«Las Brigadas Rojas, esos desgraciados pobres de ideas y espíritu»
Mario Calabresi publica «Salir de la noche», un duelo por su padre asesinado durante los años de plomo en Italia
Madrid Creada:
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Los terroristas no deben haber visto «Bambi». Y si la han visto lo más probable es que no les guste. No tiene que extrañarle a nadie, porque en esa película, ellos son el cazador, el hombre que deja huérfano a Bambi. Todos somos conscientes en esa película del dolor de un cervatillo que se ha quedado solo, pero no tenían que sentir lo mismo los hombres que colocaron la bomba en la Banca Nazionale dell’ Agricoltura de la Plaza Fontana de Milán. Ese atentado costó la vida a 17 personas y dejó heridas a 88. A este atentado siguió la fundación de las Brigadas Rojas.
Italia iniciaba la larga noche que la historia vino a llamar después los años de plomo y que se prolongarían hasta el final de la década de los ochenta. Una época que permea «Il Divo», de Paolo Sorrentino, que asoma en «Todo el dinero del mundo», de Ridley Scott, y que refleja de manera excepcional «Exterior noche», una miniserie de Marco Bellocchio, que narra el secuestro y asesinato de Aldo Moro –esta semana, el día nueve, precisamente, se cumplía el aniversario de su asesinato–. También estos días, las librerías recuperan «El caso Moro» (Tusquets), de Leonardo Sciascia, y, sobre todo, se publica «Salir de la noche», de Mario Calabresi, un libro cuya publicación ha conmocionado desde el primer momento a la opinión pública italiana y que viene a sumarse a «La grieta y la luz» (Encuentro), de Gemma Calabresi, su madre, que aborda el dolor que padecen las víctimas del terrorismo.
Como sucedió con Héctor Abad Faciolince, que vio cómo su padre era asesinado cuando era pequeño –experiencia que relata en «El olvido que seremos» (Alfaguara)–, Mario Calabresi era un niño cuando asesinaron a su progenitor a las 9.15 de la mañana, cuando abría las puertas del Cinquecento azul de su esposa, el 17 de mayo de 1972, seis años antes de que las Brigadas Rojas mataran a Aldo Moro. El calendario, para él, se detuvo ese día. Pero, ¿por qué le arrebataron la vida? Tres días después del atentado que se enunciaba al principio, el anarquista Giuseppe Pinelli caía al vacío desde la cuarta planta de una comisaría de Policía. Era la oficina del comisario Luigi Calabresi. Enseguida comenzó una campaña, acusándole de ese homicidio desde el diario de la organización de extrema izquierda Lotta Continua. Los hechos y los testigos demostraban que Luigi Calabresi no se encontraba en esa habitación, pero no resultó suficiente para que desde las páginas de ese periódico se le acusara, se le amenazara, se le difamara y que en las calles comenzara a conocérsele como «comisario ventana».
Mario Calabresi reconoce que «el único recuerdo que tengo de mi padre es el de la última mañana de domingo que pasamos juntos». Solo le queda eso. La ironía, como prueba en este libro, es que Pinelli compartía vínculos amistosos con Calabresi; que este hombre no fue asesinado por la Policía, sino que cayó accidentalmente por la ventana al marearse, y que, a pesar de saberse la verdad, nadie la ha aceptado... hasta ahora. Calabresi ha crecido siempre con varios estigmas: el de víctima, el de la pérdida, el del dolor, el de la mentira y el de tener que limpiar el nombre de su padre. «Salir de la noche» se convierte así en una vindicación no solo de la memoria –no hay que olvidar a los que han sido asesinados y a sus familiares–, sino de la verdad y de la necesidad defenderla. En estas páginas se pregunta por qué se perpetúa en la sociedad una falsedad y describe cómo algunos movimientos sociales refuerzan el odio y se niegan a aceptar «las pruebas, el sentido común y los datos de la realidad».
Calabresi cuenta cómo la figura de su padre recogió el odio y la sed de venganza por la muerte de Pinelli, aunque eso fuera injusto. Sus páginas se convierten en este punto en un alegato de su inocencia y en un minucioso proceso de desmontaje de las teorías y acusaciones que ensombrecían el nombre de su progenitor.
