1975-2025
Umbral: medio siglo de las dos obras que lo catapultaron
«Las ninfas» y «Mortal y rosa» se publicaron en 1975. Si con la primera el escritor vallisoletano logró el premio Nadal, con la segunda ganó la posteridad un año después de la dolorosísima pérdida de su hijo Pincho
Si 1975 fue un año trascendental para España debido a la muerte del dictador Franco y, con ella, el inicio de la Transición hacia la democracia; no fue menos importante para la carrera literaria de Francisco Pérez Martínez (alias Francisco Umbral), que no en vano estaba casado con España, con María España.
Hace medio siglo la editorial Destino publicó «Mortal y rosa» y «Las ninfas», dos de los títulos fundamentales de la enciclipédica obra del escritor pucelano. Si con «Las ninfas», (auto)retrato del poeta adolescente en provincias, obtuvo el prestigioso Premio Nadal; con «Mortal y Rosa», su libro más aquilatado, ganó la posteridad literaria. Cierto es que ya con anterioridad el autor se había ganado el reconocimiento dando a luz libros notables –como la polémica novela «El Giocondo» (1970) o el ensayo «Lorca, poeta maldito» (1968): volumen tan reivindicado siempre por Ángel Antonio Herrera– y escribiendo, fiel a su grafomanía, artículos de toda laya en periódicos de todo corte: de «El Norte de Castilla» al «Diario de León» hasta el franquista «Ya». De hecho, además, en 1975 se editaron hasta cinco compilaciones de la obra periodística de Umbral: «Diarios de un español cansado», «Suspiros de España», «España cañí», «Cabecitas locas, boquitas pintadas y corazones solitarios» y «La gente guapa de derechas».
Pero ya decimos que 1975 supuso un aldabonazo, marcó un antes y un después en la carrera del literato castellano, aterrizando apenas unos meses más tarde en las páginas del recién nacido diario «El País», en cuya contraportada daría la hora de la Transición española y de la Movida madrileña con esas columnas salpimentadas de negritas, bajo el «baudeleriano» título «Spleen de Madrid». Estiman los que saben que hasta un millón de personas llegaban a leer diariamente esas crónicas de sociedad en las que si no aparecías no eras nadie. Tal era la influencia de Paco Umbral por aquel entonces.
Por supuesto, claro, que aquí hemos venido a hablar de su libro, de sus libros, y no de sus artículos de opinión. Así, «Las ninfas» es un novela de iniciación o de formación en la que su joven protagonista (Francesillo, álter ego de Umbral) –bajo la «baudeleriana» consigna de «ser sublime sin interrupción»– busca los laureles líricos desde una claustrofóbica ciudad de provincias (Valladolid), descubriendo por el camino el sexo, la religión, la amistad y, sobre todo, el desencanto. La novela está escrita con esa prosa poética tan propiA del autor y trufada de conseguidos personajes que la enriquecen: como Maria Antonieta, la hija de la pescadera y su primera amante; Cristo-Teodorito, el yerno ideal; Darío Álvarez Alonso (D.A.A.), su mentor literario; y Miguel San Julián, el amigo obrero «transpartente, sin fondos literarios, sin claroscuros intelectuales».
No sólo fue importante «Las ninfas» por valerle a Umbral el premio Nadal –«a Nadal le han dado el Umbral» dijo algún ingenioso con cierta malicia–, sino que con esta novela iniciaba una serie histórica española con su protagonista, Francesillo, como hilo conductor. Detrás vendrían «Los helechos arborescentes» (1980), «Las giganteas» (1982), «Las ánimas del purgatorio» (1982), «Pío XII, la escolta mora y un general sin un ojo» (1985), «La leyenda del César visionario» (1991), «Las señoritas de Aviñón» (1995) y «La forja de un ladrón» (1997). Inolvidable, por cierto, el arranque de «La leyenda del César visionario»: «En un Burgos salmantino de tedio y plateresco, en una Salamanca burgalesa de plata fría, Francisco Franco Bahamonde, dictador de mesa camilla, merienda chocolate con soconusco y firma sentencias de muerte.»
Un precio demiasiado alto
«Mortal y rosa» es, de lejos, el mejor libro de Francisco Umbral. Sin embargo, a nadie le cabe la duda de que el escritor hubiera dado su propia vida por no haberlo tenido que escribir. Y es que a veces la gloria, sea literaria o del tipo que sea, es tan cara que no merece la pena. Aunque también, a veces, es inevitable. Así, un libro que Umbral empezó a escribir más de dos años atrás de su publicación porque había encontrado un filón en su querido hijo Pincho, nacido en 1968, acabó siendo una elegía, un desahogo desconsolado por la prematurísima muerte del niño a causa de una leucemia. «Estoy oyendo crecer a mi hijo» iba a titularse inicialmente esta obra inclasificable, profundamente lírica, que desgraciadamente el curso de los acontecimientos vitales hiciera que tomara los derroteros más lúgubres y cambiase el título por uno tomado de unos versos del poeta Pedro Salinas que encabezan la obra: «Esta corporeidad mortal y rosa donde el amor inventa su infinito».
«Estaba tan aturdido de dolor que no se daba cuenta de que escribía un monumento a la literatura», escribió el poeta Félix Grande en el prólogo a la edición de «Mortal y rosa» publicada por el diario «El Mundo» en 1999, que la seleccionó entre las cien joyas literarias del milenio.
«He venido a hablar de mi libro»
Es triste, aunque significativo, que muchos recuerden a Paco Umbral –si es que lo recuerdan– por aquella «viral boutade» –asimilable a la de Cela con la palangana o la de Arrabal con el milenarismo– que soltó en el programa de Antena 3 «Queremos saber», presentado por Mercedes Milá, emitido el 21 de abril de 1993: «Yo estoy dispuesto a levantarme y a abandonar la mesa, porque yo he venido aquí a hablar de mi libro [«La década roja»] y no a hablar de lo que opine el personal, que me da lo mismo, porque para eso tengo mi columna y mi opinión diaria –dijo interrumpiendo el programa un Umbral enfadadísimo–. De modo que si no se habla de mi libro me levanto ahora mismo y me voy».
Y es significativo, como se ha dicho antes, porque es el ejemplo más claro de la máscara (de ogro) que se puso Paco Umbral para poder soportar el dolor de la prontísima pérdida de su único hijo. El personaje se tragó a la persona, porque quizás es la única manera que tuvo para sobrevivir. Hasta la voz, parecía engolarla, agravarla a propósito. Para combatir este juicio injusto, sumario y generalizado que se ha hecho de Umbral –y que persiste 18 años después de su muerte, un 28 de agosto–, conviene volver a leer –si es que no se ha hecho antes– «Mortal y rosa» y descubrir la sensibilidad excepcional de un padre, un ser humano, un escritor herido de muerte que no encontró otra escapatoria.