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¿Murió envenenada la emperatriz María Luisa de Austria?

Envuelta en traiciones amorosas, la viuda de Napoleón podría haber sido víctima de una venganza
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Envuelta en traiciones amorosas, la viuda de Napoleón podría haber sido víctima de una venganza.
¿La esposa del emperador Napoleón Bonaparte murió envenenada? ¿O estamos tal vez ante otra fantasiosa leyenda de tantas como siguen circulando por los laberintos secretos de la Historia? En mi nuevo libro, «Pasiones regias» (Plaza y Janés), resuelvo este y otros intrincados enigmas. Nacida en Viena el 12 de diciembre de 1791, siete años antes de su muerte, un distinguido viajero la encontró a su paso por Ischl, una estación de aguas frías, cloruradas sódicas, en la Alta Austria que separaba el Tirol del ducado de Salzsburgo. Si no le hubiesen advertido al hombre que aquella mujer de apariencia vulgar y fornida, asomada a la ventana de una casa modesta, era la viuda del otrora emperador de los franceses, María Luisa de Austria en carne y hueso, jamás lo hubiese creído.
Pero sí, era ella. La misma que no esperó a la muerte de su imperial esposo para arrojarse en brazos de Adam Adalbert von Neipperg, mientras Napoleón se carcomía de tristeza y soledad en el destierro de Elba. La ocasión era propicia para el amor traicionero. Su rival Neipperg no perdía el tiempo a la hora de hacer méritos para sustituir al más ilustre conquistador de los tiempos modernos en el corazón de la emperatriz consorte de los franceses.
Tercer marido
No era extraño, así, que el 1 de mayo de 1817, cuando el titán agonizaba sobre la roca de Santa Elena, María Luisa diese a luz una niña, Albertina María, hermana adulterina de ese rey de Roma por quien tantos corazones habían latido en vano de esperanza. María Luisa y Neipperg aún concibieron otro hijo ilegítimo en 1819, llamado Guillermo Alberto, adornado con el título de conde Montenuovo y creado por si fuera poco príncipe. Neipperg falleció el 22 de febrero de 1829 en Parma. Pero en una mujer del temperamento de María Luisa, las lágrimas se secaron pronto. Su tercer marido fue el aristócrata Charles-René, conde de Bombelles. Debemos a Paul Ginisty, escritor y periodista francés, la publicación de dos artículos muy interesantes sobre la muerte de María Luisa en la revista satírica Gil Blas, impresa en Madrid entre 1864 y 1872.
Ginisty conoció al también escritor Guy de Maupassant, quien le dedicó su popular cuento «Mon oncle Sosthène» («Mi tío Sosthene»), y dirigió el Teatro del Odeón en París, inaugurado por la reina María Antonieta. El periodista aludía a la existencia de un partido que defendía a muerte los intereses sucesorios de Carlos Luis de Borbón-Parma, nominado como Carlos II de Parma, Luis II de Etruria y Carlos I de Lucca.
Nacido en el Palacio Real de Madrid, Carlos Luis era hijo de Luis I de Parma y de la infanta María Luisa de Borbón. Con solo cuatro años se le proclamó rey de Etruria bajo la regencia de su madre, hasta que en 1807 se le desposeyó del título tras la conquista del reino por parte de Napoleón, quien lo integró a su vez en el reino de Italia.
Sospechoso
Napoleón prometió a la desconsolada infanta María Luisa y a su hijo Carlos Luis un nuevo trono en el futuro reino de la Lusitania Septentrional, en el norte de Portugal. Pero la derrota del emperador y el posterior Congreso de Viena pusieron en manos de la archiduquesa María Luisa de Austria, viuda de Napoleón, el ducado de Parma con carácter vitalicio. De modo que, si ésta fallecía antes, el ducado de Parma pasaría a los Borbón-Parma. Señalado el presunto móvil, se hizo irrumpir en la siniestra escena al sacerdote Antonio María
Lamprecht, designado capellán de Parma en 1839, el cual, según la versión conspiratoria, llegó a ser agente incluso del príncipe Carlos Luis. Ginisty señalaba así con el dedo acusador a Lamprecht, encargado de preparar el veneno para María Luisa.
Pero la Historia, con mayúscula, jamás se basa en meras suposiciones. Esgrimamos por tanto la hipótesis contraria: que María Luisa falleciese de muerte natural. En la investigación abierta por el profesor Ludovico Biagi, de Florencia, se llega a esta inapelable conclusión. Recordemos también la opinión del doctor Caggiati, que trató a algunos hijos de María Luisa y que tuvo oportunidad de recoger de sus propios labios detalles inéditos sobre la muerte de su madre. «La muerte de la emperatriz fue natural», manifestaba él, rotundo. Sabemos ya que la viuda del César padecía mucho de reumatismo y que iba a tratarse a las aguas de Ischl. El jueves 9 de septiembre de 1847, la archiduquesa experimentó los primeros síntomas de la enfermedad que le llevaría a la tumba. Probablemente una neumonía infecciosa.

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