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Michael Connelly envejece muy bien

larazon
  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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Duro pero humano. Cada vez más condescendiente con el mundo moderno. Atrapado en la encrucijada de la melancolía. Un equilibrio existencial que Harry Bosch ha comenzado a sentir a medida que envejece y ve llegar la jubilación anticipada en la policía de Los Ángeles. Para marcar ese tránsito, Michael Connelly lo ha emparejado con una joven latina, la detective Lucía Soto, en una investigación de casos abiertos, último escalón del ciclo profesional que toca a su fin para el comisario Bosch. Tras diecinueve títulos publicados, en «La habitación en llamas», penúltima novela de la serie, Bosch se enfrenta a dos modelos de investigación: la irrupción de las nuevas tecnologías y a la labor de campo de los viejos detectives. En el fondo, internet es un atajo que en nada sustituye el trabajo de calle, reinvindicado por Bosch como fundamento del análisis de las pruebas y senda para resolver el caso.
La lección que Bosch enseña a la novata «Lucky» Lucía es que cada caso esconden, tras numerosos señuelos, el deseo de poder y la pasión amorosa, ocultos en «unas aguas oscuras donde se arremolinan la política y el asesinato» y donde se da cierta connivencia entre policías y sicarios. El trabajo del investigador policial es, partiendo de una muerte en apariencia accidental, como es el caso de «La habitación en llamas», retroceder en el tiempo hasta lograr encajar las piezas de un rompecabezas que se construye a medida que se van descubriendo los elementos esenciales que lo componen. Y al fondo, la sombra del mal, un anodino personaje que el autor retrata escuetamente con la metonimia de «una barba gris, como si un chorro de lejía se hubiera filtrado desde la comisura de su boca». La singularidad de Connelly en sus novelas de la serie de Harry Bosch es el tono sereno, cadencioso, ajeno a la moda del thriller de acción imperante. Al contrario, entrado en la edad en la que –según Arthur Miller– las ilusiones básicas se acaban, busca en el razonamiento y la reflexión, la forma de organizar racionalmente una investigación sin una solución aparente. El modelo no es otro que la vida que pasa y deja su huella desalmada en el protagonista y en el autor, hecho metáfora en una serie de casos entrelazados y en apariencia arbitrarios como la vida.
Entre la paranoia y el azar
Bosch trata de transmitir a su joven ayudante mexicana, saber clásico que se perderá con su jubilación. No tanto la metodología –el sistema narrativo de Connelly– como la activación del presentimiento, entre la paranoia y el azar. Una intuición que es a la razón lo que la corazonada al amor. Llegado a este punto el escritor puede permitirse el lujo de evidenciarle al lector los resortes narrativos que hacen fascinante su ficción. Cómo se va armando ante sus ojos el relato y con qué sencillez toma forma la intriga criminal. Harry Bosch lo llama, metafóricamente, volver al lugar del crimen para «escuchar la escena». El lector la «escucha» con él, aunque algunos no sepan apreciar este don de la fluidez narrativa de Connelly y lo tome por desfallecimiento, cuando solamente trata de transmitir la sensación de un abatimiento esencial. Saber, como aventuró Hitchcock, que cuando todo se ha dicho apenas le queda al autor compartir las claves de la composición del relato y dejar que se vislumbre el placer que produce contar una historia que fascina a fuerza de repetirla y que, irremediablemente, toca a su fin. Un Connelly al tiempo melancólico y crepuscular al tiempo.