Sádica Stephenie Meyer
La autora de la saga de «Crepúsculo», variación libérrima del género de vampiros, abandonó la novela para adolescentes para adentrarse en el más que ambiguo terreno de la literatura para adultos; primero con «The Host» y hace un año con «La química». Sin embargo, nada ha cambiado en el tránsito entre la adolescente gótica de «Crepúsculo» que se enamora de un guapo vampiro y la joven cuyo cuerpo ha sido ocupado por un alienígena en «La huésped» o una temible torturadora de la CIA en «La química». En las tres novelas, el romanticismo ocupa el lugar del sexo, una especie de excitación por la castidad, calificado por las femiradicales como «abstinencia porno» mormona, cuando es producto de su libertad de elección de esta rebelde a las contradictorias exigencias y dictadura del feminato WASP.
Ahora vuelve con otra pareja imposible: una joven espía acosada por los servicios secretos propios, enamorada de un hombre a quien tortura, sin más atributos que la normalidad y la bondad. Porque la problemática de la heroína, Alex, es su profesión: especialista en interrogatorios con tortura a base de cócteles químicos, de ahí su apodo de la química, sinónimo de dolores físicos atroces.
El espía contra el sistema
No es extraño que «Cincuenta sombras de Grey» surgiera como «fanfic» de «Crepúsculo». La sexualidad literaria de Stephenie Meyer es la purificación romántica por el dolor. Lo que inevitablemente conlleva al sadomasoquismo y el goce del sufrimiento físico como vía regia a la pasión amorosa. Dígase lo que se diga, las tres novelas kilométricas de Stephenie Meyer no dejan de ser romances que transitan los géneros a la misma velocidad de crucero que un transexual en busca de reasignación de sexo. La constante es el romance de los protagonistas, ya sea una pasión desatada con un vampiro, con un rebelde en lucha contra alienígenas invasores de cuerpos o con trasfondo de novela de espías en la que la tortura física al amado puede sugerir las heridas metafóricas que causa el amor.
A Stephenie Meyer lo que le va es la novela romántica aberrante. Amor con barreras aparentemente infranqueables. Heroína que lleva el peso de la acción y, a despecho de los peligros, es capaz de hacer el amor con un vampiro, que es como dejarse acariciar por Eduardo Manostijeras, o proteger a un hombre con su vida después de torturarlo. Pasiones bizarras de un torturado enamorado de su torturadora. Sadomasoquismo entre el síndrome de Estocolmo y «Portero de noche».
«La química» está dedicada a Jason Bourne, lo que da idea de que Alex es la feminización del espía paranoico en una huida interminable, acosada por los más poderosos servicios secretos yanquis. La típica fantasía norteamericana del individuo contra el sistema, la CIA y los políticos corruptos en la que acaba triunfando el bien; léase el amor entre opuestos. A pesar de los cientos de páginas que dilatan la trama hasta la extenuación lectora, Stephenie Meyer siempre logra escenas trepidantes de acción, sadismo sin cuento y amor romántico a raudales, como en los mejores thrillers de acción. Lo peor, esos diálogos dignos de una peli de espías chinos de Hong Kong o de Angelina Jolie, intérprete ideal de «La química».