Literatura

Dublín

Un sufridor llamado Quirke

Benjamin Black regresa con la saga del exitoso inspector, antihéroe «noir»

Un sufridor llamado Quirke
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La pasión que siente Benjamin Black por la literatura es muy superior a su fascinación por la novela policiaca. Si el género no doblegara su pulsión literaria, él se pasaría la novela adentrándose en el mundo melodramático de sus personajes, buceando en ellos y en la turbia y acuosa atmósfera que envuelve Dublín y su perenne cortina de lluvia y viento que la azota a diario. ¿La aventura? ¿La intriga? Pecata minuta comparado con los vuelos narrativos de este autor que se pierde por una brillante metáfora y una buena divagación preciosista, vengan o no a cuento. Los lectores de novela negra, más todavía los cursis que hablan del «noir», como si al utilizar este galicismo la novela adquiriera una entidad nueva y más oscura, debe sentirse complacidos de que las obras de Benjamin Black no arranquen del todo, de que permanezcan en esa zona negra indeterminada donde su mundo se dilata entre lloviznas y el dolor ocupa el lugar del crimen que corre soterrado bajo la angustia y la desazón de sus personajes. ¡Ay!, la condición humana.

Porque ríase de Wallander, el mo- delo del investigador problemático por antonomasia, y de la patóloga Kay Scarpeta, o de la crispada Hanne Wilhelmsen y de la noruega Anne Holt; el fúnebre forense Quirke es el más apesadumbrado, misántropo y adusto médico-investigador de la historia del «noir» contemporáneo, un hombre inestable y enrevesado, alcohólico impenitente y depresivo hasta el punto de decir su autor que «todo lo que tocaba tendía a marchitarse y morir». Estamos frente a un ser profundamente herido: «A veces pienso –le dice su amante– que te gustan tus heridas». El significado de la felicidad y el amor se le escapan.

El brillante y pirotécnico Benjamin Black no tiene empacho en condensar la novela en pocas anécdotas y mantener al lector en suspenso mientras cuenta los mareos, alucinaciones y visiones interiores del pobre Quirke, que además de ayudar a resolver el caso al teniente Hackett, otro ser mediocre e insignificante, trata de encubrir el horror que lo embarga mediante la ingesta de whisky Jameson y dilatar la intriga hasta extremos que exceden la lógica de todo relato policiaco. Lo cierto es que Quirke sufre. La narración es doliente. El estilo es brillante y la muerte parece algo natural al estado depresivo que domina todas sus novelas, en las que un accidente que hay que resolver ocupa la triste vida del patólogo hasta devolver la ruptura al mundo, a la normalidad. ¿La normalidad, hablando de Benjamin Black? Realmente la vida tan aciaga de Quirke, su orfandad, el desprecio hacia la curia católica irlandesa y su obsesión por el pasado da para una novela de Dickens. Algunos hablan de Quirke como el nuevo antihéroe del «noir», cuando es otro de los héroes problemáticos, el típico «héroe moderno» del que hablaba Lacan a propósito de Hamlet: «Aquél que ilustra acciones ilusorias en una continua situación de extravío». Y si esta definición ya le convenía a Marlowe ¿cómo no va a convertir a Quirke, siendo Benjamin Black el encargado de continuar las aventuras de Chandler en «La rubia de los ojos negros?».