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Victoria Belim: «Los soldados ucranianos luchan por su tierra, los rusos por dinero»

En «Mi Ucrania» (Lumen), la autora narra su regreso a su país natal en 2014, cuando se sumergía en un nuevo conflicto con Rusia
Jesús G. FeriaLa Razon

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Mientras observaba «Paisaje con la Caída de Ícaro» –obra que se atribuye a Pieter Brueghel el Viejo–, en los Museos Reales de Bruselas, Victoria Belim llegó a una conclusión fundamental: «En el cuadro la caída ocupa apenas una esquina, y el resto es un paisaje cotidiano. Pase lo que pase, sufras lo que sufras, la vida continúa». La escritora, nacida en Ucrania, criada en EE UU y residente en Bélgica, es consciente del dolor que vuelve a sufrir su país natal, tras un siglo XX aún más complejo. Ante esto, busca en «Mi Ucrania» (Lumen) profundizar en las historias personales, aquellas capaces de subsanar heridas. Una obra en la que se traslada a 2014, cuando regresa a Ucrania para investigar un misterio familiar mientras el país se sumerge en un nuevo conflicto con Rusia tras la anexión de Crimea.
¿Dónde surge esta obra y cuál ha sido su elaboración?
Originalmente quería escribir sobre la historia de Ucrania, porque cuando el conflicto empezó en 2014 me sentía ignorante. Rápidamente me di cuenta de que lo más interesante no tiene que ver con la Historia, sino con las historias personales. Así se convirtió en una ventana hacia Ucrania través del microcosmos de mi familia.
¿Existe una identidad ucraniana? ¿Cómo la define?
Tiene que ver con la resiliencia y la esperanza. En el siglo XX, Ucrania estuvo llena de traumas. Ha sobrevivido a dos guerras mundiales, una civil, una revolución, una hambruna... y aún así ha logrado sobreponerse con una identidad muy clara. En 2014 aspiraba a entenderla, porque la historia de mi familia es la de muchos ucranianos, donde hay miedo y vergüenza.
¿Es la destrucción del sentido de la propiedad un peligroso arma de guerra?
Sí, sobre todo cuando contemplamos la guerra actual, cuando vemos que los ataques rusos se dirigen a civiles, museos, instituciones culturales... No es más que la continuación de las políticas de la era soviética, cuando se intentó destruir la cultura ucraniana, que se veía como una amenaza. Pero si logró sobrevivir al siglo pasado, puede con lo que sea.
En la obra menciona una antigua sede del KGB como símbolo de terror, ¿es un miedo sin fecha de caducidad?
El miedo permanece, y eso es perturbador. Puede haber desaparecido el KGB, puede haber colapsado la URSS, pero el horror se mantiene. Como persona que ha vivido tanto tiempo fuera de Ucrania no entendía qué quedaba por temer, pero con el tiempo me he dado cuenta de que ese miedo está enraizado en los años soviéticos.
En contraposición, es importante preservar la memoria, y en su libro refleja que las guardianas de esos recuerdos son las mujeres.
Cuando volví a Ucrania y empecé con la investigación, me di cuenta de que suelen ser las mujeres las que guardan el recuerdo. Tienen esa importantísima función de salvaguardar estas historias. Muchas veces se dice que el tiempo sana todas las heridas y que a veces es mejor olvidar y dejar pasar los malos momentos, sin hablar de ellos. Pero creo que el silencio no es la respuesta.
Escribe en el prólogo que es un libro que no podría haber escrito actualmente, ¿por qué?
En primer lugar por motivos prácticos, no creo que pudiese viajar con la misma libertad en pleno conflicto bélico. Pero desde el punto de vista emocional, en 2014 estaba en una posición mental diferente y buscando respuestas muy distintas a las que busco ahora.
Al vivir en Bélgica y ver desde fuera el avance de la guerra, ¿cree que se le está dando el tratamiento informativo, social o político que se merece?
Es una situación muy complicada para mí, porque estoy conectada con todas las partes involucradas: vivo en Bélgica, mi familia está en Ucrania y tengo parientes lejanos rusos. Siempre pienso en los más cercanos y en cómo les estará afectando, porque cada uno tiene una relación distinta con Ucrania y cada quien tiene su propia Ucrania. A veces, la diferencia entre una y otra puede ser impredecible.
A partir de sus estudios en Ciencias Políticas, ¿cómo ve lo que está ocurriendo?
Veo un conflicto entre la antigua colonia, Ucrania, y el imperio ruso, por lo que es muy desigual. Muy pocos podrían haber previsto que siete meses después Ucrania resistiera tan bien como lo está haciendo. No veo una solución sencilla para este conflicto ni parece que vaya a terminar en un futuro próximo, desafortunadamente. Yo mantengo la esperanza de que haya una victoria para Ucrania, porque los soldados rusos luchan por dinero, y los ucranianos lo hacen por su tierra. En el libro establezco una metáfora para esto, que es la obsesión monotemática que tenía mi abuela con su jardín. Para los ucranianos, la tierra es uno de los aspectos más importantes de sus vidas. Es una base emocional, un conflicto existencial.
¿A qué público espera que le conmueva la historia de su libro?
Pienso en aquellos que quieran entender mejor a Ucrania. Quisiera que extrajeran una mejor comprensión de la historia de mi país, porque nunca se ha contado. Hay una cosa muy importante que ocurre durante los periodos de conflicto militar, que es que la información que se recibe es unilateral: se recibe a través de canales oficiales, pero no llegan historias humanas, la voz de las víctimas, la voz cultural. Te cuentan cuántos bombardeos y cuántas bajas se han producido, pero no oyes lo que viven las personas. Por esta razón las historias personales como las de mi libro son muy importantes, porque añaden una dimensión humana. Ucrania no es un país que esté sumergido en un conflicto, sino que es un lugar de profunda humanidad.