Literatura del riesgo; por Juan Casamayor
Un editor es un lector. He leído a Javier Tomeo desde hace décadas. Desde nuestra tierra en común, Aragón. Soy, por tanto, y lo prefiero, lector antes que editor de Javier. Su paso por varias editoriales, especialmente Anagrama, y por un valioso grupo de sellos aragoneses (Xordica, Prames, Mira) forjaron esa lectura. La vida, la que ahora se ha despedido de él, dispuso que su indispensable narrativa breve en el cuento español nos uniera durante estos últimos años. Sus cuentos completos, editados por Daniel Gascón, me permitieron conversar, compartir mesa. Observar alguna mujer linda que cruzaba la calle. Permanecer en silencio. Su nombre se unió infinidad de veces con Goya y Buñuel e, ineludiblemente, con Kafka. Con su humor socarrón lo dejó bien claro: «Yo ya me parecía a Kafka antes de leerlo». La obra de Tomeo es un gran bestiario, un amado bestiario, una gran parábola que se mantuvo al margen de encasillamientos, corrientes y actitudes previsibles. Escribió desde el riesgo, la anomalía, la crítica, la mordacidad. Escribió desde la mala leche también y logró ser magistralmente tierno con dos esqueletos que hablan desde la muerte. Escribió lo que le dio la gana y logró levantar una obra excepcional. Sinceramente, Javier, has hecho mal muriéndote. Perdimos tu corazón.