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Las doce novelas que cuentan la Historia contemporánea de España

Jordi Canal ha seleccionado una docena de títulos de ficción para explicar el devenir de nuestro país desde finales del XIX hasta nuestros días
Las doce novelas que cuentan la Historia contemporánea de España
Libros
Jorge Vilches

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Si la Historia de España fuera una novela, ¿de qué género sería? Muchos dirían que un drama, quizá porque nuestro carácter es pesimista, incluso cainita, como señaló Unamuno. Otros, a lo Menéndez Pelayo, hincharían el pecho de orgullo enumerando las glorias populares. Hubo quien la trató como un problema, en opinión de Laín Entralgo, para que otro, Calvo Serer, dijera que no tenía ninguno. Lo cierto es que la española es una historia para quedarse mirando sin parpadear, la de un sujeto a biografiar con atención, al decir de Rafael Altamira. Una forma de hacerlo es a través de esa literatura donde se ha reflejado el espíritu, las hazañas y los sinsabores de este país. Lo ha hecho el catedrático de contemporánea Jordi Canal, afincado entre París y Gerona, con acrisolada experiencia en analizar los acontecimientos sin dejar nada fuera. De su pluma han salido «Banderas blancas, boinas rojas. Una historia política del carlismo (1876-1939)» (2006), «Historia mínima de Cataluña» (2015) o «Con permiso de Kafka. El proceso independentista en Cataluña» (2018). Ahora publica «Contar España. Una historia contemporánea en doce novelas» (Ladera Norte, 2024). 
España es inteligible, como señaló Julián Marías también a través de sus novelas. Por eso Canal ha seleccionado doce que dan sentido a nuestro periplo contemporáneo y que llegan a donde el historiador no puede, a esos recodos de la vida cotidiana que descubren la otra realidad. Así fue en el caso de Fernando Aramburu y su obra «Patria» (2016), que conmocionó a todos al mostrar la tragedia de las víctimas del terrorismo etarra en el País Vasco.
Esa es mi primera pregunta: ¿las víctimas del terrorismo son la memoria histórica que tenemos pendiente? Canal no duda. Es un historiador profesional y no puede eludir la verdad. «Memoria e historia son dos cosas totalmente distintas –me contesta–. Se ha hecho un uso partidista del tema de la memoria histórica, o democrática, que todavía es una perversión mayor». Es entonces cuando cuenta, tal y como narra en su libro, que «Patria», de Aramburu, sirvió para que la gente prestara atención a las víctimas. «Hasta esa novela los estudiosos se fijaban en el acto terrorista. La mayoría desconocía lo que suponía vivir en una sociedad tan enferma como era la del País Vasco, sobre todo, en una pequeña ciudad donde todo el mundo se conoce».

