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Neil Young, en la autopista de las dudas

Pontiac, Chrysler, Buick, Lincoln... El músico canadiense los ha tenido todos. En su libro «Special Deluxe» bucea en sus memorias y se sincera hablando de todos los coches de su vida. «Están hechos de metal, pero albergan parte de mi alma», dice
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Pontiac, Chrysler, Buick, Lincoln... El músico canadiense los ha tenido todos. En su libro «Special Deluxe» bucea en sus memorias y se sincera hablando de todos los coches de su vida. «Están hechos de metal, pero albergan parte de mi alma», dice
El tiempo viaja en cápsulas. Las canciones, las magdalenas y las fotografías lo contienen. A veces el tiempo viaja en una bolsa al vacío, en uno de esos envases de gusanitos de los que te manchaban los dedos en el parque. Los recuerdos se quedan herméticamente sellados en contenedores de todo tipo. Los de Neil Young han viajado desde el pasado hasta hoy en unos cuantos modelos de coche, objeto de la obsesión coleccionista del músico canadiense y testigos no tanto de hechos realmente relevantes como de su errática personalidad. Con el mismo estilo veleidoso del primer volumen de sus memorias (que sumaba 500 páginas), el artista las continúa en otro libro con el pretexto de hablar de coches: en «Special Deluxe. Mi vida al volante» (Malpaso), que se edita ahora en castellano, cada uno de los capítulos, y son 40, sirve para hablar de un modelo de automóvil y un tiempo que se ve a través del parabrisas como si proyectasen en él una película. «He aquí la historia de la orgullosa autopista de las dudas», anuncia en el prólogo, y ya sabemos que vienen curvas.
Los coches son la representación de las contradicciones de Young, un personaje realmente complejo. Por un lado, se ajustan a la perfección a su psicología, algo provinciana, fantasiosa y solitaria, y al mismo tiempo entran en conflicto con las ideas de un aguerrido activista por el ecologismo que se ha manifestado en contra del negocio de las petroleras y de las prácticas de los fabricantes de coches. De hecho, a lo largo de todo el libro de recuerdos, y con toda seguridad para autoflagelarse, Young hace la cuenta de cada uno de los viajes largos que emprendió a bordo de sus amados automóviles y realiza un cálculo estimativo del perjuicio que causó al medio ambiente mediante la contabilidad de kilos de CO2 que lanzó a la atmósfera. Un coche es el canto de las sirenas de la libertad, del sueño americano y de la tradición cultural a la que Young pertenece y ha contribuido como icono musical, y, al mismo tiempo, representa la peor versión del exceso y el despilfarro. Por una parte sacan su lado de paleto con un descomunal garaje en su rancho y, por otro, la sensibilidad del que cultiva orquídeas. «Los coches me hablan. Tienen alma y me cuentan cosas de ellos mismos, de sus historias», escribe sin ambages. Sirva como ejemplo de sus contradicciones una de las últimas ocurrencias del compositor de «After The Gold Rush» que, en contra de su conciencia, se encapricha de un Hummer, ese vehículo civil que surge de la trasposición de un Humvee (un transporte militar) a las avenidas, tan en boga últimamente entre los adinerados americanos. «Pensé que llamaría la atención si empleaba biocarburante en el más antiecológico de los coches», escribe para justificarse. Y eso hizo: adaptó el motor para que funcionase con aceite vegetal y pintó el Hummer de verde oliva con leyendas a favor del planeta. Si hay algo claro es que Neil Young siempre se sale con la suya.
No se le niega la pasión: describe con deleite las líneas de la carrocería de los maravillosos Pontiac, Chrysler, Buick y Lincolns. Habla de sus tapicerías, del tacto de la palanca de cambios, del rumor de la transmisión y de los cromados del salpicadero. Acumula decenas de coches («aprendí una lección y siempre pago al contado») y se arrepiente de haber abandonado otros de joven por no poder repararlos. Recuerda el auto en el que sus padres discutían y en el que fueron de vacaciones para intentar reconciliarse. Los primeros vehículos del joven músico fueron coches fúnebres, ideales para transportar el equipo a los conciertos. Uno de ellos lo abandonó en Montreal, y con el siguiente llegó hasta Los Ángeles, donde dijo basta y se quedó en un aparcamiento. Y se hizo con una ambulancia-coche fúnebre a la que apodó «Mort». Sí, Young pone apodos a sus guitarras y a sus coches, no me digan que eso no es ser un poco paleto. También tuvo un Mini que hizo pintar de plateado pero que sucumbió bajo el peso de un garaje el día que se olvidó de poner el freno de mano y se deslizó colina abajo.
Al contrario que con su inventario de coches, la memoria de Young es selectiva para los hechos de su carrera y sus problemas personales. Admite que «costaba llevarse bien conmigo» y supone «que me comporté con mezquindad». Asume que una de las razones de la separación de Buffalo Springfield, su primer grupo y en el que «más he disfrutado en mi vida», fue su inaguantable comportamiento, que achaca a que «tenía tanta energía que no sabía que hacer con ella». Discutir y mostrarse impertinente era uno de sus pasatiempos favoritos. Sin embargo, con apenas algunas pinceladas transmite a la perfección el clima de efervescencia creativa de los sesenta en la costa oeste (y pasa por alto sobre las groupies «que nos contagiaron alguna que otra enfermedad»), donde tuvieron lugar los conciertos memorables de Buffalo Springfield con esa energía que nunca supieron trasladar al disco.
- Componer y soñar
Hay historias de tantos colores como las carrocerías de sus coches: está el Buick Roadmaster que le compró en 1970 a un productor de pelis porno acabado. «Lo llevamos al taller para frotarlo con un cepillo de púas metálicas y un decapante para sacarle la pintura vieja. Pero era un tabajo duro y enseguida nos cansamos. Lo nuestro era fumar hierba, componer canciones y soñar». En cambio, está la enorme ternura con la que habla del todoterreno azul en el que Young y su mujer paseaban a su hijo Ben, nacido con parálisis cerebral, en una de las pocas actividades lúdicas que podían hacer juntos. Tuvo una limusina, un autobús, rancheras, camionetas. Hasta se compró un Citroen «Dos Caballos» que era de importación en EE UU, claro.
Eso sí, cuando la historia de sus coches está a punto de entrar en un terreno incómodo, Young se escaquea: «Tuve fama de comprar a diestro y siniestro. Creo que tenía alguna enfermedad. Compraba compulsivamente. ¿De qué iba todo aquello? ¿Estaría ocultando [con este hábito] alguna incapacidad personal? Bueno, este libro va de coches, así que no profundizaré al respecto».
Ante todo, Young es un hippie y ésta es la explicación que da sobre el control de sus pasiones: «Dado que me gustaban los coches y los compraba como recompensa a mis esfuerzos, intuía que algo bueno saldría de aquello. Los coches comenzaron a hablarme y a contarme cosas sobre ellos: sus problemas y el daño que provocaban. Comencé a pensar muy en serio en ello», dice. Más adelante, en 2010, cuando el negocio musical colapsó (y eso incluía los ingresos de Young), tuvo que vender parte de su rancho donde guardaba la coleccionar coches, la gran purga. Entre ellos, el querido Bentley de 1934. «Me quedé seis coches, con los que tenía una conexión humana y duradera. Guardan algunos de mis recuerdos, pensamientos y sentimientos preferidos, momentos de gloria. Están hechos de metal pero albergan parte de mi alma».

