Andrés Miranda: «No hay mejor terapia que tocar el saxo»
Es el saxo de Fatbeat! y su vida lleva música incorporada. Ahora acaba de presentar su segundo disco, «Animals»
Es el saxo de Fatbeat! y su vida lleva música incorporada. Ahora acaba de presentar su segundo disco, «Animals»
Desde que se levanta hasta que se acuesta, siempre con el saxo a cuestas. Y cuando no lo lleva colgado, se siente extraño. Un instrumento puede dar sentido a una vida, y la de Andrés Miranda suena a jazz. Entiende la música como un medio artístico de expresión y lamenta que para la mayoría del público sea entretenimiento y no arte. Su grupo, Fatbeat!, ha presentado «Animals», su segundo disco. «Siéntense, escuchen y aprendan a disfrutar», aconseja. Casi licenciado en Psicología, asegura que «no hay mejor terapia que tocar el saxo».
–Fatbeat! es una atípica banda de jazz.
–Nos cuesta, e incluso nos duele, etiquetarnos como una banda de jazz. La gente no sabe encasillarnos bien, aunque nosotros mismos tampoco. La instrumentalización es parecida a la de muchos grupos de jazz, pero también hay referencias al rock, al pop y a la música clásica.
–Dichosas etiquetas...
–Tocamos diferentes tipos de música. Metemos todo en la batidora de la composición e intentamos no tener prejuicios. El jazz contemporáneo se aleja mucho de lo que era el de los años 50 o 60. La improvisación es parecida, pero estilísticamente resulta muy diferente. El jazz, más que un estilo, es una cultura muy integradora. Come y bebe de cualquier fuente. Si bien como oyente siempre he etiquetado la música, como creador me cuesta. No pretendo venderlo como una banda de jazz, sino como Fatbeat!
–Hábleme del grupo.
–Cada concierto es un viaje para el oyente. Hacemos música cinematográfica. Hay momentos de creación, de improvisación, en los que sólo generamos texturas sonoras. No hay melodías. La relación entre los cinco es buena e intensa. Somos un grupo muy democrático porque no hay líder. Todas las decisiones se toman en conjunto. El hecho de que nosotros invirtamos en los discos nos da mucha libertad, aunque también algunas complicaciones. Como no tenemos líder no hay conflictos de liderazgo, pero podemos entrar en un terreno pantanoso en el que nadie actúe. Todos somos imprescindibles. Queremos crear nuestro pequeño mundo musical.
–¿A qué suena «Animals»?
–Con mucho anclaje en el jazz, se acerca al rock en cuanto a las estructuras de cómo concebimos el ritmo y la armonía y de cómo se produce la composición. Es difícil definirlo. Evoca a muchas sensaciones diferentes. Los temas no tienen repetición, son como un viaje. Las vueltas a las melodías son reminiscencias, nunca es lo mismo. Pretendemos generar una impronta en el oyente a través de la melodía. Jugamos con ese viaje emocional y auditivo.
–¿Respeto absoluto al sonido?
–Sí. Yo busco ampliar el espectro sonoro del saxo e integrarme en los instrumentos electrónicos de mis compañeros. Formar parte de ellos, camuflarme dentro de esas texturas.
–El jazz no es un estilo demasiado popular...
–Evidentemente, eso dificulta darse a conocer entre el gran público. Es complicado hacer del jazz una profesión en España. Hemos tenido bastante buena acogida en garitos de Madrid, con nuestro propio público, aunque alguna dificultad a la hora de salir fuera. Entramos en una dinámica en la que si no tocas jazz tradicional, tampoco interesas, por lo que cabalgamos a caballo entre dos mundos. En nuestro primer disco pecamos de ingenuos, porque invertimos bastante en la producción y muy poco en moverlo. Y para tener visibilidad hay que invertir en promocionar el producto.
–¿Se puede mejorar la cultura musical en España?
–He estado viviendo y estudiando muchos años en Holanda, donde la tradición cultural musical es increíble. El nivel de artistas en España es muy elevado. Madrid se está convirtiendo en una gran ciudad para la música creativa. Existen muchos sitios donde tocar, y muchas bandas. Y los músicos cada vez son mejores. Pero para generar un público hay que partir desde la educación. Si vas al teatro, a la ópera o al Auditorio Nacional ves a gente muy mayor. A la cultura sólo accede un determinado perfil de persona y eso se debe a que no genera intereses o a que no se nos ha enseñado a tener ese interés. Yo apostaría por la difusión. La oferta en la televisión es muy limitada, aunque afortunadamente internet ha democratizado todo esto. Puedes meterte en Youtube y descubrir maravillas, un mundo. Pero en los medios de masas, donde la gente consume mucho tiempo, se echa de menos más variedad cultural, porque eso enriquece.
–Qué difícil es vivir de la música...
–En España es muy común que te pregunten ¿y qué más? cuando dices que eres músico. Aquí es muy difícil, está muy cuesta arriba, pero fuera tampoco es la panacea. No hemos entendido que la cultura genera riqueza a muchos niveles. España está un poco atrás con respecto a otros países. Es ridículo que Madrid no tenga un conservatorio superior de flamenco y Rotterdam sí. Por fortuna tenemos muchísima cultura propia. Habría que cuidarla, y no se hace.
–¿Cómo entiende la música?
–Como un medio artístico de expresión que te permite expresar cosas difícilmente manifestables a través de la palabra, porque el lenguaje categoriza en imágenes. La música instrumental te suelta en un vacío, donde eres libre de imaginar. Cada uno puede sentir diferentes emociones ante la misma escucha.
–¿Y el jazz?
–El oyente está acostumbrado a la contextualización que da la letra. A los niños pequeños les encanta cualquier cosa, disfrutan de la experiencia. Y eso lo perdemos. Los discos que hago con cantantes siempre gustan más, aunque sean menos laboriosos. Es un problema también de exposición, de lo que acostumbramos a la gente. No significa que la música más compleja sea mejor. Está muy bien leer Harry Potter, pero también está muy bien leer a Borges o a Cortázar, autores que exigen un poco más de atención. Para la mayoría del público la música es entretenimiento y no arte. La música que no hace bailar no suele interesar. Mi consejo es: siéntense, escuchen y aprendan a disfrutar.
–¿Su relación con el saxo?
–Empezó no demasiado temprano, a los 12 años. El saxo me gustó por el jazz. Estuve años tocando y tuve muchas dudas de qué hacer con mi vida. Es una relación muy intensa, que me ha dado mucha libertad personal. No hay mejor terapia que tocar el saxo. Es mi vida, siempre me acompaña. Y cuando no lo llevo colgando, me siento raro.