Sevilla

Muere el mundo surrealista de Ángeles Santos

Muere el mundo surrealista de Ángeles Santos
Muere el mundo surrealista de Ángeles Santoslarazon

Estaba a punto de cumplir 102 años, le faltaba muy poco, aunque hacía un tiempo que había dejado los pinceles. Una mañana, como tantas, su hijo, pintor también, Julián Grau Santos, le preparó la tela. Lo hacía cada mañana. Desde siempre: «Le puse los pinceles, los colores. De repente, ella me clavó los ojos y me dijo con su voz leve: ''Ya no voy a pintar nunca más". Y lo dejó. Fue hace un par de años, tres quizá», recordaba ayer. Hasta ese momento, Ángeles Santos Torroella (Portbou, 1911), una pintora tan grande como desconocida, realizaba una liturgia diaria con el caballete. Su hijo no se acostumbra a su marcha: «Hemos tenido mucha suerte. Ha muerto muy tranquila y la hemos cuidado muy bien, hemos gozado con ello. Lo llenaba todo. Lo peor viene ahora», explica.

La recordamos hace años, en 1999 en esa casa maravillosa con el sello de Grau Santos, llena de verde y de vida, con un estanque, absolutamente vivida. Entonces estaba en cama por un leve percance, pero su cabeza era lúcida y sus ojos transparentes. Teníamos delante una parte de la historia de la pintura española, una mujer menuda a la que un cuadro dio la vida y se la quitó. Nos referimos a «Un mundo», pintado por ella en plena adolescencia, una obra de 1929 que dejó sin aliento al mundo del arte. ¿Qué podía tener en la cabeza aquella niña de provincias para verter ese universo onírico en el lienzo? Su mundo. El enigma sigue sin respuesta. Ángeles se lo ha llevado consigo. Para Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen Bornemisza, «hay un buen número de pinturas suyas de excepcional interés que realizó antes de la guerra. Hay muchas Ángeles en Ángeles. Era una joven intelectual y rebelde que se rechazaba a sí misma. Y precisamente para destruir esa imagen se reinventa después de pasar por varias crisis ideológicas. Deja de lado a esa mujer que era, se niega y resurge con una obra de instinto matissiano, que entronca directamente con los sentidos y es cuando pierde ese halo y algo inquietante que se notaba en cada una de las pinceladas de "Un mundo"». Una obra que entronca con la de artistas de la Nueva Objetividad «unos intelectuales muy vividos y viajados, como Otto Dix, por ejemplo. Eran intelectuales y ella, una señorita de provincias. Su obra posterior a la Guerra Civil no es comparable a esa primera etapa».

Un cuadro en el Thyssen

Para la exposición que prepara ya el Thyssen, «El surrealismo y el sueño», y que se inaugura la semana que viene, el museo pidió precisamente al Reina Sofía el préstamo temporal de la citada obra, pero después de muchas, largas e intensas conversaciones no pudo ser. La salida del cuadro dejaba un vacío inmenso en el centro que dirige Manuel Borja-Villel. Un vacío físico y un vacío de algo más. No obstante, se expondrá «Alma que huye de un sueño», fechado en 1930 y procedente de una colección privada. Sus recuerdos de infancia estaban unidos a los del Colegio de las Esclavas del Sagrado Corazón, en Sevilla, y al olor a jazmín, que era algo que le gustaba especialmente. Allí recibió clases del maestro Cellino Perotti. «Empecé a pintar tapices. Él me insistía mucho. De izquierda a derecha, me decía. Y de arriba abajo». Pintaba antes de ir al colegio, de 8 a 9 de la mañana, y no corregía nada. Dejó a un lado las muñecas para oler el aguarrás con el que se limpian los pinceles. «Nunca me he creído mucho lo que decían de mí. Pero hablaban muchas cosas, y la mayoría eran buenas, aunque entiendo que pudiera resultar extraño que una jovencita pintara lo que yo pintaba, tan oscuro, tan desasosegante, con una atmósfera tan cerrada y angustiosa. Lorca, Cossío, García Lesmes..., los intelectuales, lo recuerdo, venían a mi casa para ver mis cuadros. Lorca, por ejemplo, se quedaba perplejo delante de ellos. Me regaló el primer "Romancero gitano". Jorge Guillén también me obsequió con un libro de poemas. Y Ricardo Baroja y Gómez de la Serna: Mi pintura era atormentada», decía. En 1935 conoció a Emilio Garu Sala, artista también, en las galerías Syra. Se casaron en enero de 1936. «Él pintaba unos cuadros muy alegres que no se parecían nada a los míos. Entonces empecé a odiar mis cuadros. Me di cuenta de que eran tristes y cambié mi manera de pintar. Él cambió mi vida», confesaba.

Solana cree que España le debe un reconocimiento, una gran exposición: «En el Reina Sofía, por ejemplo. Está pendiente. Tendría que hacerse un balance de su obra porque no tenemos artistas de esa valía».