Pablo López: «Tocar en hoteles fue mejor aprendizaje que el conservatorio»
El malagueño publica «Un piano y una voz en 360º» y cierra su gira en Barcelona rodeado de la incertidumbre sanitaria
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Está intranquilo, como todos en estos días de aumento de contagios y nuevas variantes víricas, pero un poco más: los artistas llevan dos años sorteando dificultades y luchando por ganarse el pan y la irrupción de Ómicron devuelve los peores fantasmas de la pandemia a la mente de Pablo López, que presenta estos días «Un piano y una voz en 360º» y prepara, si el virus y las restricciones lo permiten, su final de gira en el Palau Sant Jordi hoy mismo, noche para la que está todo el papel vendido. «Me da miedo que nos lo puedan cerrar... No tenemos noticias, pero claro, hay mucho ruido alrededor», explica.
Vuelve el miedo al virus.
Claro, y tiembla la estabilidad social. Habíamos conseguido una pequeña recuperación de la hostelería y de todos los trabajos y da miedo que se pierda todo. Y ves que en Europa están retrocediendo y piensas... ¿en qué momento nos va a tocar a nosotros? Por suerte la noche de Barcelona está pensada y vendida de una manera que respete las medidas de distancia y sentados. Pero ya me echo a temblar, porque el fin de gira siempre es importante. Aunque es más importante la salud de la gente.
Publica el disco en directo de una noche especial.
Está marcada en mi calendario invisible. Tener la oportunidad de hacer algo así de especial en un lugar como La Maestranza con 12.000 personas, fue pura magia. De aquella noche guardo un recuerdo de un miedo bonito, de un nervio que está presente pero no molesta. Porque salí sin guion y eso quedó muy reflejado en la interpretación. Pasé de un tema mío a uno de Mecano y a uno de Alejandro Sanz, según me iba pareciendo. El recuerdo que tengo es que compartir no tiene límites. Fue inolvidable.
¿Salió sin saber qué iba a cantar?
Literalmente. La gente se dará cuenta cuando lo escuche. Claro, toqué canciones de pesos pesados en mi vida, que no puedo evitar cantar y que conozco muy bien.
Un concierto con ese riesgo, ante 12.000 personas...
(Risas) Pues es que creo que a partir de un número ya te da igual que sean 1.000 o 15.000... pero es cierto que se generó un ánimo contagioso, de gente celebrando una actuación musical en un lugar donde no suele escucharse música. Pero en cuanto puse la mano encima del piano me di cuenta de que todo el mundo estaba conmigo y que se podían cometer algunas locuras.
Fue un inconsciente.
Un poco sí. Tampoco es como para decir que cambié nada de la historia de la música, pero sí que llevé mi casa a un escenario. Asumí ese riesgo, aposté un poco más fuerte.
Solo con el piano no hay lugar donde esconderse.
Eso es así. Lo bueno es que nunca he tenido necesidad de hacerlo. Y en el «360» por eso hemos dejado los errores, ya sabes, cuando se te va la mano...
¿Y qué pasa cuando se te va la mano y estás tú solo?
¡No pasa nada! Porque realmente uno lleva mucho tiempo tocando solo en los hoteles y eso... y tiene mil argucias para salir de cualquier mal paso. Pero bueno, nunca se te va de manera flagrante. Hay canciones, como «El patio», en las que te la juegas. Porque es un tema grandilocuente y a la vez intimista y no puedes columpiarte. Pero no me importa que se me vea despeinado a veces.
¿Ese aprendizaje en hoteles le hizo ser quien es?
Sin duda. Yo he estado en el conservatorio, he viajado muchísimo, pero el peso que te da tocar en un lugar donde en realidad no has sido convocado para ser escuchado... eso moldea tu forma de ser. Yo no nací para llegar a un sitio pisando fuerte, «señores, mírenme que estoy aquí y van a flipar». No. Yo no valgo para eso. Y sigo teniendo ese carácter. Ni se me ocurre tocar a alguien que me estoy intentando ligar a alguien (risas). Pero en los hoteles me obligaron a estar en el lobby que pasen los huéspedes mientras esperan y no te escuchan pero tratas de meterte en su cabeza. Y eso día tras día. No solo no estás para que te escuchen, es que, a veces, molestas.
¿Cuánto tiempo estuvo así?
Pues primero estuve tocando en Londres en parques y en el metro. Y regresé a España y pasé cinco años en hoteles, de lunes a domingo, y algunos días haciendo doblete por la noche. Tocando temas de Ketama o de cualquier cosa hasta las 4 de la mañana. Y eso fue el 80 por ciento de mi aprendizaje. Que me perdonen en el conservatorio donde estuve, pero es así.
Así no tiene miedo.
Ya no me pasa pero he tenido dolores de estómago antes de salir.
¿Le piden que cante en casa en Navidad?
(Ríe) Sí, pero mi respuesta siempre es que canten ellos. Venga, yo soy el pianista del hotel, no se preocupen. Tito, ¿qué quieres cantar? ¿Raphael? ¿Tú, Rocío Jurado? Pues venga, yo lo toco y ellos cantan. Pero me respetan y separan al hijo, sobrino, hermano, del artista.
¿Cuántas muescas tiene su piano?
Pues en el sexto La tiene una mella y fue porque una persona conocida, pero no voy a decir su nombre, dejó caer el micrófono encima de la tecla. Y se quedó una muesca y cuando vienen los luthieres a afinarlo, me proponen sustituir la tecla, pero no quiero, porque eso dice que está vivo. Mi piano está fuerte y no necesito tenerlo entre algodones. Muchas veces creo que tiene alma.
¿Hasta qué punto se tiene una relación...?
...hasta puntos insospechados. La capacidad de humanizarlo a veces me preocupa. Yo le veo formas, le veo atractivos, le veo estados de ánimo. Te juro que a veces siento que está mejor que otros días. Y le beso cuando llego después de unos días fuera de casa. Me agarro a él preocupantemente.