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Rafael Gumucio: «Los insultos son la parte más sentimental del idioma»

El escritor habla con LA RAZÓN de su más reciente novela, de cómo no quiso que ésta fuera un discurso sobre Chile y de la influencia de las mujeres en su escritura
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Rafael Gumucio habla con LA RAZÓN de su más reciente novela, de cómo no quiso que ésta fuera un discurso sobre Chile y de la influencia de las mujeres en su escritura
La última novela de Rafael Gumucio es una tragedia revestida en humor y plagada de insultos que habla mucho más sobre Chile de lo que el escritor habría querido. Enmarcada en el caos del golpe de Estado que tumbó a Jean-Bertrand Aristide en 2004, «Milagro en Haití» (Random House) cuenta cómo Carmen Prado, una sesentona de la clase alta chilena, sobrevive a una operación estética de la mano de Elodie, su cocinera, su Sancho Panza. Gumucio explica que la idea vino de la experiencia de su madre, que también vivió y se operó en Haití, pero que el resto de la historia se fue desarrollando a través del lenguaje: «No sabía el final ni de dónde venía, y el lenguaje me iba sugiriendo el camino. Como una persona que está en un túnel y tiene que usar fósforos para ir iluminándose: con un fósforo yo veía una cosa, con otro fósforo veía otra, y así me configuré un mapa del lugar».
Gumucio nació en Santiago de Chile en 1970, pero tres años después, tras el golpe de Estado de Pinochet, su familia fue exiliada. Su relación con el país que no lo vio crecer, pero en el que se ha desarrollado como profesional, es «contradictoria» y ha estado llena de duras críticas a una sociedad que considera «vetusta, muy conservadora». En Santiago trabaja como periodista y locutor de radio, ha sido productor y guionista de programas de televisión y es uno de los fundadores de la revista «The Clinic», que en su página web se autodefine de la siguiente manera: «The Clinic Online tiene como misión ser un espacio de participación ciudadana y bla, bla, bla, comunidad virtual, bla, bla, bla, necesario para el país y el mundo bla, bla, bla».
–Presentó su novela primero en Chile y ahora la trae a España. Dijo en otra ocasión que le gustaba la idea de que llegara el libro y después usted, ¿qué versión de sí mismo quiere que llegue a España?
–No estaba haciendo ninguna metáfora cuando lo dije (Risas). Sí, me refería a que aquí puedo ser sólo escritor. En Chile soy el escritor más conocido-desconocido, porque me conocen mucho, pero no saben que escribo. Aquí soy un escritor desconocido, pero escritor.
–Ha dicho también que en este libro quería «escapar» de Chile, pero parece que no lo consiguió.
–Tenía conciencia de que el personaje es chileno, pero quería escapar del retrato de Chile. No quería que fuera un libro sobre Chile, ni un discurso sobre Chile. Los personajes son del lugar de donde vienen, pero no necesariamente son un retrato de esos lugares.
–¿Haber vivido fuera del país tanto tiempo le dio la perspectiva necesaria para escribir de él y, específicamente, de la sociedad a la que pertenece Carmen, su personaje?
–Yo fui educado en Francia, en una familia de exiliados, y eso, por supuesto, marca mucho. Chile fue, por un lado, una fatalidad –porque tuvimos que cargar con Chile sobre los hombros–, pero, por el otro, fue un deseo. Cuando yo llegué a Chile, a los 14 años, tuve que aprender esta sociedad y este país, y evidentemente me pareció interesante. Chile es una sociedad muy joven, muy nueva, y al venir de Europa me pareció que eso era exactamente lo que necesitaba, un lugar en el que todo estaba surgiendo. Me pareció que era un país del siglo XIX, con empleadas y carruajes y cocineras, y eso me pareció muy entretenido para escribir.
Yo decía:«Me salvé». Porque si me hubiera quedado en Francia estaría escribiendo historias íntimas sobre depresiones y novias que se van y que vuelven. Ahora, en cambio, tengo una sociedad como un teatro, con sus actores, sus protagonistas, sus antagonistas. Desde el punto de vista literario era un maravilloso material. Y era aún más maravilloso porque nadie lo veía así.
–Pero, ¿se siente chileno?
–Me siento chileno, pero por supuesto que tengo una relación contradictoria con el país.Es el país en el que hice las cosas más importantes que iba a hacer, entonces le tengo cierta lealtad, pero soy muy crítico y muy duro con el país. Y siento que en el libro conquisté, aunque me costó, una prosa chilena.
