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La Fura vuelve al lugar del crimen

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La Fura dels Baus representa «Orfeo y Eurídice» en el Festival de Música y Danza de Granada

Festival de Música y Danza de Granada

«Orfeo y Eurídice», de Gluck.

Intérpretes: Ana Ibarra, Maite Alberola, Marta Ubieta. Orquesta bandArt. Coro intermezzo.

Dtor. musical: Gordan Nikolic.

Dtor. escena: Carlus Padrissa.

Lugar: Palacio de Carlos V, Granada.

El 23 de junio de 1996, en la Plaza de las Pasiegas y delante de la Catedral, La Fura dels Baus entró en el mundo de la lírica y de la ópera de la mano del entonces director del Festival de Granada, Alfredo Aracil, con un montaje de «La Atlántida» de Falla, que fue el punto de referencia de aquel festival y de los siguientes. Carlus Padrissa, que es hombre agradecido, no se ha cansado de recordarlo estos días en Granada. A partir de «Atlántida», La Fura entró en una dinámica que los llevó a Salzburgo con «La condenación de Fausto», de Berlioz, que acaso ha tenido cima en «El Anillo del Nibelungo» del Palau de Les Arts de Valencia y que ha llegado hasta el «Tannhäuser» de la Scala. A toda esta nómina se ha unido Diego Martínez, actual director de la muestra, un hombre capaz de no bajar la calidad con un 30% menos de presupuesto y hasta de aumentar la duración del ciclo, que ha conseguido que La Fura volviera al «lugar del crimen», o sea, a la Granada donde empezó todo.

La empresa, a primera vista fuera de las coordenadas del equipo catalán, ha sido el «Orfeo y Eurídice», de Gluck, en su versión original vienesa de 1762. El protagonismo absoluto de la visión de Padrissa corresponde, aún más que al/la omnipresente protagonista, a la orquesta, a la que el dramaturgo denomina «lira gigante formada por 40 músicos»: los miembros de BandArt, la hiper-dúctil formación creada por la flautista Julia Gállego y el violinista Gordan Nicolic, están desde el inicio de la obra sobre el escenario: rodean a Orfeo convertidos en las Furias infernales y le amenazan con sus instrumentos, bailan, brincan y corren guiando a los personajes, se hacen parte del coro cuando es preciso, y terminan por ser el motor de la representación, todo ello sin apenas pérdida de virtuosismo en la ejecución. No menor en su capacidad motriz es el estupendo Coro Intermezzo, que puede llevar en procesión el túmulo de Eurídice por los arcos del palacio de Carlos V, retorcerse como criaturas del averno o ser danzante gremio pastoril al término de la obra. Y esto dentro de las siempre espectaculares proyecciones de La Fura y de sus juegos de policromía lumínica.

Admirables fueron las cantantes, empezando por la alada Marta Ubieta, que sobrevoló a los espectadores a grúa anclada, Maite Alberola conmovedora en su amargo lamento, y desde luego Ana Ibarra, formidable, incansable Orfeo, no travestido, sino rotundamente femenino, que lucha desgarradamente por su amor. El espectáculo fue extraordinario, de principio a fin, y acaso marca, 17 años después, no sólo retorno, sino principio de colaboración más frecuente entre Granada y La Fura.