Cine

Videos

Muere Bernardo Bertolucci, el último gran maestro del cine italiano

Aunque enfermo desde hace años y en silla de ruedas, Bertolucci seguía riéndose a carcajadas mientras hablaba, por ejemplo, de «El último tango en París». Considerado como uno de los grandes cineastas europeos del siglo XX, cien años tan revolucionarios y contestatarios como el propio director, ayer moría a los 77, pero la producción de este hombre culto e insobornable habitará para siempre entre nosotros tremendamente italiano.

Bernardo Bertolucci en el Festiva de Cannes en 2012 / Reuters
Bernardo Bertolucci en el Festiva de Cannes en 2012 / Reuterslarazon

Aunque enfermo desde hace años y en silla de ruedas, Bertolucci seguía riéndose a carcajadas mientras hablaba, por ejemplo, de «El último tango en París». Considerado como uno de los grandes cineastas europeos del siglo XX, cien años tan revolucionarios y contestatarios como el propio director, ayer moría a los 77, pero la producción de este hombre culto e insobornable habitará para siempre entre nosotros tremendamente italiano.

Se arrastraba en silla de ruedas desde hacía años, le costaba ya articular un discurso completo, pero todavía reía. Reía a carcajada limpia, burlándose de la enfermedad, orgulloso del provocador que siempre fue. «Quería construir la mayor bandera roja vista en el cine, tejida por la unión de todas las banderas que los campesinos habían escondido durante el fascismo, y pagar todo esto con dólares americanos me excitaba enormemente», contaba Bernardo Bertolucci para explicar cómo surgió «Novecento». Sentía que después de «El último tango en París» podía hacer lo que le diera la gana: «No me avergüenzo de decir que no se puede hacer una película así si uno no se siente un poco megalómano». Reducido por un estado de salud que apenas le permitía proyectar un ápice de su lucidez, seguía divirtiéndose. Hablaba sin terminar las frases, dejando que el público captara el genio de alguien a quien no le hacía falta dar más explicaciones. Ocurrió en un festival de cine en Roma, hace dos años, durante una de las pocas apariciones públicas de sus últimos tiempos. No se prodigaba en exceso debido a su condición. Y ayer, a los 77 años, el tumor en el sistema linfático que lo golpeaba desde hace cerca de una década terminó con la vida de uno de los cineastas que mejor han captado en la pantalla un siglo de guerras, sometimiento y revoluciones.

Su historia empezó en 1941, en una Parma asediada por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial y en la que los partisanos combatían ferozmente a los fascistas. El origen será importante, no se trata de un simple apéndice histórico. El caso es que Bertolucci, hijo de un poeta y de familia izquierdista, abandonó pronto su ciudad para estudiar Letras en la Universidad de la Sapienza de Roma. Era una época de gran debate intelectual, un momento de esplendor para el cine italiano, en el que al furor por las estrellas de Hollywood que llegaban en aquel momento al país se unían una serie de directores mucho más reflexivos. Y así fue como Bertolucci comenzó trabajando con Pier Paolo Pasolini, otro poeta que terminó haciendo películas, como asistente en «Accattone». Aquel fue el retrato social de la Italia pobre de Pasolini. Poco después Bertolucci lo emuló en un par de películas, bajo supervisión de su maestro y colega, aunque sus sueños iban entonces por otra parte.

«Conformarse» con Brando

Llevó a la pantalla «El Conformista» de Alberto Moravia, otro autor de fuertes convicciones morales, que le sirvió como guía para explorar la nouvelle vague francesa. Entonces confesó que un día soñó con un hombre y una mujer desconocidos que se encontraban en un piso únicamente para hacer el amor. Una vida atribulada que solo el sexo podía reparar. Eran los primeros setenta, mayo del 68 quedaba a la vuelta de la esquina. Había nacido «El último tango en París».

