Premio Planeta

Los escritores comentan cómo vencen el miedo al folio en blanco

Los escritores comentan cómo vencen sus miedos y temores durante la velada que acogió el fallo del Premio Planeta 2019, el galardón mejor reconocido de nuestras letras.

Posado Escritoras Premio Planeta 2019:Clara Sanchez + Santiago Posteguillo + Espido Freire © Alberto R. Roldan / Diario La Razon15 10 2019
Posado Escritoras Premio Planeta 2019:Clara Sanchez + Santiago Posteguillo + Espido Freire © Alberto R. Roldan / Diario La Razon15 10 2019larazon

Los escritores comentan cómo vencen sus miedos y temores durante la velada que acogió el fallo del Premio Planeta 2019, el galardón mejor reconocido de nuestras letras.

La literatura también tiene sus Escilas y Caribdis, sus propios monstruos mitológicos, que son las pruebas que debe afrontar cualquier escritor en su oficio. La página en blanco y el bloqueo pertenecen a ese terreno indeterminado que se mueve entre la leyenda y la realidad; una impresión, sensación o estado que para unos autores es tan tangible como la materia y para otros una de esas quimeras que jamás se han cruzado en su camino. En esta LXVIII edición de los Premios Planeta, que ha reunido más autores que en anteriores ocasiones, varios de ellos comentan cómo afrontar algunas de estas brumas creativas. Para Cristina López Barrio, finalista del Premio Planeta en 2017 con «Niebla en Tánger», «el bloqueo es un riesgo constante»: «Para terminar con él acudo a la escritura automática, porque es una de las puertas del inconsciente y hay que tener en cuenta que éste es fundamental para un autor. Para superar esos momentos me apoyo mucho en la música. Escucho bandas sonoras de películas que me han gustado o me entrego a la lectura de poesía».

Eva García Sáenz de Urturi, autora de la «Trilogía de la Ciudad Blanca» –«El silencio de la Ciudad Blanca», «Los ritos del agua» y «Los señores del tiempo», estos instantes de parálisis, que tantas veces han sido retratados por el cine, son intrínsecos al ejercicio de la escritura: «Forman parte del oficio. Para salir de ellos intento escribir sobre las causas que me están produciendo dicho estancamiento. Hay dos manera de verlo: como un muro infranqueable o como si fuera una especie de madeja de la cual se toma un hilo y según se tira se va desenrollando. Yo cuento con el hecho de que el bloqueo va a aparecer en cada una de las novelas a las que me enfrento». Para ella existe un tramo en sus obras con las que debe tener cuidado y explica que «generalmente un libro está dividido en planteamiento, nudo y desenlace. La primera y la última parte suelen ser un treinta por ciento de las páginas y la de en medio un 40. Lo que pasa es que el inicio y el final no suelen ser difíciles porque tienen un planteamiento y después una resolución que hacen más sencillo abordar estas partes. El problema es justo el medio: ahí me preocupo para que no se convierta en un valle árido y trato de incluir los giros y las sorpresas. Es muy delicado».

Recuperar viejas ideas

Espido Freire, ganadora con 25 años del Premio Planeta con «Melocotones helados», en 1999, obra que este año cumple el 20 aniversario de su publicación, reconoce que «nunca me bloqueo. Tengo un esquema tan meditado, tanto al acometer una novela como un ensayo que nunca lo he padecido». Para ella, en cambio, el riesgo asoma desde otro punto del horizonte, uno más imprevisto, menos casual, pero no menos peligroso, que es la pereza: «Hay personas que dicen que son grandes tímidas. Bueno, pues también hay grandes perezosas. Lo que sucede es que una ya tiene cierta tenacidad y logra vencerla», comenta riendo.

Marta Robles, que dentro de poco publica la novela que culminará su primera trilogía dedicada a la novela policíaca, parte con una doble ventaja para eludir estos dos escollos literarios: es una autora reflexiva, que medita su obra antes de sentarse a redactar, y además viene dotada con la valentía y la profesionalidad que le ha dado el ejercicio del periodismo, que es un trabajo que inmuniza contra la página en blanco y obliga a practicar a diario el arte de darle a la tecla. «Mi problema es cuando una novela se cierra de pronto –explica–. En ese caso, lo que hago es releer lo anterior, recuperar viejas ideas que había olvidado o pasado por alto y retomar la historia. Jamás me separó mucho de un libro. Hay autores que conocen desde qué lugar parte y a qué sitio van y otros que lo tienen todo planificado. Yo estoy en medio de ambos puntos».