Pintar los sueños de metal

La monomanía de Neil Young por los coches no sólo se sacia al comprarlos o al conducirlos. El artista disfruta clasificándolos, comparándolos, rememorándolos y hasta pintándolos. De hecho, coincidiendo con la presentación en 2014 de su libro «Special Deluxe» en Estados Unidos, el músico inauguró en la galería Robert Berman de la localidad californiana de Santa Mónica una exposición con acuarelas y grabados realizados por el propio Young con un único y exclusivo motivo: los coches, como este Monarch Richelieu de 1956. Una de sus acuarelas ilustró asimismo el disco «Storytone».

Un disco contra los transgénicos

En su último trabajo discográfico, Neil Young hace gala de su ecologismo convencido, sin matices, al contrario que en lo que respecta a los coches. «The Monsanto Years» (la portada, en la imagen), publicado en julio, es un álbum conceptual que denuncia las prácticas de la multinacional agrícola Monsanto, por su uso indiscriminado de transgénicos (en términos precisos, llevan a cabo «ingeniería genética de semillas») y otros químicos como pesticidas y herbicidas. No es la primera vez que Neil Young hace un disco protesta («Living with War» fue publicado en 2006 contra la guerra de Irak), pero el músico ha ampliado su denuncia a través de un corto cinematográfico sobre el problema de las semillas y sus patentes. La compañía le contestó asegurando que sus denuncias son «mitos» y también difundió su propio documental contra las tesis de Young, que se involucra en causas siempre que puede. La última, su lucha contra las excavaciones que amenazan las ancestrales tierras de los indios Athabasca Chipewyan de Canadá, para lo que organizó un concierto benéfico.