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Lina Codina, una española en el gulag

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Reyes Monforte novela los años dorados de esta española, casada con el compositor Prokófiev, y su posterior calvario bajo el régimen de Stalin.
En el número 4 de la calle Bárbara de Braganza de Madrid hay una placa que reza así: «En esta casa nació Lina Prokófiev (Carolina Codina Nemiskaya) 1897-1989. Cantante y esposa del compositor Serguéi Prokófiev». Una mujer cosmopolita, bella, elegante, culta y políglota que llevó una vida apasionante y, como tantas figuras en España, casi desconocida en su país. Su vida de novela ha sido rescatada por Reyes Monforte en su último libro, «Una pasión rusa» (Espasa), Premio de Novela Histórica Alfonso X El Sabio 2015. En él recorre cronológicamente su intensa vida desde 1918 hasta su liberación del gulag en 1956. La define «como una gran seductora adelantada a su tiempo, refinada, gran conversadora, de elegancia natural... Lina Codina es un personaje que, si fuese norteamericana, británica o francesa, contaría con una serie, película o novela sobre ella, porque cuesta encontrar biografías tan apasionantes como la suya», afirma la autora, que la descubrió de forma casual: «Me gusta Prokófiev. Vi la placa y me llamó la atención que la musa que inspiró a un músico tan grande hubiera nacido en Madrid. Entré por curiosidad, investigué sobre ella y ése fue el origen de la novela. Su vida es un paseo por el siglo XX».
Era hija de Juan Codina, tenor catalán, y de Olga Nemivskaia, cantante rusa de origen noble. Pronto habló cinco idiomas: el ruso, con su madre y su abuelo; el francés, con su abuela; el castellano, el catalán, con su padre, y el inglés. Su educación fue exquisita, en especial en lo tocante a música y arte. En 1908, la familia se instaló en Nueva York. La novela arranca allí, en 1918. Su sueño era convertirse en una famosa cantante de ópera. Destacaba por su belleza y elegancia vistiendo. Ese mismo año, una amiga la animó a acudir a un recital en el Aeolian Hall. Conocía personalmente al compositor y quería presentárselo porque era una persona joven y muy interesante. Se trataba de Serguéi Prokófiev, que entró así en la vida de Lina.
«El amor mueve el mundo»
Allí comenzó su gran historia de amor. «El amor mueve al mundo más que el dinero. Las mayores locuras son las que se hacen por amor», afirma convencida Reyes Monforte. «Tenía un voz muy bonita, se preparó durante dos años en Milán y llegó a ver su nombre anunciado en los carteles de una ópera con el nombre de Lina Llubera. Debutó como Gilda de “Rigoletto”, pero la traicionó el miedo escénico, algo que había heredado de su padre. Con el tiempo, ese miedo pudo con ella y, como era inteligente, lo dejó y se propuso hacer mejor a su marido y a su música y lo consiguió». Aunque el romance tuvo durante mucho tiempo tintes de cierta clandestinidad, se casaron en 1923 en Múnich. Juntos vivieron el esplendor de ciudades tan cosmopolitas como el París y la Nueva York de entreguerras y tuvieron dos hijos, Sviatoslav y Oleg. Se codeó con la crema de la intelectualidad europea y norteamericana de la primera mitad del siglo XX. Músicos como Rachmáninov, Ravel, Rubinstein, Andrés Segovia y Falla; pintores de la talla de Picasso y Matisse; escritores y poetas como Hemingway, Lorca y Jean Cocteau; ilustrísimos como la escritora y coleccionista de arte Gertrude Stein, el coreógrafo Diáguilev y la diseñadora Coco Chanel. «Con algunos, como Coco Chanel, sintonizó especialmente. Eran parecidas y aliadas, se admiraban mutuamente. Probó un perfume que estaba preparando, era el Chanel nº 5, y le regaló un abrigo que conservó toda su vida. Su complicidad con ella fue muy importante para Lina. Con Hemingway, al que conoció casualmente en un café de París, y con Boris Pasternak. Llevó una vida privilegiada», afirma Reyes Monforte, que cita una frase de ella misma: «La vida puede ser difícil cuando te han mimado mucho. Su vida fue una fiesta hasta que alguien apagó la luz».
Las autoridades soviéticas intentaron atraer a Prokófiev, pero Serguéi temía regresar a su patria. Los rumores hablaban de un país empobrecido, una población sometida al miedo, sin libertad, recelosa del vecino que podía delatarlo. En enero de 1927, regresaron a Rusia y su visita fue casi una cuestión de estado. Después volvieron definitivamente. La situación política de la URSS se deterioraba a pasos agigantados. La de la pareja, también. En 1938 Serguéi conoció a una joven estudiante de literatura, Mira Mendelssohn, con quien inició una relación clandestina y se casó en enero de 1948, sin llegar a formalizar su divorcio con Lina. «Seguía enamorado de ella, pero no quería prescindir de Mira. Esa contradicción los destrozó a ambos, pero el amor de Lina por él nunca decayó. Ella era la disciplina, el orden, y Mira una joven que le lo halagaba, un capricho al que no quiso renunciar. Por ella dejó al amor de su vida y a sus hijos». Y prosigue la autora: «Hubo varios sucesos que marcaron su vida: uno, irse a vivir a Rusia y otro, la aparición de Mira. A Prokófiev le perdió la vanidad de triunfar en su tierra, el apoyo público de Stalin –hasta que cayó en desgracia–, pero ella siempre tuvo miedo a no poder volver. Pensó que sus errores definían su vida más que sus aciertos, que el destino se vengaba de ella por lo bien que le había ido anteriormente».
La terrible Lubianka
Fue detenida durante las purgas ordenadas por Stalin acusada de espionaje en febrero de 1948. Aquel día comenzó una pesadilla que no acabó hasta junio de 1956. Su primer destino fue la tétrica prisión de Lubianka, donde la torturaron para que confesara ser una conspiradora. Dada su resistencia, fue trasladada al duro penal de Lefertovo, donde la tortura alcanzó un grado de salvajismo inimaginable. Cuando amenazaron con matar a sus hijos, firmó «su confesión» y fue condenada el 1 de noviembre de 1949. De ahí al gulag en la aldea de Abez, a cincuenta kilómetros al norte del Círculo Polar. Su nombre quedaría ligado a la pequeña ranura, a modo de buzón, con el número 388/16b. Reyes Moforte afirma que «nunca perdió su dignidad ni traicionó sus principios. El propio juez que la juzgó, que sabía que era inocente, le mostró su admiración. Su marido cedió ante Stalin por protegerla a ella y a sus hijos». Y continúa: «Lina sobrevivió por amor, esperaba continuar su historia con él. Su reencuentro era un motivo que la alentaba para sacar fuerzas y sobrevivir. Por eso, cuando se enteró de su muerte se vino abajo. Cuando salió, nunca quiso hablar de su estancia en el gulag, ni siquiera con sus hijos». Lina Prokófiev falleció en Londres en la madrugada del 2 al 3 de enero de 1989 a los noventa y un años de edad. Había sobrevivido treinta y seis años a su marido, Serguéi Prokófiev.

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