La mala idea del hijo de Stephen King
En el peritexto de la última novela de Stephen King, escrito al alimón con su hijo pequeño Owen King, se interroga sobre una singular distopía: la feminista. «¿Qué pasaría si las mujeres abandonara este mundo, hartas de la violencia y el maltrato que se ejerce sobre ellas y crearan una sociedad sin hombres?». La novela trata de responder a esta hipótesis con «una parábola sobre la posibilidad de un mundo exclusivamente femenino y más justo». Añádase a esta sinopsis ideológica sobre la típica disputa entre los sexos tan americana el odio que los King le profesan a Trump y su sintonía con el movimiento Me Too# y todo encajará excepto la literatura. Porque «Bellas durmientes» es, esencialmente, una (mala) idea del hijo de King. La novela arrastra desde el comienzo tres rémoras: ser concebida como paso previo a una serie televisiva –de ahí su extensión interminable, 765 páginas–, la falta de tensión en el relato y la indefinición de los numerosos personajes, tantos, que requieren cuatro páginas para dar cuenta de los 71 protagonistas de esta novela.
Stephen King es más sintético y su toque de magia es legendario. Es cierto que King es prolijo, pero 765 para contar esta historia que bascula entre la distopía gore y el cuento de hadas perversas «de género» (tonto), es un exceso que resulta insufrible.
Surfear en el desierto
A veces se nota la mano de S.K. Entonces el relato avanza e inquieta. Algunos personajes tiene algo de entidad y la acción te atrapa, hasta que el desaliento se apodera del lector y se desanima por las numerosas ocurrencias, repeticiones y lugares comunes que pueblan esta novela tan impracticable como surfear las dunas del desierto. Luego está la ideología feminazi envuelta en la más cursi de las fábulas con pretensiones de parábola bíblica: los hombres son mega malos. Causantes de las guerra, la violencia doméstica y el crimen contra las sumisas mujeres. Pueblerinos trumpianos más rústicos que los de Tractoria. Mientras, en la Tabarnia feminista «están construyendo algo nuevo, algo bueno. Y habrá hombres. Hombres mejores, criados desde pequeños por mujeres en una comunidad de mujeres...» (sic)
Ante esta fantasía amazónica, Clint dice: «Con el tiempo se impondrá su naturaleza esencial. Su masculinidad». A lo que el hada, más victoriana que Leticia Dolera, le contesta: «Ciertamente, pero esa agresión no es de carácter sexual; es de carácter humano». No es necesario insistir más. Aquí aparece el componente delirante de esta utopía que Lisístrata Dolera aplaudiría. La polémica sobre la brecha de género y la agresión sexual marca dos tendencias opuestas entre el feminismo de la igualdad, de corte liberal y biológico, y el feminismo posmoderno de género, claramente discriminatorio, cuyos estudios remachan la idea supremacista del constructivismo social y cultural de género.
Decir que “Bellas durmientes” cae en todos lo tópicos del “género” bobo y es mero soporte ideológico del “empoderamiento” femenil antes que una buena novela, es suficiente para recomendársela a las “genero-sas” y que la disfruten.