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Jansons vuelve a hacer pleno

Crítica de clásica / Concierto de Año Nuevo. Obras de Johann (padre e hijo), Josef y Eduard Strauss; Hellmesberg; Ziehrer y Waldteufel. Orquesta Filarmónica de Viena. Niños Cantores de Viena. Director: Mariss Jansons. Musikverein de Viena, 1-I-2016.
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Toda orquesta mejora con un gran director. Esta regla se aplica incluso a una formación de la categoría de la Filarmónica de Viena cuando tiene en su podio a un maestro como Mariss Jansons (Riga, 1943). Y es que el músico letón ha vuelto a hacerlo, como ya ocurriera en 2006 y 2012 –sus actuaciones previas en el «Concierto de Año Nuevo»–, confiriendo un nivel altísimo a la manifestación musical más difundida en el mundo. Jansons, claro, estuvo magnífico, excelso incluso en ciertos pasajes del programa, pero los profesores vieneses elevaron también su habitual nivel de excelencia para cuajar una sesión en conjunto memorable.
Ya desde que Jansons abordó con suavidad aterciopelada –y «rubato» elegantísimo– el ritmo ternario del «Vals del tesoro» de Johann Strauss fue evidente que había un «algo más» en la interpretación de músicas que la Filarmónica puede tocar a ojos cerrados y hasta a veces con rutina «de luxe». El vals de Carl Michael Ziehrer «Muchachas de Viena» subió el listón hasta lo más alto, y fue uno de los puntos de referencia de la velada. Ziehrer (1843-1922) fue uno de los principales competidores –sin especial éxito– de la familia Strauss en el mundo de la danza, y algunas de sus obras viven en un injusto limbo sonoro; Jansons, como ya había hecho en 2012 con «Ciudadanos de Viena», otro Vals de Ziehrer, rescató de los archivos este tan hermoso «Weana Mädl» –genuino argot–, cuya segunda sección, maravillosamente acompañada al arpa por Anneleen Lenaerts, fue exquisitamente silbada por la orquesta y el propio director: un momento irrepetible. Como Karajan o Carlos Kleiber, el de Riga es un devoto admirador del hermano menor de Johann, Josef Strauss, de corta vida (42 años) y talento enorme. En sus tres «Años Nuevos», Jansons ha programado nueve obras del músico, y para este 2016 se reservó una de sus grandes páginas, el vals «Música de las esferas», del que se han oído señeras versiones en estos primeros de año, a las que hay que añadir la de esta edición, con su introducción de gran poema sinfónico y su onírico discurrir. El interludio de la «Princesa Ninetta», opereta de Johann, fue otro ejemplo de sutileza y fraseo inolvidables.
w un marcapasos musical
Como en 2012, Jansons volvió a recabar el concurso de los Niños Cantores de Viena para obras de los dos hermanos, y tanto en piezas cortas, como la polka «Sin control» del tercer Strauss, Eduard, «A la caza» de Johann o el inefable «Galop del suspiro» del fundador de la dinastía, Johann padre, como en los dos grandes valses de Johann hijo, «Emperador» y «Danubio azul», el director hizo gala de algo que es marchamo de su estilo: esa especie de regulador musical que parece llevar dentro –como el marcapasos que le acompaña desde 1996–, que le permite pasar en segundos de la energía más titánica a la delicadeza más íntima, siempre apoyadas por sus gestos hiper-expresivos y su incuestionable capacidad de comunicación, que termina convirtiendo en complicidad. El «Kaiser-Walzer» fue óptimo, pero el «Danubio» se convirtió en una experiencia musical de primer orden.
A la Filarmónica de Viena le aguarda a la vuelta de la esquina –o sea, en 2017– el venezolano Gustavo Dudamel, que en esas calendas tendrá 35 años y será el músico más joven que haya comandado el «Neujahrskonzert»: de él se espera vehemencia, simpatía y fuerza, pero no será fácil escucharle un «Danubio Azul» como el que hemos disfrutado esta edición. Jansons ha marcado una de las cotas de un itinerario con 75 años a las espaldas, en la que seguramente ha sido la mejor de sus tres intervenciones. Hizo «pleno al 15», que diría un quinielista, y dejó el travesaño a un nivel de campeonato.