Artículo de Mariano Rajoy: «Miguel de Cervantes. De España para el mundo»
Hace ya cuatro siglos que, escritor hasta el final, Miguel de Cervantes quiso dejar por escrito su adiós a los lectores. Era el mes de abril de 1616 y, en el prólogo a su Persiles, consigna que su tiempo es breve y que su vida «ya se va acabando». Le faltaban, en efecto, muy pocas horas para morir. En la emotividad de esa escena, Cervantes todavía tuvo la exquisita cortesía de acordarse de todos nosotros, de su comunidad lectora, «deseando veros presto contentos en la otra vida». Éstas iban a figurar entre sus últimas palabras. Y cabe sospechar que, por aquel entonces, ni siquiera una imaginación como la suya hubiera podido concebir todo lo que iba a venir después de él. El éxito universal de su obra. La admiración global por su figura. La perenne continuidad de su legado. El hecho de que este mismo 23 de abril, cuatro siglos después de su muerte, sus compatriotas españoles y millones de lectores agradecidos en todo el mundo nos sigamos encontrando con él en esa «otra vida» que son sus páginas.
¿Qué celebramos al conmemorar el Cuarto Centenario de Miguel de Cervantes? Sin duda, rendimos homenaje al más influyente –al más grande– de los escritores en lengua española. Recordamos todo un hito en la historia de la libertad y la creatividad del hombre, como es el nacimiento, con el Quijote, de la ficción moderna. Y nos pasmamos de los logros de un narrador que, por sí solo, ha sido capaz de crear toda una rama del saber (el cervantismo), de convertir su nombre en un elogio (cervantino) y de convertir a un personaje en un arquetipo universal (lo quijotesco). Sin Cervantes, la arquitectura del espíritu europeo estaría incompleta.
En un día como hoy, sin embargo, también tenemos oportunidad de ponderar hasta qué punto Cervantes todavía está presente en nuestras vidas. Está en nuestro imaginario colectivo, lo mismo que en los monumentos y plazas de tantas ciudades. Está en nuestra lengua y nuestras expresiones cotidianas, igual que estuvo en una ocasión tan solemne como el discurso de la proclamación de S. M. el Rey. Está en los premios que llevan su nombre –los más prestigiosos de nuestra lengua– y en un Instituto Cervantes que difunde nuestra cultura por el mundo. Está, en fin, en las monedas que utilizamos y también en esa estrella bautizada en 2015 como Cervantes, en torno a la cual orbitan los planetas Quijote, Dulcinea, Rocinante y Sancho. Unos nombres que, como el del propio autor, resuenan en todas las lenguas del mundo.
No en vano, si ha habido un embajador cualificado de la cultura española en los cinco continentes, ése ha sido Miguel de Cervantes. Shakespeare –según dicen los expertos– lo leyó y se inspiró en él. Donizetti, Ravel, Mendelssohn o Telemann lo musicaron. Encandiló a un cineasta como Orson Welles y alimentó el arte de Daumier o de Doré, del mismo modo que iba a nutrir la literatura de Borges, Thomas Mann o Graham Greene. De entre las aportaciones de la cultura española al mundo, sin duda, pocas han sido y siguen siendo tan amadas y veneradas como la obra cervantina.
Y el autor del «Quijote», como no podía ser de otra manera, está también inserto en la misma entraña de la mejor tradición española. Ortega y Azaña, Azorín y Unamuno, Dalí y Picasso, nos demuestran cómo Cervantes y sus personajes han sido un punto de encuentro para españoles de todas las procedencias y todas las ideologías, en una feliz vertebración de nuestra cultura que sigue viva hasta hoy. Y por figuras de la talla de Cervantes nos enorgullecemos de pertenecer a esta cultura a la que damos continuidad «a hombros de gigantes» como él.
Sí, la proyección de Cervantes es incomparable. Pero al llamado «príncipe de los ingenios» lo encontramos ante todo –como es natural– en sus obras, y no es ocioso recordar aquí al eminente cervantista catalán Martín de Riquer, que felicitaba a quienes no habían leído el Quijote «porque aún les queda el placer de leerlo». Hoy, con ediciones para todos los públicos, cualquiera puede hacerlo, cualquiera puede volver o llegar por primera vez a Cervantes y al «Quijote». Porque, salida tras salida del ingenioso hidalgo, de la Mancha a la playa de Barcelona, en sus aventuras hay una pedagogía de humanidad, libertad y humor para todos. Sí, todos cabemos en Cervantes, porque logró que, al leer su gran novela, «el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla». Esto, que ocurría ya en el siglo XVII, ocurre igual en el siglo XXI.
En atención a la grandeza de esta conmemoración, el Gobierno, a través de la Comisión Nacional creada al efecto, ha dado al IV Centenario cervantino la condición de «acontecimiento de excepcional interés público». Y el propósito que ha guiado nuestros trabajos es, precisamente, convertir esta conmemoración en una celebración social y participativa, abierta a actores públicos y privados, a instituciones y particulares, tanto dentro como fuera de España. Por eso, a fecha de hoy, el número de iniciativas puestas en marcha asciende a más de 350, desde ambiciosas exposiciones sobre el legado cervantino –como la muestra, la más completa realizada hasta la fecha, coorganizada por la Biblioteca Nacional y Acción Cultural Española– hasta proyectos de creación plástica contemporánea, que incluyen lenguajes que son más familiares para los más jóvenes, como el cómic y el grafiti. Junto a ello, por supuesto, hay ciclos de cine, conciertos, itinerarios, actividades de divulgación y fomento de la lectura, además de las necesarias publicaciones e iniciativas académicas. Es toda una invitación para salir de casa y vivir en plenitud el año de Cervantes, sin olvidar –por supuesto– el regreso a sus páginas. No en vano, como él mismo escribió, «el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho». Ésa es otra de las lecciones de la humanidad cervantina.
Mariano Rajoy
Presidente del Gobierno en funciones