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Lluís Pasqual «me gustaría saber cómo respiraba Lorca»

«De la mano de Federico» es el título del libro en el que el director teatral narra, a la manera de un diario, su experiencia llevando la obra de Federico García Lorca a escena
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  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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«De la mano de Federico» es el título del libro en el que el director teatral narra, a la manera de un diario, su experiencia llevando la obra de Federico García Lorca a escena
Lluís Pasqual es probablemente quien mejor ha sabido traducir en el teatro el imaginario lorquiano. Fue el responsable del estreno del teatro de Lorca mal llamado imposible, como «El público» o «Comedia sin título», además de revivir la figura y la voz del poeta en «Como canta una ciudad de noviembre a noviembre». Este título explora esa labor e invita a ver al autor de «Yerma» con otros ojos, alejado de los tópicos, reivindicado y recuperado.
–El libro se titula «De la mano de Federico», pero también podría llamarse «De la mano de Federico y ‘‘El público’’».
–No es una casualidad que «El público» sea el centro del libro porque es una obra que para mí es un punto de llegada y de partida. Son años intentando entender y quererlo representar porque «El público» te exige una labor de introspección muy grande. También te cambia, haciendo a partir de ese momento un teatro diferente.
–Al principio de la obra recoge que llega a Lorca a través de su familia.
–Llego a Lorca porque mi madre cantaba las canciones que él había recogido, sin saber ni ella ni yo que él había hecho eso. Tengo una familia andaluza que me relaciona con un idioma y sus carencias, cosas que en castellano quedan retóricas y que no lo son en andaluz.
¿Por qué cree que Lorca es un autor para ser leído en voz alta?
–La poesía de Lorca lo resiste todo, hasta la lectura en silencio. Pero es difícil no encontrar un poema suyo que no pueda ser leído en voz alta. Está escrito con las inflexiones de la voz humana. La prueba es la cantidad de lecturas que ya se hicieron en vida suya y se continuaron haciendo después. Por ejemplo, Salinas o Foix son magníficos poetas, pero no son para ser leídos en voz alta.
–Ha explorado todos los Lorca existentes, desde «Bodas de sangre» a «El público». ¿Cómo son estas caras del poeta?
–Hay muchas. Es un ser muy poliédrico. Si alguien pone «Romancero gitano» a un lado junto a «Poeta en Nueva York», difícilmente pensará que es el mismo autor. Esto representa una vida muy vivida hasta el fondo, lo que quiere decir la capacidad de cambiar la propia vida. Por tanto, las expresiones son muy diferentes.
–De esta vida tan vivida, como dice, en el libro señala que para montar «El público» se puso en contacto con la familia del poeta, pero también con amigos suyos como Rafael Martínez Nadal o Pepín Bello. ¿Qué le aportaron?
–Casi todo. Muchas certezas a una enorme cantidad de intuiciones que yo no podía comprobar de ninguna manera. A través de la obra o las cartas podía intuir la persona, pero ellos me explicaban lo que intuía porque Lorca era un ser muy transparente y que no se ahorraba nada. Por eso se ponía en peligro cuando escribía «La casa de Bernarda Alba» o hacía bromas. Incluso él era considerado un peligro.
–Lo preguntaba porque se le abrieron puertas que solían estar cerradas, como la de Martínez Nadal.
–Sí, igual que la de Isabel García Lorca. Es suerte. A Martínez Nadal le producía la misma ilusión que se estrenara «El público» como si la hubiese escrito él. Es impagable el concepto de la amistad que tiene el grupo de esta generación. Es difícil de encontrar. Supongo que los unía un sentimiento ideológico muy fuerte, pero la lealtad, la elegancia con la que hablan los unos de los otros, es admirable.
–Pasado el tiempo, ¿se puede seguir considerando «El público» una obra incompleta?
–Es posible que sea una obra inacabada, pero no está incompleta. «El público» se rebela contra la forma, por lo que no sabemos la deriva del texto. Es curioso, porque se recuerda que había una escena, pero no cómo era. No es una obra pensada y reflexionada. Surge de una pulsión directa y ya está.
–Una de sus grandes intuiciones es el recrear, junto con Juan Echanove, la voz de Lorca en «Comedia sin título».
–Fue una broma porque, como mucha gente, estaba obsesionado por conocer la suya. Y es que la voz explica mucho de una persona. Me gustaría saber cómo respiraba. Pero como no pudo ser, nos encerramos en un estudio de grabación y con los datos que teníamos para reproducir su voz. Mucha gente se lo creyó, como Alberti. Isabel García Lorca estuvo cinco o seis segundos dudando.
–¿Qué le queda por saber de Lorca?
–Faltan cosas. La aparición de Juan Ramírez de Lucas, su último amante, plantea un interrogante que me había hecho siempre. Porque hay en ese momento, en algunos de sus sonetos, una alegría nueva.