De la desolación al pleno
Crítica de clásica:. Obras de F. Schubert, J. Brahms y R. Schumann. Piano: Arcadi Volodos. Auditorio Nacional. Madrid, 24-IX-2015.
En apenas dos semanas, la Orquesta Nacional ha pasado por dos situaciones contrapuestas: un vacío desolador de la Sala Sinfónica del Auditorio en el atractivo programa que recuperaba obras del sevillano Manuel García (1775-1832) y un lleno entusiasta y hasta la bandera con una sesión que se cerraba, sí, con el «Requiem» de Mozart, pero que presentaba también inhabituales piezas de Haydn y Joseph Martin Kraus. Capitanearon las veladas dos grandes músicos, de la misma quinta generacional, el francés de 54 años Christophe Rousset (Aviñón, 1961) y el italiano de 50 Giovanni Antonini (Milán, 1965), clavecinista uno –el galo– y flautista el otro, devenidos ambos en directores de prestigio internacional a través de los conjuntos por ellos creados, Les Talent Lyriques en 1991 e Il Giardino Armonico en 1985. Rousset se ha convertido en un apóstol de la obra de Manuel del Pópulo Vicente García, el tenor preferido de Rossini, amigo de Da Ponte, empresario y compositor, fascinante personaje de vida aventurera y andadura profesional a uno y otro lado del Atlántico, al que glosaba en sus notas al programa Ramón Sobrino, responsable, además, de la edición de dos de las obras interpretadas, las Sinfonías Primera y Quinta. Se completaba el itinerario con la opereta en un acto «Quien porfía mucho gana», en edición de Juan de Udaeta, estupendamente cantada y narrada por Ainhoa Garmendia, Carol García, Gustavo di Gennaro y José Antonio López, este último «Germont» en uno de los repartos de «La Traviata» del Teatro Real, con voz segura y excelente dicción. Que con estos mimbres sólo se cubriera poco más de un tercio de sala es incomprensible.
Si la Nacional tocó con encomiable entusiasmo en esta sesión, similar nivel de excelencia sonora se logró con un Auditorio sin claros en el concierto de Antonini, cuya energía y vitalidad es firma de la casa. El público del viernes castigó a los intérpretes con un rosario interminable de toses, sobre todo en la Sinfonía «Lamentación» de Haydn, cuyo Adagio estuvo al borde la masacre expectorante. La «Sinfonía Fúnebre» de Kraus y el «Réquiem» mozartiano completaban un programa de «músicas elegíacas», como explicaba en sus documentadas y amenas notas Joseba Berrocal. Con formidable prestación del Coro Nacional, que dirige García Cañamero, y un magnífico cuarteto solista, encabezado por la siempre precisa soprano Roberta Invernizzi y completado por Vinyes Curtis, Davislim y Dekeyser, se optó en la obra de Mozart por la tradicional versión completada por Franz Xavier Süssmayr, prescindiendo Antonini de otras alternativas, como las propuestas de Freistädler o Eybler. Consiguió un éxito justo y rotundo, y además llenó.