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Martín Chirino: “Mi obra representa la precariedad de Canarias”

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El artista inaugura en Las Palmas un espacio en el Castillo de La Luz que compendia su obra, desde la aventura de El Paso a sus míticas espirales
Cuando Martín Chirino se topó en el Seagram Building de Nueva York con aquel lema archifamoso de Mies van der Rohe, “menos es más”, entendió que algo de aquella filosofía de la Bauhaus nacida de la carestía de los años 30 casaba a la perfección con el pequeño mundo de su Canarias natal. “Aquello se convirtió en mi ‘leitmotiv’ porque yo sabía que venía de un mundo precario, con posibilidades limitadísimas, pero que en ello había una verdad, una manera de existir concreta”. Y a partir de aquel postulado, hizo de lo local un modo de expresión universal y de aquella tierra encajonada por el Atlántico toda una cosmovisión: “Canarias ha sido siempre una tierra precaria y toda mi obra participa de esa precariedad porque yo soy canario y represento ese tipo de belleza precaria”. Es decir, la tierra, el viento, las formas primarias, el hierro, la forja... Este artista que se considera ante todo un herrero, un artesano de otro tiempo devenido en maestro –“ahora los artistas se forman en la universidad, antes surgían”, explica a LA RAZÓN-, ha encontrado en el Castillo de La Luz de Las Palmas de Gran Canaria la horma de su zapato, el contendor perfecto para su obra.
Este edificio, la primera fortificación que levantaron los españoles en las islas (1478), acoge desde hoy la Fundación Arte y Pensamiento Martín Chirino, un espacio polivalente que aglutina 25 obras de la colección privada del artista, cedidas en depósito al Ayuntamiento, que pretende adquirirlas poco a poco y aumentar paulatinamente los fondos. En este espacio, administradas con sabia sobriedad (una sala, una obra), se compendian las características y etapas que hacen de Chirino uno de nuestros creadores vivos de mayor importancia internacional: desde sus inicios en la vanguardia y aquella aventura de El Paso que encumbró mundialmente a un puñado de artistas de posguerra (Antonio Saura, Manolo Millares, Rafael Canogar...) hasta su viraje en torno a los años 60/70 hacia sus expresiones más reconocibles, las magistrales espirales en hierro forjado, plomo o grabado. Son estas espirales las que acaparan la mayoría de las obras expuestas, y su variedad y poder evocador (ahí están el viento que azota el archipiélago, las caprichosas formas del mar o incluso las figuras abovedadas y acampanadas) plantean una perfecta simbiosis con un espacio muy querido por los canarios, el Castillo de La Luz, recientemente rehabilitado por el estudio de arquitectura Nieto Sobejano, que se ha hecho acreedor de la Medalla Alvar Aalto. “Martín Chirino no quería una Fundación después de muerto, la quería en vida”, señala el alcalde de Las Palmas, Juan José Cardona. Y es que, a sus 90 años de edad recién cumplidos, el canario sigue trabajando a martillazo limpio y dándole a la sesera para dinamizar culturalmente su tierra. Lejos quedan los devaneos con el extranjero: Inglaterra, París, Nueva York... Allí se embebió de los grandes y no faltan guiños a ellos: Marinetti, Picasso y Brancussi, sobre todo Brancussi: “En el París de los años 20 pensaban que África era la esperanza para inspirarse en el arte; mientras vivía en París me di cuenta de que lo que desde allí reclamaban, teníamos más derecho a hacerlo aquí”, asegura Chirino. Y comenzó su serie Afrocan, de raíz primitivista y remembranzas de un tiempo en que los godos no eran ni siquiera un eco de ultramar. “Mira tu aldea y serás universal”, decía Tolstoi. Antonio Puente, director de Comunicación de la Fundación, añade: “Lo universal es lo local sin paredes y Chirino es el artistas canario más universal, pero también el artista universal más canario”. Para el escultor, la raíz es la madre del cordero: “El arte tiene que tener un contexto y un relato, por eso yo a las nuevas generaciones les diría que es en donde naces donde te haces”.
A Jesús María Castaño, director de la Fundación, una de las cosas que le subyugan de la obra de Chirino es la capacidad de “abarcar mucho espacio con un mínimo de materia”, como ejemplifica “Gigantes y no molinos. Homenaje al Quijote”, una espiral que se pierde en altura en delgadas tiras como de confeti. Otra vez “menos es más”, un lema que casa a la perfección con el planteamiento del museo: espacios diáfanos que dialogan con la obra del canario en una especie de variación musical o al modo de aquellos cuadros de De Chirico en que las mismas figuras se repiten hasta la saciedad recolocadas aquí o allá, siempre las mismas y siempre cambiantes. Para Chirino, a pesar de que el público disfrute concibiéndolas como un todo, cada obra expuesta “tiene una lectura especial por el momento histórico y lo que cada una representa e interpreta del discurso de mi vida, esa especie de viaje iniciático de Ulises que es mi obra”. Más allá de la lectura artística de este espacio, con el Castillo de la Luz, las islas ganan un nuevo hito turístico y cultural en un itinerario en el que, hasta ahora, brillaba con luz propia la obra paisajística de César Manrique, concentrada en Lanzarote.
Dar El Paso
Martín Chirino sigue al pie del cañón y no tiene tiempo para regodearse en los hitos de su carrera, aquellos que ya se estudian en las universidades, como aquel El Paso que en 1957 fundaron un grupo de artistas nacionales con ansias de mostrar al mundo que ahí había tela que cortar. “El Paso tiene hoy cierto carácter mítico, pero es fruto de una coyuntura, de un momento concreto; representábamos a España y eso nos dio grandes oportunidades para salir de nuestra tierra e ir al mundo”. No obstante, no se siente inclinado desde su vasta experiencia en el mundo del arte y los mercados a enjuiciar el trabajo de generaciones posteriores: “Siento un gran respeto por la creación porque, en el fondo, siempre existen los mismos aciertos y desaciertos”. Todo, asegura, es cuestión de adecuar los métodos a la realidad y el sistema existente en cada momento.

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