarias, morales e históricas. La relación tensa con nuestro pasado es algo que tenemos todas las sociedades. Intuimos que no nos han dicho la verdad.
–El que nos esconde esa verdad durante todo el libro es usted.
–El lector debe estar todo el tiempo sintiéndose en tierra poco firme y preguntarse qué es verdad y qué no, pero no voy a sacar a nadie de esa duda...
–¿Y por qué hacer de narrador?
–Todo se origina con una anécdota de mi vida muy potente y que se malversaría si escogiera máscaras para contar el hecho que tuve en mis manos. Me permitió explorar los temas que realmente quería: la relación que hay entre esos crímenes del pasado colombiano y mi vida personal, que ya viene condicionada porque un pariente mío tuvo una participación directa en los hechos posteriores al asesinato de Gaitán. Ya crecí con leyendas, historias y versiones de esos días.
–Venía condicionado entonces.
–Claro. La novela no nace con ningún interés objetivo, sino de la convicción de que los individuos de la vida íntima convivimos con los hechos de nuestro pasado público. La única razón para escribir novelas es decir lo que sólo ellas pueden decir.
–Que es...
–Las verdades inaccesibles para la historia o el periodismo: emociones, moralidad, lugares recónditos de la memoria... Ahí donde sólo puede ir la ficción.
–¿Sus hijas heredarán el mismo legado violento que usted, o a ellas les corresponde el de las FARC, más actual?
–Nuestro pasado conflictivo no importa si es reciente o remoto, forma parte del bagaje de los colombianos. Contamos historias para lidiar con eso: películas, series, reportajes... Es una manera de llegar a buenos términos con eso que no dominamos y no entendemos todavía.
–¿Qué miedos nos muestra ese narrador-escritor?
–Tiene un aspecto importante de exorcismo, de escribir sin tapujos de momentos difíciles de mi vida, como el complicado nacimiento de mis hijas y la muerte de amigos que aparecen en la novela.
–¿Qué Bogotá encontró cuando regresó en 2012?
–Un país más conservador pasando un punto de inflexión. Al poco de volver se hicieron públicos los diálogos de paz que duran hasta hoy y que esperamos que se resuelvan en La Habana con un gran consenso nacional.
–¿Dónde ve la solución?
–Es muy difícil dejar atrás 50 años de violencia, la guerrilla, el paramilitarismo... El acuerdo es dificilísimo y doloroso, pero tiene que girar alrededor del perdón en la reconciliación. Y tiene que llegar un gran acuerdo conjunto del que nadie se quede fuera. Escuchar, respetar y tomar en consideración las opiniones de todas las partes. Eso va a ser lo difícil.