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Mapas para perderse

La Biblioteca Nacional ofrece en «Cartografías de lo desconocido» un espectacular y completo viaje a través de más de 200 piezas.
larazon

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La Biblioteca Nacional ofrece en «Cartografías de lo desconocido» un espectacular y completo viaje a través de más de 200 piezas.
Hasta el 28 de enero de 2018 se exhibe en la Biblioteca Nacional de España una riquísima exposición por los fondos y las enseñanzas que ofrece bajo el título de «Cartografías de lo desconocido. Mapas en la BNE», aunque en realidad no se trata solo de una muestra de mapas, ni de la BNE, sino de mucho más. Los fondos cartográficos de la institución son, en verdad, espectaculares y únicos en España. Pero comoquiera que no todo está en la BNE se ha recurrido al préstamo de otras instituciones para completar esta muestra. Los textos han sido escogidos con notable delicadeza y muestran el infinito mundo de las sensaciones o de las impresiones que el mundo, o los mapas que lo representaban han suscitado en viajeros, científicos, geógrafos y creadores de la palabra escrita en el decurso del tiempo.
El visitante puede disfrutar con más de 200 piezas expuestas, tantísimas desconocidas y tantísimas bellísimas, que el paseo de la curiosidad se hace breve y sorprendente. Porque de lo que no hay duda de que los mapas cautivan porque evocan. Evocan las imaginaciones de la tierna infancia, de la adolescencia que se perdió en aquellos mundos de Dios, de la madurez que los usó bajo el prisma de la responsabilidad, y de la senectud que no quiere adivinar qué hay al otro lado del mundo. Mapas para guiarse, para recordar, para mirar hacia el futuro: faltriqueras de los recuerdos, pero también de las experiencias. Cada cual, cada uno de nosotros, o de los otros, ve en un mapa una realización diferente. Para muchos son símbolos de su poder; para otros se trata del registro de su grandeza; para los demás allá, indican la profundidad de las simas; y para el otro, marcan caminos.
Además, todos los mapas –aunque no lo hubieran querido así quienes lo hicieron– son a un tiempo obras de arte estéticas, e instrumentos científicos; aglutinan aspectos subjetivos como es el gusto, con otros objetivos, como es el desarrollo técnico, o el científico. Por tanto, habida cuenta del enorme patrimonio cartográfico (y anejo) de la BNE, ha llegado el feliz día en que se recuperen para que los podamos disfrutar. Dos son los objetivos esenciales que se han propuesto los comisarios de la muestra. Que el espectador se fije más en el mapa y menos en el territorio y, en segundo lugar, cómo se ha «gestionado» la información de lo improbable, el cómo se recogían las noticias de lo fascinante y nuevo.
Descubrir la tierra
Para cumplir con esos dos objetivos se inicia la exposición mostrando las dificultades de representación del Planeta. No deja de ser jocoso ver los problemas de aplastar la cáscara de la naranja junto a la pantalla de un GPS. Y así la exposición va desarrollándose entre «Las formas del mundo» y –como digo– la fascinante dificultad de proyectar sobre un plano una superficie esférica; «La Terra incognita al descubierto», o lo que es lo mismo la fusión y evolución de la simbiosis entre las cartas náuticas y la imprenta, por ejemplo, o ese inmenso problema práctico que es el de cómo meter en un papel alguna inmensidad (fluvial) natural; «Otros mundos, otras gentes», recrea la etnografía geográfica con la que se fue dotando de identidad subjetiva lo que se pensaba que era así o asá para que lo entendieran los occidentales, aquello que no les era propio; «Lugares imaginarios», recrea esos sitios anhelados y soñados, que se sabe que existen, porque es obvio que existen, pero en los que nunca nadie ha estado, ni aun vuelto, como el Paraíso o las Antípodas... ¡o Utopía!, o los lugares literarios de Tolkien; «El silencio de los mapas», es un clamor sobre cómo, cuándo, por qué hay partes de los mapas que se han censurado, o no se han llegado a representar por mil y una razones y, finalmente, «Otras cartografías» es la síntesis de cómo hemos representado las geografías paralelas a las que podemos andar y cómo han evolucionado las vistas de los cuerpos celestes (¡qué maravillas del Renacimiento!), a los estratos geológicos; las temperaturas o los inmensos cronogramas que servían para que viéramos, cuando aún éramos niños, la evolución de la Historia del hombre.
Termino como empecé: si es imposible que un mapa deje impasible a quien lo contempla con interés, quienes hemos tenido la fortuna de visitar esta exposición volveremos a acercarnos a los mapas impresos o dibujados, con un respeto y, sobre todo, una complicidad que antes de hoy no teníamos. A buen seguro, será así.
Por ello, aunque la lista de a quienes agradecer –por esta exposició– que avancemos en la exteriorización de nuestras emociones sería algo infinito, bástenos reconocer el mérito de los doctores Juan Pimentel y Sandra Sáenz-López Pérez y a todo el equipo que han coordinado. El catálogo, de excelente factura, solo tiene un pero: algunos mapas están cosidos en vez de ser desplegables. Podrían haber buscado alguna solución.