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Medicina: las bacterias que nos van a curar

La despensa médica, además de investigar con plantas y animales, tendrá como objetivo estos microorganismos para ganar en salud y años de vida.
larazon
  • Estudió periodismo en Buenos Aires Argentina. Allí comenzó su trabajo en el área de divulgación como jefe de sección en la revista Muy Interesante durante cinco años. En España ha trabajado en Muy Interesante, Clio, Psychologies, Quo, National Geographic. Ha colaborado con RNE y con el podcast de Muy Interesante. Ha escrito 3 libros de divulgación y cinco de literatura infantil que se han traducido a varios idiomas. Lleva 15 años en La Razón escribiendo sobre ciencia y tecnología

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La despensa médica, además de investigar con plantas y animales, tendrá como objetivo estos microorganismos para ganar en salud y años de vida.
Llegó un momento en que la prosperidad de un país no la determinaba la cantidad de trigo que producía, su apuesta ganadera o la manufactura. Tampoco la industria, ni siquiera el sistema bancario. Los expertos en economía especulaban con el sector de los servicios pero estos apenas permitían destacar en el conjunto de las naciones. La respuesta fue mirar al pasado y la razón la dio un estudio científico publicado quince años atrás. En agosto de 2019 investigadores de la Universidad de Birmingham demostraron que era posible producir un compuesto con propiedades anticancerígenas directamente de la matricaria, una planta de jardín con flores común. Los expertos lograron extraer el compuesto de las flores y modificarlo para que pudiera usarse para matar las células de leucemia linfocítica crónica (CLL) en el laboratorio.
El hallazgo facilitó que muchos gobiernos revisaran los recursos botánicos, marinos y hasta geológicos que habían perdido e intentaran recuperarlos. Así fue cómo las naciones comenzaron a llevar a cabo estudios climatológicos, paleobotánicos y mineros para saber qué habían perdido (plantas, animales, recursos enegéticos, etc.) y devolverlos a la vida.
Los países que más éxito tuvieron en esta empresa fueron aquellos que mayor variedad climática, de paisajes tenían, los que menos explorados estaban y los que menos urbanizados estaban. Así, naciones en África, América (centro y sur) y de Asia comenzaron a convertirse en productores y generadores de investigación como recurso primario.
Algunos se centraron en botánica y comenzaron a cultivar plantas con los principios activos para tratar diferentes tipos de tumores, diabetes, depresión y enfermedades cardiovasculares. Algunos países se convirtieron en verdaderas junglas, enormes viveros en los que se producían plantas medicinales, flores y frutos cuyas propiedades se desconocían y se investigaban.
Otros se centraron en criar animales conocidos como venenosos, aquellos que producían neurotoxinas capaces de actuar en el sistema nervioso central evitando ataques epilépticos, tumores cerebrales y estimulando la mente, como aquellos similares a la cafeína, sustancias que aumentaban la capacidad de concentración, la vigilia y el sueño...
En este sentido muchos países se han interesado por toxinas capaces de actuar en el cerebro estimulando la neurogénesis, en principio para tratar el Alzheimer, pero más adelante para buscar la «cafeína» o la «taurina» que nos hiciera más inteligentes o más perceptivos.
Esta búsqueda propició dos cambios fundamentales. El primero de ellos es que se comenzaron a investigar no solo plantas y animales, sino también bacterias que pudieran modificar nuestro cuerpo (principalmente la flora intestinal) para ganar en salud y en años de vida. Algunos países se especializaron en bacterias vinculadas a la longevidad, otros en aquellas implicadas en la fertilidad y también se centraron en las dolencias autoinmunes. El turismo de salud se convirtió en una industria más rentable aún y las fronteras de los países comenzaron a ser más laxas (bendita economía), para aprovechar el conocimiento del vecino y los recursos propios.
El segundo cambio fue igual de profundo y afectó a una parte de la población olvidada pero igual de fundamental. En 2030 casi un tercio de la población global tendrá más de 65 años. La esperanza de vida había aumentado notablemente, al igual que la reducción de las enfermedades neurodegenerativas, lo que hizo que la gente viviera más tiempo y mejor. Aunque muy pocos querían emplear trabajadores de más de 60 años. Al cultivar plantas y criar animales que llevaban años olvidados, el conocimiento de los mayores se volvió otro recurso determinante y la población de más de 65 años era el objetivo fundamental de los caza talentos de agencias especializadas. Estos hombres y mujeres atesoraban el conocimiento aprendido en la práctica, lecciones que no figuraban en manuales y que se creían extinguidas... Todo esto por una flor.