Los Enemigos, canciones de aquí y de ahora
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Desde su fundación, a mediados de los ochenta, en Madrid, el rock de Los Enemigos se reconoce al instante. La fuerte personalidad de sus canciones no reside sólo en el sello de la voz de Josele Santiago, sino que el estilo castizo impregna el sonido de Fino Oyonarte (bajo), Chema «Animal» Pérez (batería) y Manolo Benítez (guitarra). Tras una década separados, el cuarteto regresó en 2012 y la respuesta fue abrumadora: lejos de ser olvidados, a Los Enemigos les estaban esperando, «aunque algunos se abrochen el cinturón con dos agujeros más», y tras varios meses de gira han dejado constancia de que tienen ganas de empezar una etapa nueva en la historia del grupo como es debido, con material nuevo que está entre lo mejor de su carrera sin duda. El rock de Los Enemigos se palpa, está lleno de ironía a la manera de su logo, la raspa de pescado, o la imagen de la portada del último trabajo, «Vida inteligente»: una llave inglesa. Ambos son objetos cotidianos, que se identifican a la primera pero tienen muchos referentes si queremos leer un mensaje oculto. La raspa es ese antipático desperdicio al que aún le queda una última vida, hecho un caldo, ese alimento para el pobre, las malditas espinas de las que aún se saca jugo además de pinchazos. Y la llave inglesa en la era del iPhone es la herramienta del obrero, el arma contundente, la metáfora de la ausencia de «vida inteligente». La inteligencia es otro concepto afilado: está el que es listo y que lo es demasiado (el caradura) y el que cree serlo pero no pasa de borrego que palpa la pantalla de cristal de su teléfono compulsivamente. Menos tonterías y más contenido, como el que se extrae de los 14 cortes del disco, que lleva un mes en la calle y que funciona como una palanca: sirve igual para abrir una puerta que para darte un golpe en la cabeza. La banda ya ha anunciado las primeras fechas de una gira en 2015, que les lleva a León (27 de febrero), Bilbao (6 de marzo), Vitoria (7 de marzo), Barcelona (20 de marzo), Zaragoza (21 de marzo) y Madrid (17 de abril).
Estilo de vida
«Al volver, al cabo de diez años, me he encontrado con otro Fino, otro Chema, otro Manolo... gente más tranquila y mejores músicos –dice Santiago–. El estilo de vida ha cambiado y eso ayuda. Antes estábamos todo el día en la calle y yo me noto más tranquilo de esta manera, mucho más. Supongo que es bueno para escribir», señala el cantante, que en los últimos años desarrolló una carrera más que notable en solitario, y en la que su forma de escritura mejoró exponencialmente. «La verdad es que lo que nos ocurrió no fue que estuviéramos enfadados unos con otros, sino que nos cansamos de estar juntos después de 17 años. Lo dejamos justo antes de empezar a tocar automáticamente, sin sentirlo», dice Fino Oyonarte. «Necesitábamos que nos diera el aire», apunta Pérez «...y nos ha dado bastante el aire, ya ves», remata Santiago. «Esta etapa está siendo tan emotiva e intensa desde un punto de vista artístico que lo estamos disfrutando enormemente sin necesidad de ningún aditivo», bromea el cantante. Reconocen que existió algún miedo acerca de volver a tocar y que no asistiese nadie. «Y cuando ves que no, te das cuenta de que no estabas tan zumbado antes. Que hacías algo que tenía un sentido para mucha gente. Y eso anima mucho». «No nos podíamos imaginar nada de lo que ha ocurrido. Y eso que teníamos cierta ansiedad, porque hay una avalancha de grupos haciendo canciones y hacer una carrera se ha vuelto más complicado que nunca. Es más fácil acceder a gente pero más complicado lograr seguidores», dice Oyonarte.
Hay un tópico cuando se habla de Los Enemigos: el casticismo. «No nos molesta, al contrario, creo que nos caracteriza incluso. Cuando empezamos, en la ‘‘prehistoria enemiga’’, era nuestra seña de identidad más reconocible. En la Malasaña de mediados los ochenta, nuestros contemporáneos, excepto Los Ronaldos y Burning, cantaban todos en inglés.Y eran bastante estilosos vistiendo todo esto, con unos flequillos del carajo... y nosotros andábamos contando historias más de aquí. Sobre todo en cuanto a las letras. El rock & roll, entonces, no estaba globalizado. Cada uno lo hacía a su manera y a nosotros nos distinguía el discurso más castizo, sobre cosas que podías tocar. Y eso ha estado siempre ahí. Siempre me ha gustado el flamenco y las jotas porque pienso que las letras tienen fuerza, son potentes y personales, parece que el que las canta es algo que ha vivido. Las líricias populares tienen energía y eso lo quería llevar al rock porque lleva los temas a un lugar muy potente». Con lo que no están tan de acuerdo es con el asunto del relevo del rock nacional. «Nosotros no tomamos el testigo de nadie y tampoco lo dimos o no lo quisieron coger», dice Benítez. «Me parece que no es una cosa de relevos. Puede que le gustemos a algún grupo joven o les hayamos ayudado a decidirse, pero eso del rock madrileño es una pamplina, hombre. Cada uno tiene que tener su personalidad, o si no, no durará un carajo. No puedes salir a imitar o a tomar el testigo, sino a enseñar lo que tienes dentro», dice Santiago.
Reflejar la realidad
Si su canción más popular, «Desde el jergón», habla sobre un preso en la cárcel, no podían faltar canciones en este disco con tema social. «Lo hay, indudablemente –dice Josele Santiago, autor de las letras–. No sé si es que el tiempo se presta o que estamos más dispuestos, pero no lo hacemos para despertar a nadie ni para inflamar. El rock no tiene esa finalidad. Trato solamente de reflejar, que es diferente. Si reflejas cierta realidad, la denuncia está implícita. Lo otro es un panfleto». Por eso, en el disco se cuela un documento contra la avaricia y la estafa que fueron las preferentes en «Firme aquí». «Esa canción no tiene dobles lecturas. Trata de eso. Pero es que hay cosas que me preocupan, como que me doy cuenta cada día de que me han engañado en otra cosa distinta. Y me preocupoa perder la esperanza, sí me prepocupa. No quiero que llegue, pero es evidente que cada día que pasa es algo más y te vas acostumbrando al guiñol. Desde hace cinco años salen a la luz cosas que no entiendes cómo no hay más gente en la cárcel». En el jergón, precisamente.