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"Love Life", o el melodrama como denuncia del tabú

Kōji Fukada tira de melodrama para construir una especie de denuncia social sobre las expectativas familiares en el Japón contemporáneo
"Love Life" se estrenó en el último Festival de Venecia y pasó por Málaga
"Love Life" se estrenó en el último Festival de Venecia y pasó por MálagaFILMAX
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Se sienta campechano y levemente desorientado al sol de Málaga, poco acostumbrado, dice, al calor español. Pero hay algo en Kôji Fukada (Japón, 1980), en nuestro país el pasado marzo para presentar «Love Life» en el último festival de la ciudad andaluza, que habla de un tipo desinhibido, poco preocupado por lo que la crítica o el público pueda pensar de él o, en todo caso, de su cine. «No me pone nervioso la recepción de mis historias. Un poco más su taquilla, claro, para poder seguir haciendo películas», bromea el realizador, responsable anteriormente de «Yokogao» (2019) o «Fuchi ni Tatsu» (2016), con la que ganó el Premio de Jurado en la sección «Un certain regard» de Cannes.
"Love Life", de Koji Fukada, en cines desde el 19 de mayo
"Love Life", de Koji Fukada, en cines desde el 19 de mayoFILMAX
«Hace veinte años, cuando aún era joven, hacía ejercicios de escritura a partir de cosas que me inspiraran. Y ahí descubrí la canción ‘‘Love Life’’, que es a partir de la que escribí la película. Quería volver a esa sensación de sentir que el amor, que la vida amorosa lo puede ser todo», confiesa Fukada, sobre un filme caótico, carne de melodrama consciente, en el que nos cuenta la historia de Jiro y Taeko, una pareja que vive en paz y armonía hasta que un trágico accidente transforma su existencia. A partir de ahí, todos los giros que el guion es capaz de contener, varios viajes y, en el fondo, una denuncia social de los tabúes, de lo que se puede esperar de las redes familiares y de lo que pesa, pero no se habla jamás, en sociedades como la japonesa.
«Quería hacer una película atípica en Japón. Y eso empezó por el elenco, haciendo audiciones. No es nada habitual, porque los directores suelen trabajar solo con quienes ya conocen. Solo así pudimos trabajar desde el principio los personajes, fijándonos en cines como el iraní o el americano, no replicando los patrones habituales de lo que se hace en mi país», explica el realizador, antes de abordar lo narrativo: «No sé si lo llamaría denuncia, porque no ha sido consciente, pero sí quería hacer una película alrededor de la idea de hacer lo que no se supone que tenemos que hacer. O al menos no lo que esté mal visto. Y entiendo que pueda resultar chocante, ante culturas más libres como la española, pero es que en Japón todavía sigue importando mucho, por ejemplo, lo que nuestros padres esperan de nosotros en la vida. Bien sea en el trabajo o, como aquí, respecto a la familia», completa Fukada, totalmente consciente del enredo que plantea en su artefacto cinematográfico y que, sin embargo, puede terminar por funcionar entre quienes estén dispuestos a perderse en un filme estéticamente brillante. En ese propósito también ayuda Fumino Kimura, lo suficientemente inocente en su interpretación para llevar de la mano al espectador en su extraño viaje.