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Literatura

Margaret Atwood, la escritora que creció entre la naturaleza y la literatura

La novelista, autora de "El cuento de la criada", publica sus memorias, una autobiografía que se alejan del todo de lo convencional

Margaret Atwood, galardonada en la 3ª edición del Premio Joan Margarit de Poesía por su trayectoria poética
Margaret Atwood, galardonada en la 3ª edición del Premio Joan Margarit de Poesía por su trayectoria poéticaEuropa Press

No es una autobiografía tradicional. Nada en Margaret Atwood (Ottawa, 1939) es convencional. Ni su escritura, ni sus elecciones, ni su mirada sobre el mundo. Su carrera ha estado marcada por la transgresión, anticipación y un ojo agudo para los desequilibrios de poder. Sus memorias, por tanto, no iban a ser la excepción.

A los 85 años, una de las autoras más influyentes de la literatura contemporánea cuenta ahora su propia historia en "El libro de las vidas: una especie de memorias", una reflexión irónica y conmovedora sobre el paso del tiempo y el sentido de la escritura. “La memoria es lo que recuerdas, y lo que más recuerdas son las estupideces, las catástrofes y las venganzas”, explica con su característico sentido del humor. Después de más de cincuenta títulos publicados —entre poesía, novela, ensayo y guion gráfico—, la autobiografía era inevitable. “Al final, los que podían contradecirte ya no están. La memoria deja de ser una prueba para convertirse en relato. Y quizá, en catarsis”, matiza.

"Lo que realmente me preocupa es que los humanos empiecen a pensar como máquinas"

Margaret Atwood

Criada en los bosques remotos del norte de Quebec, hija de un entomólogo y una dietista, pasó su infancia rodeada de naturaleza y silencio. Sin televisión, sin electricidad, aprendió a observar el mundo con una mirada analítica y poética a la vez. “Crecí viendo criaturas que mudaban de piel —serpientes, mantis religiosas—. Supongo que todas mis mujeres literarias hacen lo mismo: cambian de piel para sobrevivir”.

Durante la presentación del libro en Londres, Atwood apareció serena, lúcida y con la ironía que la ha convertido en un referente cultural más allá de la literatura. Preguntada sobre qué fue lo más difícil, respondió sin dudar: “Lo más duro de escribir sobre una vida tan larga como la mía es hablar de personas que murieron y a las que querías. Eso no es divertido.” Con la franqueza que la caracteriza, añadió: “Solo cuando la gente muere puedes permitirte contar ciertas cosas”.

Obvio, por tanto, el protagonismo que da a Graeme Gibson, su pareja durante décadas y padre de su hija, fallecido en 2019. “Perder a alguien con quien has compartido todo deja huecos en el lenguaje. Te descubres hablando sola”, confesó con serenidad. Recordó además cómo, al revisar sus viejos diarios, cartas y manuscritos, empezó a tener sueños extraños. “Soñaba que hablaba con los muertos. Era como si no quisieran dejarme escribir sin su permiso”, señala.

Un icono

Capaz de anticipar debates sociales y políticos mucho antes de que se conviertan en urgentes, Atwood se consagró como icono del feminismo literario con "El cuento de la criada", una novela ambientada en una teocracia totalitaria donde las mujeres fértiles son esclavizadas para la reproducción. “Cuando la escribí en 1985 esperaba que se volviera obsoleta. En los años noventa, cuando cayó el Muro de Berlín, parecía que iban a suceder grandes cambios. Y sin embargo… aquí estamos”, matiza.

"Las redes sociales no son una conversación, son una plaza de toros"

Margaret Atwood

Sobre el feminismo actual, fue tan provocadora como siempre: “El feminismo siempre ha sido confrontacional. Y hay muchos feminismos, no todos se soportan entre sí”. Por otra parte, añadió que las nuevas tecnologías y los movimientos sociales han cambiado la forma de protesta. “Esas mujeres que aparecen vestidas de criadas en los parlamentos no gritan, no se mueven, no causan disturbios. Simplemente están ahí. Y las cámaras las captan. Esa es la nueva forma de resistencia”, señala.

Tampoco el auge de la inteligencia artificial y de las redes sociales la deja indiferente. “Las redes sociales no son una conversación, son una plaza de toros. Todo el mundo grita, nadie escucha”, dijo con sarcasmo. “Y lo que realmente me preocupa es que los humanos empiecen a pensar como máquinas”, añade. A pesar de los temas graves —la muerte, la pérdida, el paso del tiempo—, el libro está atravesado por el humor. Es más, en la presentación bromeó incluso con el vestuario elegido para la sesión de fotos: “Querían ponerme de negro. Les dije que no. Así que terminé con una chaqueta fucsia. Era eso o parecer un cuervo en un funeral.”

Atwood insiste en que no ha querido escribir una autobiografía al uso. “No estoy segura de que crear una autobiografía convencional haya sido jamás mi plan. Lo que me interesa son los saltos, los resbalones, los olvidos, lo que se rehúye.” En su opinión, la memoria no es una línea recta, sino un terreno movedizo. “Lo que recuerdas son las catástrofes, las tonterías. Eso me pareció una materia literaria legítima.”

En un tiempo en el que las voces se multiplican y las historias se fragmentan, la autora ofrece una mirada que ordena —y a la vez desordena—. El libro no es solo una confesión personal, sino una reflexión sobre cómo se construye una vida a través de las palabras. Páginas que mezclan ternura, ironía y lucidez. Un testamento literario que, más que cerrar un ciclo, lo expande. Y al final, Atwood deja una última pregunta que resuena más allá de sus páginas: “¿Qué piel te vas a quitar mañana?”