Réquiem por la música «indie»
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Un momento: ¿es posible una historia interesante sobre un grupo de música en la que no aparezca el sexo ni las drogas? ¿Sobre un trío que lleva treinta años de feliz convivencia, el mismo tiempo que dura el matrimonio de dos de sus miembros? ¿Puede hacerse interesante una biografía colectiva con unas vidas privadas tan aburridas? La respuesta es que sí. Yo La Tengo es para muchos críticos la banda que mejor representa el «indie» rock americano y en «Big Day Coming», el libro que sobre ellos ha escrito el músico y fan número uno de la banda, Jesse Jarnow, queda claro que, detrás de la apariencia de «nerds» de la música (algo que probablemente son en realidad), hay una trayectoria y un papel protagonista en una época fundamental de la música popular en las últimas décadas.
Vestigio de una generación
Eso sí, de la lectura del libro y a la vista del panorama actual, se puede certificar el final de todo vestigio de aquella generación. Incluso en la periférica España, en la que el Festival de Benicàssim, paradigma de la independencia ibérica, puede programar sin arrobo a Lilly Allen, y el Sonorama, el mejor lugar de reunión de la secta española, vive un año de gloria nada menos que con Raphael. La militancia «indie» surgió con el objetivo de hacer música inteligente y diferente, como una respuesta al sistema y a la voracidad del negocio musical, que ya no tiene propósito, porque apenas queda industria y la mayoría de grupos salen de su propio garaje y no de un laboratiorio de marketing. Arctic Monkeys o Arcade Fire venden tanto como Robbie Williams.
Pero en los noventa las cosas no eran tan fáciles, no había dinero fuera de las compañías, ni circuitos de conciertos, ni emisoras de radio. El primer escenario de esta historia es Hoboken, un microcosmos que se asoma al balcón de Nueva York desde el otro lado del río Hudson. Un lugar donde se asentaron familias judías progresistas y donde los pioneros del béisbol a finales del XIX dibujaron los primeros campos con su famosa forma de diamante. Y por esta afición al béisbol incrustada en el ADN de sus habitantes, el grupo se dio a sí mismo el nombre que más veces ha escrito de forma incorrecta la Prensa americana. Porque en Yo La Tengo, en español, nunca tuvieron un miembro hispano o latino, sino que el origen del nombre se encuentra en la desastrosa temporada que hicieron los New York Mets en la liga de béisbol americana. El equipo favorito de Ira Kaplan, guitarrista del grupo, terminó último, a 60 victorias de los primeros, entre otras cosas porque cuando el centrocampista Richie Ashburn gritaba «I've got it!» (¡Yo la tengo!) mientras corría hacia la pelota, su compañero, el venezolano Elio Chacón, que no hablaba inglés, no le entendía. En cada bola dividida terminaban chocando, pero como el jugador latino pesaba 20 kilos más que él, aprendió a decir en español «yo la tengo» por la integridad de sus huesos. La anécdota ilustra el espíritu de antihéroes que cultivaron los miembros del grupo. Georgia Kaplan e Ira Hubley (a los que hay que añadir James McNew desde 1992) eran personajes tímidos, pero de un conocimiento musical abrumador. En su fundación como grupo de versiones, llegaron a tocar más de mil temas de otros músicos, y su virtuosismo era sólo comparable a su falta de ambición. Nunca quisieron (ni claro, tuvieron) un éxito de ventas, y Kaplan fue el primero en la historia que fracasa como periodista musical y triunfa como músico.
El subtítulo, lo interesante
Ahí está el Maxwell's, un milagroso lugar que era el bar de una fábrica pero fue reconvertido en local de conciertos. En esa humilde sala tendrían que haber actuado Joy Division si Ian Curtis no se hubiese suicidado dos meses antes. Asistimos a la influencia del «New York Rocker», que trató desde sus páginas por igual la llegada de R.E.M. o las giras de Dead Kennedys. En el libro, Jarnow, con abundantes (y a veces desesperantes) disgresiones, abre el foco hacia una historia que va más allá del trío. Ahí es, a pesar de los rodeos, donde la narración tiene verdadero interés, en el subtítulo: el nacimiento de una industria musical alternativa, medios independientes, radios para minorías y festivales que han pasado de ser «para entendidos» a eventos masivos como el SXSW.
Jarnow no se ocupa de describir las melodías o la forma de escribir de los de Hoboken, pero sí comenta los motivos para hacerlo: no estaban para encontrar pareja, ya la tenían. Ni sabían a qué estilo asimilarse, pues les gustaban todos. Jarnow se centra más en la arqueológica labor de describir el ecosistema y compilar los datos. Recoge que son la banda sonora en una novela de Jonathan Franzen y en un relato de Jonathan Lethem. Yo La Tengo vive la época de febril voracidad de los grandes sellos, que tratan de fichar al siguiente Nirvana. El mundo se había quedado estupefacto ante el surgimiento de los de Seattle, que destronaron a Michael Jackson saliendo del más hermético anonimato. Los ejecutivos, en este caso Gerard Cosloy (Matador), están seguros de que Yo La tengo venderán millones de discos. Nunca lo consiguieron –ni siquiera los Pixies–, pero lo cierto es que tampoco pareció importarles y, de hecho, siguen en Matador. El libro refleja esa fase en la que las compañías jugaban al casino fichando a cualquier grupo ruidoso con aura de borrico o artista, surgido de universidad o suburbio. Aunque el «indie» se terminó para muchos cuando el dinero entró a raudales –algunos lo cogieron y eso les destruyó, otros no, y desaparecieron–, de la filosofía y la actitud quedaban algunos restos al comienzo del siglo XXI. Hoy, ese capítulo parece cerrado. Internet y el acceso infinito a músicas supusieron cambiosprofundos. Yo La Tengo son una banda de personas de mediana edad con un éxito moderado. La humildad de estos músicos es auténtica. Lo que este libro prueba es que, para los miembros de Yo La Tengo, el éxito es hacer lo que quieres.