Europa

Londres

Julia Navarro, en el laberinto de Oriente Medio

Presentó en San Petersburgo su nueva novela. «Dispara, yo ya estoy muerto» recorre la historia de los judíos europeos desde 1881 a la Palestina actual

Navarro ya ocupa el número uno de las listas de ventas
Navarro ya ocupa el número uno de las listas de ventaslarazon

El orteguiano «yo soy yo y mi circunstancia» cobra en Samuel Zucker una dimensión trágica: ¿cómo vivir otra vida cuando haber nacido judío te marca para siempre? Samuel perderá a sus seres queridos en un pogromo y a manos de la policía en la Rusia zarista de 1881, huirá del odio de San Petersburgo, tratará de rehacer su vida en Palestina y verá cómo, por más que busque la paz y la amistad con la familia de los Ziad, el hecho de ser unos judíos y los otros palestinos le acompañará a él y a sus descendientes hasta la muerte. De Varsovia a Jerusalén; del Tel Aviv inicial que fundaron los primeros exiliados judíos, a Londres y París, y en un arco que recorre la I Guerra Mundial, el periodo de entreguerras, el París de Vichy y el horror de Auschwitz para llegar hasta el complejo laberinto sociopolítico del Oriente próximo actual, con el conflicto de los asentamientos judíos en primer término. Con este telón de fondo, Navarro ha tejido en su nueva novela, «Dispara, yo ya estoy muerto» (Plaza & Janés), una gran saga de dos familias condenadas al odio. La autora de «La Biblia de barro» o «Dime quién soy», de la que ha vendido un millón de ejemplares, da voz a israelíes y palestinos en una saga de personajes atormentados y citas programadas con el destino.

Primero pensó en Bosnia

«La intención de esta novela era reflexionar sobre cómo las circunstancias nos marcan y determinan de tal manera nuestra vida que a veces no podemos escapar de ellas. Todos tenemos una especie de "pack"en el que nos pone el tiempo histórico, el lugar geográfico, la familia, la religión, las circunstancias socioeconómicas y que nos determina el resto de nuestra vida», explica. Sus argumentos no son gratuitos. Tarda unos tres años en preparar y escribir cada nueva obra, y matiza sobre ésta: «Mi primera intención fue situarla en Bosnia, en la guerra de los Balcanes. Luego le di más vueltas y, como Oriente Medio es una zona que conozco mejor, decidí ambientarla allí. Pero, para mí, en esta novela Oriente Medio es el paisaje; lo importante son los personajes, su angustia y la irreversibilidad de tener que vivir una vida que ya está marcada. Al final, esos amigos protagonistas terminan enfrentados por circunstancias ajenas a ellos». En su hermoso y cómico verso aforístico lo decía Ángel González: «La historia es como la morcilla de mi pueblo, / las dos se hacen con sangre, se repiten». Judíos, musulmanes, cristianos, la historia es conocida: «La religión es parte de ese "pack"con el que venimos al mundo. Y, desgraciadamente, las religiones han servido para desunir y nunca para unir. Y a veces para intenta aniquilar al otro», asegura la escritora, que trata de buscar una equidistancia, como hace su libro, sobre el conflicto palestino-israelí: «El pueblo palestino en estos momentos es una víctima. Su sufrimiento es inmenso. O Israel acepta que Palestina tiene que existir o será un país que se terminará destruyendo moralmente. De la misma manera, los árabes deben aceptar que Israel ya es un hecho irreversible. Están condenados a sentarse y entenderse. Lo que he intentado es que el lector escuchara a uno y a otro». Y añade: «Al final es un problema de diálogo, de ser capaces de ponerse en la piel del otro, de entender al otro. Y no se puede empatizar con nadie si no le escuchas». Pero ponerse de acuerdo significa que ambas partes deben ceder. «Si no, es imposible: no se puede ganar por goleada. Y seguro que en esas cesiones habrá gente de ambos lados que se sentirá desgarrada. Pero es mejor la paz a que exista otra generación más que tenga que vivir en campos de refugiados. O a que haya un muro. Un muro no sólo vergonzoso que los israelitas han construido, sino que aísla a ambas comunidades: a los palestinos, pero también a ellos». Navarro reconoce, asimismo, que «es verdad que en Europa hay un sentimiento antisemita que a la gente le cuesta reconocer. Son muchos siglos de educación católica, por un lado. Después hemos tenido cuarenta años de franquismo con la conspiración judeo-masónica. Es verdad que existe esa especie de antisemitismo latente en la sociedad. Y existe independientemente del problema de los palestinos: ya existía antes y ha seguido después». Lo cuenta en el libro: la expulsión de los Reyes Católicos de su Sefarad, el antisemtismo secular, los pogromos rusos, el exilio constante, el Holocausto... «La de los judíos es una historia terrible».

Explica que «no quiero hacer novela histórica y de hecho creo que no la hago. Con "Dime quién soy"inicié una nueva etapa en la forma de contar las historias. La Historia me sirve como telón de fondo para mover a unos personajes, pero no quiero que sea sólo eso. Aunque luego uno escribe las novelas y los lectores son los que deciden qué es lo que les está llegando». Paseando por San Petersburgo, a Navarro se la ve feliz con su criatura bajo el brazo. Pero han sido tres años duros. «De las cinco novelas que he escrito, ha sido la más difícil, la que he tenido que buscar más documentación para contextualizar. Cuando te pones a buscar, es tal el volumen de libros que llegas a manejar que hay un momento en que te puedes perder, sobre todo cuando mi intención no era escribir un libro de historia». Y, por si alguien quiere saber cómo se arranca a trabajar una autora de éxito, explica: «Siempre que me siento a escribir, tengo la novela en la cabeza. Es más: en ésta, el primer capítulo que creé fue el último». Ejecuciones, éxodos, asesinatos, personajes consumidos por la vida sin llegara conocer la felicidad. La obra apenas da un respiro a sus protagonistas. «He sufrido escribiéndola. La verdad es que todo el mundo me dice que es muy dura».

Siria y la decisión del Parlamento inglés

lSi se habla de judíos y musulmanes, es inevitable pensar en Oriente Medio y la actualidad sale al paso en la entrevista: «Es difícil saber qué va a pasar. Si EE UU bombardea sin un mandato de la ONU, creará un conflicto internacional no sé de qué alcance. Es la locura: Al Asad mata a gente con armas químicas. EE UU cree que tiene que hacer algo como aviso para navegantes, los otros no quieren... El problema además es que estamos hablando de países que no son democracias, como Siria o quienes la apoyan, con lo que las consecuencias de lo que pase son absolutamente imprevisibles». Y añade, sobre la capacidad de escuchar al contrario, sobre todo en el ámbito político: «Me parece maravilloso lo que ha pasado en el Parlamento inglés [se refiere a la negativa a atacar Siria]. Tener la capacidad de decidir y de admitir que, a lo mejor, lo que te están proponiendo los tuyos no es el camino que tú elegirías me parece un signo de independencia».