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La artista y la modelo

larazon

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«La dama del hechizo», título con el que se presentó y con el que logró poner su pica en Flandes en la última edición del Premio Planeta, acaso era más oportuno que éste con el que ha terminado viendo la luz, en tanto que la protagonista, realmente, parece estar bajo un embrujo. Patricia es la reina de la pasarela y el glamour. Una bellísima modelo a quien la suerte le sonríe y cuyo éxito parece estar asegurado, no tanto por su belleza como por la extasiada sensación que produce en cuantos la rodean. Su profesión la lleva de acá para allá por los más remotos lugares y, precisamente, uno de sus viajes se convierte en el núcleo de la historia. Durante un largo trayecto aéreo conoce a Viviana, su compañera de asiento –y vidente de pro, sin ella saberlo– ,que le hará un terrible vaticinio: alguien de su entorno más inmediato desea su muerte.
Mirada desvalida
A raíz de las primeras caídas, tropezones y ataques de pánico en mitad de la pasarela, el augurio toma verdadero cuerpo en la mente de la joven. Tener en cuenta la sospecha hará que se replantee su vida y revise su entorno con ojos nuevos en un auténtico «tour de force» hacia sus asuntos capitales. La historia se gestó bajo el falso paraguas del prosaísmo del que siempre nacen las novelas. La autora ojeaba una revista en la peluquería cuando emanó del papel couché la imagen de una desvalida modelo con «cara de nada» y mirada de verdadero espanto. Una mujer visible que, a un tiempo, era terriblemente invisible, como aquellas personas que guardan resquicios inquietantes. Y esa emoción conformó la sinestesia subterránea de la obra. Una belleza que parece tenerlo todo pero que no tiene nada desde el momento en que se instala en su maquinaria obsesiva la desconfianza, la desafortunada banda sonora de nuestro tiempo. Sólo el cuerpo del oficio adiestrado y el alma de la observación, cuando la experiencia se eleva a talento, pueden coincidir para que una historia común ascienda por sus medios a la categoría de literatura.
En cuanto al lector, para saber si la indagación conduce hacia la crueldad o la lucidez deberá atravesar estas 378 páginas con todas sus luces y sus sombras. Clara Sánchez tiene el diapasón de su narrativa perfectamente identificado. De su obra no se puede decir que pertenezca directamente al murmullo del género social o el de la denuncia, pero jamás deja de meter el dedo en tales llagas. Sus personajes se ven avocados a enfrentarse a encrucijadas en las que tendrán que rebelarse o acomodarse, siempre de un modo oportuno, filoso, geómetra. «Stendhal decía que somos detalles», repite la autora una y otra vez, y de ahí que cargue a sus protagonistas de una densidad psicológica atómica... Porque nuestra modelo, además de lo dicho, está casada con un hombre tóxico, un vampiro emocional o lo que en román paladino siempre fue denominado como un cenizo; un verdadero cercenador. Con un discurso directo y una prosa lavada, nos presenta a una mujer capaz de todo para que su pareja sea feliz porque, sin su felicidad, nada tiene sentido. Al tiempo, ella se regodea en ese sentimiento invasivo cuyo peaje pasa por arañar unos gramos de satisfacción a cambio de recibir toneladas de angustia, siempre con «mucho placer». Patricia se desgañita por darle lo que otros –incluida su propia ineptitud como hombre y pintor– le niegan. Una suerte de Enma Bovary a la inversa. Otros muchos son los temas que articulan la novela. Amén de la sociedad de la apariencia, las relaciones perniciosas, la dependencia emocional o la desconfianza, una constante en toda la obra de Clara Sánchez es el universo laboral, como razón de realización e interconexión humana, amén de pecuniaria. Y, como no podía ser de otro modo, no puede faltar la dosis de suspense.
Cartografía de la paranoia
Desde el momento en que la protagonista inicia la desesperada búsqueda de su enemigo conoceremos a los posibles sospechosos así como sus motivaciones en un claro guiño a las novelas de Agatha Christie. La complicidad en la mirada de la psicología femenina de la autora continúa la senda trazada por sus admiradas Rodoreda, Ginzburg o Munro tal y como se le percibe entre la costuras de su verbo. En esta ocasión, frente a una poética concepción del devenir, el amor o las relaciones, cartografía la eterna paranoia humana: coincidir en una misma historia y una misma autora, en el aplauso de dos manos que metarfosean la palabra en arte hasta cerrar el libro, es más de lo que se puede decir de cualquier historia o de un creador que nos supera, nos abruma con su lenguaje de cosquillas, tristezas y pesquisas. Una rara «dolencia literaria» de perfecta construcción que asume el compás ternario de sujeto, verbo y revelación, porque su predicado es rotundo hasta decir basta. Disfruten de la obra, y, sobre todo, implántenla.