De izda. a dcha., Eva García Sáenz de Urturi, Cristina López Barrios, Marta Robles, Ayanta Barilli, Luz Gabás, Rosario Raro, Paloma Sánchez y María Dueñas

Luz Gabás, que acaba de publicar «El latido de la tierra», encuentra a su particular Goliat en otro punto de la escritura. No tanto en el momento de afrontar la primera frase, sino en los días posteriores de añadir el punto final. «No tengo miedo a la página en blanco, pero reconozco que lo peor para mí es la revisión del texto cuando lo finalizas por primera vez. Crees que lo has hecho, pero te autoengañas. Es mentira que el primer manuscrito de un libro sea el final. Después debes regresar a él en varias ocasiones». La novelista reconoce también que ella atiende a lo que oye y se escucha, así como no deja pasar una sola palabra interesante, que se considera «una ladrona de frases» y que cuando retiene una que le interesa la apunta o la memoriza con celo para atesorarla. «Suelen ser sentencias, dichos, refranes, expresiones. A veces de una de ellas me sale una escena entera de uno de mis libros».

El sendero correcto

Clara Sánchez es una novelista de gran calado emocional, que le gusta conocer exactamente qué motivos, pero, también, qué impulsos o instintos mueve a sus personajes. El imperio de sus protagonistas es, en un alto grado, sensitivo, y, por eso, «reconozco que a veces no estoy al cien por cien y tengo momentos de bloqueo, porque soy emocional. En mi escritura hay asuntos cruzados de mi vida y debo estar concentrada para sentir a estos protagonistas». Y para huir de la angosta estrechez de dichas ocasiones, sale «a caminar a la calle. Así supero estas coyunturas». Igual que Robert Walser, considera que «andar resuelve muchos problemas y particularidades. Hay escritores que tienden a meterse en la noche, a trabajar de madrugada, pero yo siempre he preferido el aire libre». Confiesa que entre sus terrores están el «artificio» y «las páginas que salen sin vida», sin el color ni el latido que conlleva la existencia.

María Dueñas, que publicó el best seller «El tiempo entre costuras» en 2009 –obra con la que saltó a la fama y que ha sido traducida en más de 25 idiomas–, admite que «cuando arranco una historia la tengo tan esquematizada y estructurada que apenas siento miedo por la página en blanco». Para ella lo esencial es «esa primera página, que cuesta» sacar hacia adelante. Cuando tiene «dudas», ese es su verdadero caballo de batalla, acertar con la novela seleccionada o ampliar la dársena de su seguridad: «Lo que hago es levantarme. Camino un rato por las diferentes estancias de mi casa. Pero lo que realmente me estremece es saber si he elegido el sendero correcto, si de todas las novelas que tienes revoloteando por la cabeza, ese era el más apropiado». La autora de «La templanza» –que se publicó en marzo de 2015– admite que su mayor reto en una historia son «las transiciones, saber por dónde tengo que ir».

Ayanta Barilli, finalista del Premio Planeta de la edición anterior con «Un mar violeta oscuro», deja de lado el «bloqueo» y asegura que «la única manera de enfrentarse a la escritura es escribiendo». Con humor, reconoce que se trata de una «autora caótica» que no estructura sus obras, que constantemente reflexiona hacia dónde va y que, por norma, como si fuera una pequeña imposición antes de proseguir, a mitad de un libro suele detenerse para pensar y reflexionar sobre aspectos intrínsecos o esenciales del mismo». Algo distinto le sucede, por su parte, a Paloma Sánchez-Garnica, autora de «La sospecha de Sofía»: «El bloqueo es fácil de derrotar porque suele refugiarme en la lectura. Para mí el principal problema es encontrar la voz narrativa que va a seguir a lo largo de un texto. Ahí,en ocasiones, me encuentro insegura». La escritora de «La sonata del silencio» explica que, por lo general, «suelo escribir alrededor de 100 palabras antes de confirmar que voy buen camino. En mi última novela, sin embargo, ya lo sabía. Pero, en mi caso, no concibo el miedo que muchos escritores tienen con respecto a la página en blanco», concluyó la autora poco antes de que comenzara la velada del Premio Planeta en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), que reunió ayer a las principales figuras de la cultura, las letras y la comunicación.