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«Mitridate», puesta en escena moderna pero ejemplar

Claus Guth expone la trama de forma comprensible. En su propuesta, con un escenario que gira, todo funciona

«Mitridate, re di Ponto», en el Teatro Real Javier del Real

Quienes me leen con frecuencia saben que no soy muy amigo de las puestas en escena modernas –hace bien poco un alto cargo del Teatro Real me confesaba lo mismo sin poder hacerlo en público–, de ahí que me resistiese a escribir la crítica del reciente «Mitridate» y prefiriese no ir a su primera representación sino más adelante y, cuando lo hice, fui con expectativas negativas. Sin embargo, he de reconocer lo muy equivocado que estaba.

Cierto es que se trata de una ópera compuesta supuestamente por un niño de catorce años, nacido el 27 de enero de 1756, que a los cuatro practicaba el clavicordio y componía pequeñas canciones, leía música a primera vista, tenía una memoria prodigiosa y poseía una inagotable capacidad para improvisar frases musicales y minuetos de considerable dificultad. Obviamente, no sabemos cuánta ayuda le pudo prestar su padre Leopold, quien decidió exhibir las dotes musicales de sus hijos ante las principales cortes de Europa y comenzó a llevar a Wolfgan Amadeus Mozart de gira. ¿Le ayudaría en «Mitridate» como hacemos los padres con los deberes de nuestros hijos? ¿Quién sabe? Por eso una ópera de más de tres horas, escrita a tan tierna infancia, se hace larga a la fuerza, con una aria tras otra llenas de academicismo, un solo dúo y para dos sopranos y un septeto final que no alcanza los dos minutos.

Eso sí, hay un momento claro en donde sale el genio y tiene toda la pinta de ser de Mozart y no su padre. Es el aria de Sifares «Lungi da te». En ella, y empiezo con la puesta en escena, Claus Guth tuvo el acierto de «sacarla» de la trama, presentando a la soprano con el trompa, ambos solos en el escenario con una gran concha semicircular detrás. Este mismo recurso lo empleó en otras ocasiones también acertadamente.

Pero es que Guth no ha hecho como otros, es decir, cambiar tiempo y argumento sin ton ni son para ser original y evitar tener que superar puestas en escena tradicionales y brillantes. No, él se ha estudiado a fondo la obra y nos la transporta a un presente sólo infiel al libreto en un par de casos, y, con todo sentido, exponiéndonos la trama de forma absolutamente comprensible.

Se vale de un escenario giratorio que traslada la corte helenística de Ninfeo a un moderno palacio ambientado en los años 60 y que incluye personajes mudos, como sucede con el mayordomo, y una coreografía de sombras y sueños con extras vestidos de negro que ayudan a dar ligereza a la trama. Se ha comparado su idea con la serie televisiva «Sucesión», bueno…ganas de buscar tres pies al gato. El caso es que todo funciona y se entienden los conflictos de los personajes. Es más, yo me hubiera atrevido a cambiar el breve texto en cuanto a lo que se refiere a su lucha con Roma para hablar de las luchas entre las mafias de la droga.

Bolton efectúa un buen trabajo y las cantantes –Sara Blanch, Elsa Dreisig y Marina Monzó– brillan, y Franco Fagioli en su última aria, «Già dagli occhi il velo è tolto», dio una lección de regulaciones y nos hizo olvidar su falta de homogeneidad en los registros. Del tenor Mitridate omito escribir.

Volviendo al inicio, yo habría salido más feliz si esa aria hubiese estado incluida en la primera hora y tres cuartos y me hubiera evitado la segunda parte de hora y diez. En cualquier caso, ¡bravo por esta coproducción del Real con la Opera de Francfort, el Gran Teatro del Liceo y el Teatro di San Carlo! Hoy tienen la última oportunidad de comprobar todo ello.