Para el papel de protagonista, Bertolucci pensó en el galán francés por excelencia Jean-Paul Belmondo, que después de leer el guión le respondió que hacer porno no estaba entre sus planes. El plan B fue Alain Delon, rechazado porque quería convertirse también en productor. Así que el italiano tuvo que «conformarse» con un actor casi cualquiera: Marlon Brando, que acababa de rodar «El Padrino». Hace poco «El último tango en París» fue remasterizada y proyectada en los cines. Y antes de su presentación, su autor fue capaz de dar una última entrevista al diario «La Repubblica», en la que detalló todos los entresijos del rodaje. Contaba que antes de aceptar el papel, Brando lo llevó a su casa de Los Ángeles, donde pasaron un mes hablando de todo menos del filme. Hasta que quién sabe cómo y por qué se plantaron en el rodaje, donde fueron vaciando lo que había dentro de ellos. De ahí surgió la famosa escena de la mantequilla, tras la que Maria Schneider dijo sentirse violada y humillada. El director no se lo explicó a la actriz. «Me gustaba la idea de contar la parte más animal de la sexualidad, quería ver su reacción no como actriz sino como persona real», explicó el cineasta. A Schneider le tiraban después en los estrenos trozos de mantequilla. Imaginen esto en los tiempos del #MeToo. La cinta fue censurada e incluso un tribunal italiano ordenó que se destruyeran los negativos, algo que –por suerte– no sucedió. La historia solo podía terminar con un tremendo éxito, que le permitió hacer lo que siempre quiso.

Es decir, retratar sus orígenes, su tierra, su cosmovisión. «Novecento» no fue únicamente la fotografía de la Italia de su Parma natal, campesina y comunista, levantada en armas y aplastada por el fascismo. La película es una de las grandes epopeyas de la historia del cine. Los «cien años de soledad» del séptimo arte italiano. Bertolucci confesó después que los productores tuvieron que obligarle a terminar la obra, que él pensaba que el rodaje sería infinito. Consiguió que Hollywood le financiara su manifiesto comunista a cambio de convertirla en una superproducción con Gérard Depardieu, Robert de Niro, Burt Lancaster y Donald Sutherland, personajes al estilo americano para rebajar su tono de la revolución de las masas. El resultado fueron cinco horas de metraje separadas en dos partes. Tampoco «Guerra y paz» es una lectura ligera y no por ello deja de ser una obra maestra.

Su sentido más poético

Abrumado por el peso de la historia, Bertolucci se fue una temporada a Londres, donde dejó reposar a las musas hasta 1987, cuando rodó «El último emperador». En la historia del gobernante niño que llega al trono en 1908 y termina sus días precisamente con la llegada del comunismo, el director recuperó su sentido más poético y cerró por el principio su narración del pasado siglo. No fue seguramente su obra más radical, pero sí la más reconocida, con nueve Oscar, incluido el de mejor director. «El cielo protector», «El pequeño Buda» o «Soñadores» –ya en 2003– todavía tuvieron reconocimiento. Pero su obra quedó, como él, encerrada en el siglo XX. Lo que vino después fueron la enfermedad y los reconocimientos a una carrera, algo que siempre odió, ya que consideraba que lo suyo debía ser la rebelión, no la condescendencia. Ayer se echaron en falta reacciones políticas, aunque tampoco las habría querido de manos de este Gobierno populista. Solo el presidente de la República, Sergio Mattarella, emitió un comunicado con sus condolencias. La mayoría de las grandes figuras del cine italiano tampoco están ya para llorar su muerte. Comunista y ateo, Bertolucci no quería un funeral religioso ni tampoco grandes fastos públicos en los que alguien pudiera sentir compasión incluso después de muerto. Sí habrá una capilla ardiente, instalada hoy en el Campidoglio, la sede del Ayuntamiento romano, no tanto para velar el cadáver sino para cerrar una época a modo de catarsis. Así, probablemente, sí le hubiera gustado.

A lo largo de su trayectoria, el cineasta despertó grandes debates y mucha controversia. La última llegó apenas hace dos años, cuando en una entrevista realizada en 2013 al cineasta pero publicada en 2016, Bertolucci reconoció que ni él ni Marlon Brando le dijeron a Schneider sus planes de usar mantequilla durante la escena sexual porque querían que ella reaccionara «como una niña no como una actriz.» . Efe