Pero, él va más allá. Amplía el margen, y este título se erige en un alegato de las víctimas y de cómo quedan postergadas en la sociedad. Denuncia cómo «los terroristas se convierten en gurús, escriben libros, conceden doctas entrevistas». Él no discute que ellos rehagan sus vidas, pero sí reprocha que no guarden silencio y respeto por las familias de los que han matado «porque lo cierto es que los condenados a cadena perpetua hemos sido nosotros. Ellos tienen una segunda oportunidad en la vida, mientras que a aquellos que mataron, esta posibilidad les fue arrebatada».
Asegura que los terroristas «no tienen nada que enseñar» y denuncia que «las Brigadas Rojas llevan consigo un aura de personas comprometidas, de luchadores, en cambio eran solo unos desgraciados que llegaron a la lucha armada para redimir vidas sin perspectivas, personas pobres de ideas y de espíritu». Comenta cómo una televisión entrevistó a uno de los terroristas que mataron a los cinco escoltas de Aldo Moro en el mismo lugar donde él cometió el crimen, bajo la placa que conmemora el hecho. Nadie en ese medio se preocupó por lo que sentirían los hijos y esposas de esos hombres. Calabresi, por eso apunta: «¿Asesinados por qué, además? Por el sueño de un grupo de exaltados que jugaban a hacer la revolución, haciéndose ilusiones de que eran espíritus elegidos, almas bellas entregadas a una noble utopía, sin darse cuenta de que los verdaderos hijos del pueblo, como los llamó Pasolini, estaban en el otro lado, eran el blanco de su estúpida locura».
Este libro es una defensa y un homenaje a las víctimas de las Brigadas Rojas y el testimonio del dolor de un hijo por su padre asesinado
Ángeles López
¿Qué narra un hijo que quedó huérfano por una guerra nunca declarada, pero que luchó con balas reales y muertos tangibles? ¿Y qué explica después de que la imagen de su padre asesinado, aunque inocente, se haya visto oscurecida durante años? Todos podríamos imaginar odio, frustración, deseo de venganza... pero no. Mario Calabresi nos cuenta de forma serena, aunque profundamente lesionada, qué rumbo tomó su vida, la de sus hermanos y la de su madre después del salvaje asesinato de su padre, el famoso Comisario Calabresi, culpable, ante los ojos manipulados de la sociedad, del asesinato del anarquista Giuseppe Pinelli la mañana del 17 de mayo de 1972. Hecho que jamás cometió y del que fue exonerado por la justicia pero sobre el que no pocos han seguido tejiendo historias descabelladas con el fin de poder ofrecer a los italianos la cabeza de un «enemigo» convenientemente ejecutado.
Un dolor insalvable
Atravesar estas páginas supone comprender lo que ya sabemos pero no por ello es menos doloroso: que la muerte de un ser querido desgarra la vida de una familia y genera un dolor insalvable... inconsolable. Pero Mario Calabresi sabe contar con tanta pasión como honestidad la lucha sin tregua de su padre, los momentos de pánico que vivió, el terror familiar de esos años... y los hechos de aquella sangrienta mañana aparecen vivos ante él y también ante los lectores, como si el tiempo se hubiera detenido en ese momento. Varias son las espinas que tiene clavadas en el alma: la falta de justicia es una de ellas, la más evidente, pero, por encima de todo, querer equiparar a los asesinados a los asesinos. Todos son víctimas de la mima pifia política, todos son víctimas de los mismos errores... aunque, como se demuestra, sea una herejía compararlos.
El autor dibuja con tinta lóbrega el dolor de ver a los asesinos –o «colaboradores necesarios» de distintos ámbitos de la vida social– de su padre, pontificar sobre lo que fueron los años de plomo, logrando hacerse pasar por víctimas, o reivindicando su derecho a rehacer sus vidas después de ese tiempo. Por cada vez que uno de ellos reclama el derecho a una vida, a pesar de los errores cometidos, y sin reparar en la forma en que pesan sobre quienes tienen a sus muertos en el cementerio, dan una patada a la verdad. A la historia. Los asesinados no pueden volver pero los criminales parecen tener derecho a seguir siendo escuchados y justificados... incluso cuando no está nada claro su arrepentimiento. Y esta es una de sus denuncias. Necesitamos –y España bien lo sabe por la historia que le ha tocado vivir– una sensibilidad colectiva de denuncia a la violencia «política»... Si no, no hay camino al final del túnel.
▲ Lo mejor
No hay espíritu de venganza en las páginas de Calabresi, pero sí sed de verdad y de justicia
▼ Lo peor
Saber que las víctimas permanecieron borrosas, aunque este libro nos devuelve su historia