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Más poder que sexo: así eran realmente los romanos en la cama

En «Cunnus. Sexo y poder en Roma», Patricia González aporta una nueva mirada sobre el deseo en la antigüedad y la gestión de la sexualidad de los romanos
Detalle de  un fresco romano del dormitorio («cubiculum» 43) de la  Casa del Centenario, en Pompeya
Detalle de un fresco romano del dormitorio («cubiculum» 43) de la Casa del Centenario, en PompeyaArchivo

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En la fantástica serie «House of Cards», el presidente de EEUU Francis Underwood, a quien da vida el recientemente rehabilitado Kevin Spacey, pronuncia una estupenda cita apócrifa –«todo gira en torno al sexo menos el sexo: el sexo gira en torno al poder»– atribuida a veces a Oscar Wilde y otras a Freud. A este último, por cierto, le debemos el estudio de la omnipresencia de la pulsión sexual en el ser humano. Eros –junto a Tánatos– aparece de forma ineludible. Los padres del psicoanálisis están un tanto desfasados hoy, aunque fueron pioneros de los estudios de sexualidad y género del «animal político» por excelencia.
Pero, además, gracias a Freud y Jung tuvimos pronto esta otra perspectiva sobre la antigüedad: Freud era amante de las excavaciones minoicas, con un fondo de pasión dionisíaca que le hizo enterrarse en una vasija dedicada al dios del éxtasis, mientras que Jung buscaba obsesivamente en los viejos mitos griegos los arquetipos de la madre y la virgen, que luego vería también en María cuando se oficializó el dogma de la Asunción. Ellos abren el estudio de la sexualidad y sus filias y parafilias en el mundo antiguo. Tampoco el psicoanálisis descubría nada nuevo: los clásicos eran conscientes de esta interacción entre sexo y poder. Recordamos dos ejemplos casi por antonomasia en Roma: el de Mesalina, la esposa del emperador Claudio, arquetipo de la mujer sexualmente insaciable y sin escrúpulos políticos, y el de Antínoo, el amante de Adriano, casualmente «suicidado» entre intrigas cortesanas. Ambos son ampliamente glosados en la antigüedad con todo tipo de interpretaciones.
Siempre nos ha fascinado la omnipresencia sociopolítica del sexo en la antigüedad: falos colgados como amuletos, por iconografía erotizante en las artes, literatura procaz, persecuciones de sátiros a ninfas, etc. Es un mundo en el que el sexo no parece tatuado por los complejos cristianos, sino tremendamente libre. Era, desde luego, un secreto a voces en la arqueología y las fuentes literarias desde hacía años. Los filólogos clásicos decimonónicos, muy pacatos ellos, traducían al deslenguado Catulo o a la «Musa de los muchachos» griegos mediante eufemismos o lagunas. Échenle un vistazo, si no, a la traducción de Catulo de nuestro Martínez de la Rosa. A la vez, los arqueólogos corrían un tupido velo sobre las obscenas cerámicas griegas, y los frescos y grafitos pompeyanos, para los que se creó el famoso «gabinete secreto» con el fin del disfrute de reyes y nobles.
Pero esta sexualidad tan «libre», por supuesto, no estaba exenta de problemas ni de regulación sociopolítica. Sabemos desde Foucault que el sexo es poder y que también el poder controla los cuerpos, en dormitorios privados, cárceles, manicomios, e incluso en los lechos de los políticos, antiguos o modernos. Habrá que esperar hasta las décadas de los 60 y 70 cuando, sobre todo después del emblemático libro «Diosas, rameras, esposas y esclavas», de Sarah Pomeroy, se abra también la perspectiva feminista que no aparece en lo antiguo. Los roles sexuales en la sociedad son claves para entender el mundo antiguo, como estudiaron otras autoras, como Froma Zeitlin o Eva Cantarella, para proporcionar una relectura en clave feminista de la antigüedad.
Hoy se está haciendo un trabajo ejemplar a la hora de reevaluar la sexualidad en las antiguas Grecia y Roma, tan cerca y tan lejos de nosotros a la par. Por un lado, son nuestros modelos y pioneros en mucho, pero por otro muestran conductas tremendas, por ejemplo, en cuanto a la situación de las mujeres. En nuestro país tenemos la fortuna de haber contado últimamente con una escuela de estudiosos del mundo clásico en historia antigua, filología clásica y arqueología, que ha trabajado especialmente sobre estos temas. Por ejemplo, el «Grupo Barbaricum» del departamento de historia antigua de la UCM, bajo la dirección de Rosa Sanz, se ha dedicado especialmente al estudio de las mujeres en la antigüedad. Aparte de un ciclo anual de conferencias en el Museo de San Isidro de Madrid dedicado a la historia de las mujeres y su sexualidad, ha publicado espléndidos libros colectivos, como «Eros Imperat. Poder y deseo en la antigüedad» (Guillermo Escolar, 2020).
Ahora destaca en el panorama editorial el libro de Patricia González Gutiérrez «Cunnus. Sexo y poder en Roma» (Desperta Ferro, 2023), que proporciona unas buenas vistas sobre esta cuestión tan atractiva desde la mirada feminista, alternativa a la imperante hasta hace poco y que ayuda a abrir los ojos a diversas problemáticas hasta ahora no tan frecuentemente abordadas. En suma, son algunas propuestas muy atractivas para estudiar, desde una mirada actual, la juntura «sexo y poder» en la antigüedad, un tema apasionante que se puede releer desde las modernas teorías historiográficas. En todo caso, es evidente que el sexo y la política están tan relacionados hoy como ayer, desde el Palatino al Despacho oval, si pensamos en lo que va de Mesalina o Antínoo a Bill Clinton, o el «Me too».