Nuevas generaciones

Le pregunto entonces por una certeza dolorosa, como es que las nuevas generaciones no saben quién fue Miguel Ángel Blanco. Aquí sale el docente, y responde que «seguramente lo hemos hecho mal en las aulas explicando la Historia». Pero ahí no está el problema, añade, porque «el PNV, Bildu, cierta izquierda en España y el nacionalismo catalán tienen la voluntad de pasar página porque se quiere ocultar que la situación actual del País Vasco ha estado condicionada por la amenaza terrorista».
Es significativo, digo yo, que esta memoria reciente se eche al olvido y que se insista en el recuerdo de Franco. «¿Quién piensa hoy en Franco?», le pregunto. «La izquierda, porque sigue siendo un argumento político». Es lo que está pasando «con la famosa conmemoración de este año –cuenta Canal–, que no tiene sentido porque es reconocer que si el dictador murió en la cama fue por la debilidad de la oposición antifranquista». Aquí vuelve de nuevo el historiador para señalar con acierto que los profesionales deberíamos revisar la idea de que los españoles no querían mayoritariamente a Franco.
«Había más franquistas y gente que no estaba por el combate que opositores porque los españoles habían asimilado que el país vivía en 1975 mejor que en los 40», se veían a sí mismos con «coche y electrodomésticos; es decir, que no vivían en el mundo de la Guerra Civil ni de la represión de posguerra. Sus vidas habían mejorado en relación con la de sus padres». Ya no era la España de «Los cipreses creen en Dios», de Gironella, presente en el libro de Canal. ¿La llamada «ultraderecha» española tiene interés en Franco?, inquiero al historiador. «No. Aquí y en Europa no tienen esos referentes».
Franco ha vuelto porque lo necesitan la izquierda y los nacionalistas, me dice. Se rompieron «los consensos de los 80 –dice Canal– con la llegada de la derecha al poder en el 96 y más claramente con la guerra de Irak, diciendo que Aznar no escuchaba a los españoles, que era autoritario y que se volvía a las formas de la dictadura de Franco». Esa contienda y la política retorcida nos separaron. Qué lejos queda el espíritu de «El 19 de marzo y el 2 de mayo» de Galdós, que Canal cuenta en su libro. Quizá la mejor forma de acercarse a ese ambiente enrarecido es «Crematorio» (2010), de Rafael Chirbes.
¿Por qué se denosta ahora ese periodo de nuestra historia? Incluso hay quien habla de la dictadura del Rey, le pregunto: «La Transición se construyó día a día. Hubo personajes concretos con ideas concretas, pero se improvisó con gran éxito. Hay historiadores que dicen que la Transición fue muy violenta. Sí y no, pero no se puede reducir el proceso democrático a la violencia. Otros aseguran que no nos llevó a la República, pero el historiador no tiene que ser anacrónico: la República era imposible, y el Rey se la jugó en muchas ocasiones por la democracia».
En cierto sentido, era un reto a la modernidad, con la típica tensión entre la realidad y el ideal como cuenta Pío Baroja en «Aurora roja» o Unamuno en «Paz en la Guerra», presentes en el libro de Canal. Le comento entonces que la Segunda República se idealizó en los años de la Transición a pesar de que no funcionó. «Una República exclusivista no podía resultar. En 1931 se tomaron decisiones que partieron el país. Los republicanos creyeron que la República era suya y excluyeron a la mitad de la población. Y en ese contexto hay circunstancias que te pueden llevar a una guerra civil, como pasó en 1936. En cambio, en 1975 la gente quería vivir en paz y no quiso recordar la República, ni volver al guerracivilismo, y tampoco ir a la revolución. Los comunistas fueron los primeros en entenderlo, y el PSOE tardó un poco más. Felipe González recondujo al Partido Socialista, hay que reconocerlo».
Los partidos de la izquierda se adaptaron en los 70 a un país que, en mi opinión, es más conservador de lo que quiere reconocer. Se ve en los capítulos que Jordi Canal dedica a «Pequeñeces», del padre Luis Coloma, y «Los pazos de Ulloa», de Pardo Bazán. «España es parte de la solución más que el problema –dice Canal–. Dividir el país no es viable en este mundo. El nacionalismo no es la solución. El “procés” fue la revuelta de personas enamoradas de sí mismas. Es evidente que se consideran mejores que el resto».

La literatura en el espejo de la realidad

La novela es un instrumento muy eficaz para comprender la Historia. Marc Bloch escribió que se puede satisfacer a la vez a la inteligencia y a la sensibilidad del lector. Carlo Ginzburg aconsejaba a los historiadores leer muchas novelas. Ahí están de forma insuperable «Tiempos difíciles», de Charles Dickens, para vivir el coste social de la industrialización inglesa, «Guerra y paz», de León Tolstoi, para comprender la Rusia de principios del XIX, «Eugene Grandet», de Balzac, para contemplar el universo burgués francés, o «El gatopardo», de Lampedusa, para entender la unificación italiana, con su famosa frase «Si queremos que todo siga como está es preciso que todo cambie».