–El lenguaje que utiliza, justamente, dice mucho de su país. Insiste en expresiones «muy chilenas», como las llama Carmen, para quien el lenguaje es una herramienta esencial...
–El lenguaje es lo único que le va quedando, porque su único cuerpo es el idioma, navega en él. Pero la novela para mí es principalmente una exploracion del idioma, del lenguaje, de la construcción de imágenes, y uno de esos materiales es ella y su forma de hablar. Pero también hay otros, como la prosa del narrador, que a veces se va para un lado, vuelve, ilumina, deja de iluminar. Son cosas que no le interesan a nadie más que al escritor, pero que fueron los motivos por los que escribí el libro: el juego de lenguaje, de técnicas narrativas. Eso me iba guiando.
–Ha dicho que es muy crítico con su país. En el libro, Carmen vocifera muchas críticas, ¿son parte de su opinión personal?
–Muchas de las cosas que Carmen piensa o dice son cosas que pienso y digo yo. Lo que pasa es que no soy una mujer de sesenta años, todavía. Pero sí, tenemos muchas cosas en común. Pero también tenemos en común que no se nos puede tomar en serio. No pretendemos, ni ella ni yo, ser coherentes. Ella sólo se manifiesta, pelea contra todo en una guerra frontal. Pero yo la miro con complicidad, con cercanía.
–En esa guerra los insultos son su gran arma...
–¡Y eso que quité la mitad! Porque una de las cosas que me pidió mi mamá al leer el manuscrito fue que le quitara tantos insultos. Pero hay que entender que esta mujer tiene que recuperar su vida, y los insultos son la parte más sentimental del idioma, lo que más nos acerca a nuestra infancia, es lo más comunitario. Carmen es alguien que se siente víctima de una gran conspiración y usa todas las armas que puede para defenderse de unos enemigos terribles que ella ha imaginado. Yo sé que hay gente a la que le parece violenta la forma en que se manifiesta, y también sus prejuicios raciales y sociales, pero a mí me pasa en la vida y en la literatura que la gente que es de verdad nunca me insulta ni me indigna. Cuando alguien es él mismo siempre le puedo perdonar casi todo, pero cuando alguien actúa o parece algo que no es, éso sí es imperdonable.
–¿Hay mucho racismo en Chile?
–Sí, claro. Yo creo que el racismo es natural. No ser racista es un esfuerzo que hacemos y que algunos logramos, pero la naturaleza es racista. Carmen no se reprime, pero el suyo es un racismo latinoamericano que, a diferencia del racismo anglosajón, no se basa en la eliminación del otro, en mantener separados a los negros y a los blancos. El racismo latinoamericano quiere tener hijos con la otra raza, quieren vivir juntos aunque se mantengan las diferencias, los prejuicios y los golpes. Pero, claro, Carmen es bastante racista y muy despreciativa, pero, por otro lado, tiene una relación casi de hermana con Elodie: la insulta, pero la quiere, la necesita y la aprecia.
–Ya le habrán felicitado por el gran trabajo que hace con Carmen y por como logró meterse en la piel de una mujer. ¿Cómo fue ese proceso?
–Es muy raro, ¿ah? Pero también es verdad que hubo un proceso previo, porque yo escribí un libro antes que se llama «Mi abuela, Marta Rivas González», que me obligó a investigar y a meterme en la cabeza de mi abuela y un poco, también, a reconocer hasta qué punto ella, mi madre y mis tías fueron importantes en mi vida y me formaron. Viví rodeado de estas mujeres a las que pasé la vida entera escuchando y claro, todos esos años de escuchar a mujeres hablar cicatrizaron en esta novela. Pero yo creo que ahora toda la literatura es básicamente hermafrodita (no soy yo quien lo dice, tomo la frase de alguien más). Todos los escritores que valoro tienen un aspecto femenino. Escribir es un arte más femenino que masculino, es dar nacimiento a una criatura. Mucha gente me dice que el libro parece escrito por una mujer, ahora, no sé si una mujer escribiría tan mal sobre sí misma. Una mujer guardaría ciertas apariencias o cuidados que yo no guardé. Yo tengo muy poco pudor y una mujer, incluso una como Carmen Prado, tendría unos pudores que yo no tengo y que me permiten escribir cosas que resultan molestas. Creo que mucho del arte tiene que ver con ese juego del pudor.
–¿Hay humor en esta historia trágica?
–Es un libro bastante humorístico y tremendo, porque todo lo que pasa es tremendo, pero no es un libro que se toma en serio. Ningún personaje es coherente, no se pueden tomar en serio: dicen una cosa y la otra y la de más allá.