Mauricio Wiesenthal: «Ahora algunos pretenden ser extranjeros entre españoles»
El barcelonés se saca de la chistera «Hispanibundia», un ensayo y un término inventado con el que iluminar el mundo a través de la «manifestación vital de lo español»
El barcelonés se saca de la chistera «Hispanibundia», un ensayo y un término inventado con el que iluminar el mundo a través de la «manifestación vital de lo español».
Mauricio Wie-senthal se ha desmarcado con una «invención léxica», con un palabrejo que, con una pizca de suerte y algo de viento a favor, puede calar y enraizar en la cultura. A un escritor lo definen sus obras y, también, para sacarse de la chistera de la imaginación un concepto con el que iluminar el mundo. Wiesenthal lo ha hecho para hacernos un retrato de familia en su ensayo «Hispanibundia» (Acantilado)
–¿Qué es la hispanibundia?
–En pocas palabras, la manifestación vital de lo español. Es todo lo que «nos pasa» a los españoles: desde nuestra historia, que es tan apasionante, hasta este momento tan hipanibundo que ahora mismo vivimos.
–¿Es la hispanibundia lo que une a castellanos, andaluces, extremeños y catalanes?
–Es una expresión de la vida que nos afecta a todos: los que nos sentimos españoles, pero también a los que pretenden hacerse pasar ahora por extranjeros, como si nuestra historia no hubiese sido escrita por todos, y no estuviésemos todos obligados a asumir responsabilidades. ¿O es que unos socios pueden llevar una sociedad a la quiebra, sin tener responsabilidades?
–En Cataluña no debe gustar eso de la hispanibundia...
–Yo soy catalán. Y aprendí en Cataluña lo que significa vivir la «hispanibundia». Otra cosa es que algunos pretendan ahora ser extranjeros entre los españoles o pretendan convertirnos en forasteros a los que pensamos diferente. No diré nada que pueda ofender a mis conciudadanos; pero, cuando aparentan ser suecos o nórdicos enfadados siendo tan profundamente mediterráneos e hispanibundos, deben aceptar mi sonrisa de viejo colega...
–Una de las características que usted señala es el rencor hacia las instituciones. ¿Por qué lo tenemos?
–Porque imitamos siempre a los franceses, hasta el punto de que adoptamos las ideas más ajenas a nuestra condición y que más daño podían hacernos. Un francés cree en la «patrie» («allons enfants!»), luego en la nación, y luego en el Estado («el Estado soy yo»). Los españoles les copiamos solo el Estado absolutista.
–¿Somos una familia malavenida?
–En familia es difícil dirimir pleitos. Es mejor hacerlo en sociedad, en orden y en justicia.
–Afirma que los españoles son más de acción que de pensamiento.
–Así nos mostramos a lo largo de nuestra historia, como una sociedad capaz de realizar grandes «gestas». También en Trento defendimos –frente a casi toda la Europa nórdica– que un hombre no se salva solo por la fe, sino que se necesitan las obras y los frutos. A los españoles nos gustan más los «humildes que hacen» que «los arrogantes que piensan que podrían hacerlo mejor».
–Los españoles ¿están más cerca del realismo, de la picaresca o de la justicia ideal de Don Quijote?
–La picaresca nos llegó de fuera, probablemente de Flandes, y encontró aquí un nido ideal, porque los españoles somos hospitalarios y generosos. Todavía seguimos aguantando a esos parásitos que viven del cuento y del robo. Casi todos esos sinvergüenzas tienen una utopía que proponernos para que les demos una subvención, pagada con el esfuerzo de los que trabajamos y seguimos trabajando sin una puñetera concesión ni ayuda.
–¿El Quijote nos representa todavía?
–Creo que Cervantes escribió el Quijote para despertar nuestra vergüenza. A un hombre bueno le consideramos un loco, mientras que a todos los burladores y a los golfos de la picaresca los tenemos por graciosos y listos.
–¿Por qué despreciamos nuestra cultura?
–Los que más la desprecian son los que no la tienen.
–¿Qué deberíamos hacer para superar nuestros problemas regionales?
–Las regiones son divisiones geográficas muy civilizadas, y sus problemas pueden resolverse con una buena administración. Nuestro reto es más grave, porque es político. Hemos perdido nuestro pacto social. Vuelven a emerger en nuestro interior los pueblos primitivos que formaban nuestras raíces, y acabaremos en hordas, si no volvemos a regenerar una sociedad con pactos de justicia, educación, respeto y convivencia.
–Ahora que parecía emerger la Europa de Zweig, llegan los nacionalismos... ¿Qué opina?
–Los nacionalismos trajeron precisamente el trágico fin de «El mundo de ayer».