Robert Walser, el oficinista
Un escritor que reside en un psiquiátrico y que acostumbra pasear por los campos aparece muerto sobre la nieve en la Navidad de 1956. Se llamaba Robert Walser. Ahora, en una excelente edición de Siruela, se recopilan sus relatos sobre el universo de las oficinas y sus personajes. Esa vida laboral en la que comenzó a desempeñarse recién entrado el siglo XX y que terminaría retratando. Walser trabajó como empleado de banca –allí donde vio que todo ese nuevo mundo que se le abría ante sus ojos no suponía más que la encarnación de una existencia predeterminada y carente de sentido–, como sirviente o como secretario, y siempre provisto de una sensibilidad afilada de mina de lápiz, que se sabe rota dentro de la madera, creó una prosa irónica e incluso humorística que, como en el caso de creadores de ambientes oficinescos: Kafka, Musil, Gogol..., hace sonreír a sus lectores, pero sólo hasta el punto justo que nos ponemos dentro de los personajes, y entonces la sonrisa se congela, y el absurdo y la inutilidad de la vida aparecen palpables ante nuestros ojos.
El lector sufrirá una fascinación casi hipnótica por la prosa de Walser que, por ejemplo, en su relato «Vida de poeta» nos habla de un escritor de alimentación frugal, pues se afirma en este dossier (en buena parte semejante al «Informe para una academia» que Kafka escribiera en 1917) que «los poetas gordos son una especie de imposible». En estos relatos, recopilados por primera vez en un solo volumen, sus personajes tienen conductas erráticas precisamente en un ambiente tan poco propicio para ellas, quizá por eso cuando despiden a uno, alega su jefe: «En general, su conducta apenas despertó una sombra de duda».