Una insulsa historia japonesa
Más que una novela de suspense, «Pájaros de la lluvia» es un relato de pequeños misterios. El tipo de cosas que ignoramos de los extraños que se cruzan en la vida. Historias cotidianas, tragedias domésticas y secretos que salen a la luz sin aspavientos. Eso que los franceses llaman «las cosas de la vida». La protagoniza un joven sin nada especial que contar, llegado a una ciudad japonesa de provincias, en la que han asesinado a su hermana. Su mundo, ya de por sí minúsculo y sin interés, se va ampliando con el de una serie de personajes menores que viven en una ficticia Akakawa.
Nada especial. Historias vulgares con toques excéntricos y cierta poética del desasosiego van pespunteando el relato en primera persona de este personaje apático, indolente y tan poco interesado en conocer los secretos de media docena de personas insulsas que en descubrir el misterio que rodea la muerte de su hermana. El tópico de lo japonés se impone sobre cualquier otra consideración. Es decir, la lentitud del relato, la indolencia de los protagonistas, el secretismo íntimo y la excentricidad de las vidas de cuantos aparecen en este relato más bien adolescente, repleto de silencios, tristezas, resignación y vacío. Típico de las películas niponas en las que se mostraba la vida familiar con un estilo realista y con tono poético.
Es de suponer que esta escritora indonesia, que vive en Singapur, conoce el popular género cinematográfico del «shomin-geki», dramas realistas protagonizados por gente corriente. Sus maestros fueron Ozu y Mizoguchi. «Pájaros de la lluvia» no deja de recordar este tipo de dramas cotidianos, con un halo de misterio, cierta ingenuidad, mucha lentitud y un toque de suspense. Llamar realismo mágico a lo que escribe Goenawan es exagerado. Realismo doméstico onírico le cuadraría mucho mejor. El tipo de relato cautivante y poético de una escritora joven que cuenta su experiencia personal filtrada por una delicada sensibilidad no exenta de cierta carga de lirismo.
Sin afecto ni deseo
La influencia de Murakami puede apreciarse en un tema tan socorrido como la soledad y la divagación literaria, aquí escorada fatalmente hacia el desasosiego juvenil y el sinsentido de unas vidas que aspiran poco más que a un pasado sin afecto y un futuro sin deseo. Comenzando por las extrañas relaciones familiares y siguiendo por la manifestación de los afectos y la melancolía que rezuma la novela entera. Añádase un misterio que se diluye entre golpes de efecto retardado. Una intriga que es mero pretexto.
El relato de Goenawan tiene un tono plano que desconcierta, hasta que el lector cae en la cuenta de que el narrador se demora en digresiones que apenas interesan a la trama. El resultado es tan previsible como esos relatos escritos por una buena alumna de un taller de escritura creativa. Lo mejor es el tono desencantado. Su voluntad de estilo. Decepciona el fondo melodramático que aflora como inevitable: adulterio, culpabilidad y resignación, sin encontrar el tono mágico que pretende.