Leonardo, «la» biografía
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El reto era de una exigencia extrema: escribir sobre uno de los artistas más interesantes de la historia, del que hay infinita bibliografía y libros biográficos tan celebrados y recientes como el del historiador Charles Nicholl, «Leonardo. El vuelo de la mente», que investigó ciertos manuscritos de Leonardo da Vinci hallados en la Biblioteca Nacional de Madrid en 1965. Y es que estamos ante un artista que también fue un escritor prolífico, como dan fe sus siete mil páginas conservadas (parece que una cuarta parte de lo que redactó), si bien «no fue admitido entre los humanistas, filólogos u hombres de letras, a pesar de su amor por los libros. Los intelectuales estaban entonces ajenos al arte (que se vinculaba a los artesanos), pero Leonardo pensó libremente y escribió, a veces, en sus cuadernos, con aliento de escritor», dijo Luis Antonio de Villena en «Leonardo da Vinci (una biografía)», que Planeta publicó en 1993.
Si alguien podía seguir la senda de los biógrafos de Leonardo, ese era Walter Isaacson, el autor de «Los innovadores», la historia de la revolución digital –desde Ada Lovelace, la hija de Lord Byron, pionera de la programación digital– y por supuesto, de la biografía de Steve Jobs, el fundador de Apple. El también autor de «Einstein, su vida y su universo», primera biografía del científico después de la apertura de sus archivos, incluidas cartas hasta ahora inaccesibles, publica ahora «Leonardo da Vinci. La biografía» (traducción de Jordi Ainaud), usando un título tan soso como sutilmente ambicioso que aspira a ser «la» vida biografiada definitiva del autor del «Hombre de Vitrubio», ese dibujo de un ser humano con los brazos extendidos dentro de un círculo y un cuadrado cuya imagen es casi o igual de famosa que «La última cena» o la «Mona Lisa». Isaacson da inicio a su libro constatando que ese don de Leonardo en torno a sus múltiples inquietudes ya lo tenía muy presente el artista de joven. Así, a los treinta años, en una carta dirigida al señorío de Milán para pedir trabajo, Leonardo, por extenso, «se jactaba de sus habilidades en ingeniería, sin olvidar su capacidad para proyectar y diseñar puentes, canales, cañones, carros acorazados y edificios públicos. No fue hasta el “undécimo” párrafo, al final, que añadió que, además, era artista: “También puedo esculpir en mármol, bronce y yeso, así como pintar, cualquier cosa tan bien como el mejor, sea quien sea”». Como reza el tópico, nada de lo humano le sería ajeno: la anatomía y la fisiología, la óptica y el sistema vascular, el agua y la botánica, la geología y la astronomía, los artefactos y las armas, la cocina y la viticultura, la música y la arquitectura...
La clave del genio
Si uno atiende a los propósitos de Isaacson no extrañará que en su trayectoria haya trabajos biográficos como los referidos más arriba o el que consagró al autodidacta Benjamin Franklin, pues todos ellos responden a «que la capacidad de establecer conexiones entre diferentes disciplinas –artes y ciencias, humanidades y tecnología– es la clave de la innovación, de la imaginación y del genio». De hecho, el autor llama al artista toscano el innovador por excelencia de la historia, al aunar observación natural y materialización pictórica o artesanal: de ahí las técnicas que le llevarían a la dimensionalidad mediante el relieve, a la perspectiva lineal o al «sfumato». Con el aliciente de que sus proyectos pueden seguirse por unos cuadernos que «constituyen el mayor registro de la curiosidad humana jamás creado, una maravillosa guía para entender a la persona a la que el eminente historiador del arte Kenneth Clark describió como “el hombre más implacablemente curioso de la historia”».
Para entender cómo Leonardo vio, sintió, creó, Isaacson recorre su vida, desde que nace en el pueblo de Vinci hasta su muerte con sesenta y siete años. Así, irán apareciendo las ciudades que lo vieron trabajar: la Florencia de los Medici (donde estuvo en el taller de Verrochio, que le enseñaría la belleza de la geometría), adonde regresó para ser asesor en ingeniería militar de César Borgia; Milán, donde es pintor e ingeniero del monarca Luis XII; Mantua y Venecia. El siglo XV que vería a Colón y Gutenberg, la Florencia que presumía de libre y abierta, fue un buen tiempo para este «inadaptado: bastardo, homosexual, vegetariano, zurdo, distraído y, a veces, herético». El aleteo de un ala, la expresión de un rostro, el color del cielo: Leonardo dio muestras de tener una hipersensibilidad para mirar e interpretar, y mediante este trabajo de Isaacson, sencillo y claro, impecable en sus fuentes y tan bien estructurado como estimulante, nos acercamos a la imposible biografía definitiva de un hombre que aún esconde claroscuros que dan pie a innumerables enigmas, fabulaciones y sorpresas.