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El efecto Taburete y otro éxitos del pop español

El grupo del hijo del ex tesorero del PP Luis Bárcenas apunta a fenómeno musical tras haber vendido en dos años 40.000 entradas con sólo dos discos publicados, siguiendo la estela de otros grupos españoles que, sin promoción ni discográfica, llenan grandes aforos.
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El grupo del hijo del ex tesorero del PP Luis Bárcenas apunta a fenómeno musical tras haber vendido en dos años 40.000 entradas con sólo dos discos publicados, siguiendo la estela de otros grupos españoles que, sin promoción ni discográfica, llenan grandes aforos.
Las cosas han cambiado: sin promoción al uso bastantes grupos españoles llenan hoy grandes aforos. Lo han hecho recientemente, sin sello alguno, bandas como Izal, Vetusta Morla o El Barrio y cada vez más artistas nacionales se atreven o están en condiciones de hacerlo, como Lori Meyers, Love Of Lesbian y Leiva, e incluso cantautores como Andrés Suárez y Vanesa Martín lo han conseguido, por no hablar de los consabidos Malú y Alejandro Sanz. El jueves se sumó a la lista Taburete, tras vender todas las entradas de su concierto en el WiZink Center, que es como se llama ahora el Palacio de los Deportes de Madrid, con capacidad para 14.000 espectadores. Pero no nos engañemos, no estaríamos hablando de ellos si su cantante no se llamase Guillermo Bárcenas, hijo de Luis Bárcenas, extesorero del Partido Popular. Y aún más si resulta que junto a él está de guitarrista Antón Carreño, nieto de Gerardo Díaz Ferrán. Pesan los apellidos, pero ¿cuánto?
A pesar de las entradas vendidas y del creciente número de fans, Bárcenas reconoce que no se ha visto liberado de la condición de «hijo de» hasta que el grupo ha conseguido salir fuera a dar una breve gira por México, donde al fin se sintieron «liberados» de los comentarios. «Nos trataron fenomenal. Ellos ven un buen grupo de música y nada más, sin prejuicios. Aquí todas las críticas van condicionadas por cosas que no tienen nada que ver con la música», dice sobre el mediático caso de su padre. Siguen sin librarse de la losa genealógica, en cada entrevista. Según reconocen, en su éxito «ha habido suerte y trabajo también». Parece improbable que un apellido venda entradas, o que alguien pague para tragarse dos horas de concierto sólo por ese morbo infantil, eso ya lo ponemos la prensa. Con apenas dos discos, «Tres tequilas» (2015) y «Dr. Charas» (2016), el grupo ha vendido en España 40.000 tickets y la gira en la que están inmersos les llevará por diez ciudades: Oviedo (23 de marzo, 24 agotadas), Murcia (30, agotadas) Alicante (31), Valencia (1 abril), Las Palmas (14), Coruña (22), Valladolid (27 hay entradas, 28 agotadas) y Toledo (6). Sin embargo, Taburete no tienen tirón en ningún lugar como en la capital. Que cada uno saque sus conclusiones sociológicas, pero basta un vistazo a la concurrencia a sus conciertos en Madrid para darse cuenta de que sus fans no son exactamente del tipo suburbial. Otra percepción de brocha gorda con respecto a su público, y que nos perdonen por hacer distingos, es que están llenos de chicas. Ellos mismos calculan que un 80 por ciento de sus fans son féminas entre 16 y 26 años, lo cual, que conste, es fenomenal. «No me preocupa que digan que somos una banda para chicas porque no hago música para chicas. Compongo con la idea de que le gusten a la mayor parte de la gente», declaraba Bárcenas a la agencia Efe esta semana.
Juzgar por su público
¿Y a qué suenan Taburete? La banda integrada por, además de los citados, Guillermo Gracia Carrión (guitarra eléctrica), Antonio de la Fuente (guitarra rítmica) y Manuel Hevia (percusión), tiene un estilo de rock con alma charanguera que está, desde luego, más cerca de El Barrio que del «indie» de moda. Interpretan canciones folk-rock con toques de ranchera o trompetas que ellos llaman «tarantinianas». Y si los Hombres G le dedicaban un tema a Venecia, pues ellos a Kaiserlautern. En el fondo, igual que los de David Summers, Taburete hacen una versión festiva e inofensiva de pop con un tono desenfadado, con el único objetivo que «hacer que la gente se desinhiba y lo pase bien», reconocen. No han inventado nada ni hacen letras sociales contra la desigualdad, pero al fin y al cabo ¿quién lo hace hoy en la música española? En todo caso, de lo que no se han librado ni se librarán es de la etiqueta de «grupo para pijos», igual que acarrean las suyas todo tipo de bandas por culpa de una costumbre de clasificar artistas que se da específicamente en la música. Pero es que mira que nos gustan estas polémicas en España: ¿Tiene algún sentido reprocharle a Guillermo los manejos de su padre? ¿Ser un niño bien le inhabilita para hacer música? En todo caso, a Bárcenas (a los dos, pero en este caso, al hijo) habrá que juzgarle por sus canciones. Y ahí hay suficiente tela que cortar, si es que no les han escuchado. Pero no resulta justo hacerlo por su público, porque esa forma de esnobismo cultural termina por generar arrepentimientos. Algo así como juzgar a Lorca por los lorquianos, que son unos plastas. A Nacha Pop –salvando las enormes distancias– se les incluía en el grupo de los «babosos», junto a Los Secretos, por ejemplo, en tiempos de la Movida. Hoy, con otra perspectiva, a nadie se le ocurriría decir eso del grupo de Antonio Vega, aunque hay quien carga epítetos similares contra Vetusta Morla o Love of Lesbian. El problema, en España, claramente lo tenemos con el éxito y de esas críticas tampoco se han librado grupos que antes que ellos han llenado el mismo recinto de chavales de clase obrera. Eso sí, ayudaría mucho a Taburete que el ex tesorero popular no se dejara ver por sus conciertos, al contrario de lo que ocurrió el pasado jueves.
El morbo
Sin embargo, en torno a Taburete el morbo está servido: hay leyendas de todo tipo. Que a Willy le tiraban sobres por la calle, que alguno se presentó en un concierto con una bandera de Suiza con la leyenda «Luis, sé fuerte», que los ayuntamientos –de cualquier signo político– no les quieren contratar... En Twitter decían que sus mejores canciones «están en la cara B», como en la caja del PP. Alguno, incluso, pedía la excarcelación del padre a condición de la prisión incondicional del hijo. Sin embargo, en el grupo tienen una obsesión por encima de todas: «Estoy seguro de que vamos a conseguir que nos juzguen por nosotros mismos», declaraba a este periódico hace menos de un año. «Hace tres –recuerdan–, dábamos conciertos en terrazas ante 30 personas». Después pasaron a salas pequeñas, luego con dos Rivieras seguidas el pasado verano, y el gran salto: el San Jordi Club de Barcelona y el WiZink Center de Madrid. No hay campaña de marketing segmentado explicada con muchos términos anglosajones que consiga eso. Que se lo pregunten a las discográficas. «Hablar de consolidación en tan poco tiempo es pronto, pero soy optimista y sí creo que esto es el inicio de algo muy grande», asegura Bárcenas. Y puede que tenga razón, pero es prudente: «Ahora todo es maravilloso y los conciertos se venden solos, pero sabemos que eso no va a mantenerse siempre; aún así, tengo mucha fe en las canciones que están por venir». Y en eso es en lo que deberíamos centrarnos y dejar los apellidos.