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Los melenudos y la cátedra

larazon

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La llegada de los británicos y la enseñanza del inglés desde la ley de 1970 cambiaron drásticamente el panorama musical en la nueva España.
Cuando The Beatles tocaron en España, la gente de mi generación rondaba los cinco años; por tanto, se puede afirmar sin mucho riesgo que apenas debimos enterarnos de ese suceso. Pero esa simple anécdota musical iba a tener en nuestras vidas una presencia mucho más inesperada de lo previsto. Como sucede muchas veces en procesos así, lo más interesante no es la propia efeméride, sino rastrear en retrospectiva los hechos aparentemente inconexos que, adecuadamente relacionados, explican la importancia de unas fechas y toda su época. En 1965 pasan dos cosas importantes para esta historia: de un lado, The Beatles hacen dos breves «sets» en Madrid y Barcelona en plazas de toros, un asunto importante. Van a verlos entre las dos capitales unas 18.000 personas, lo cual no es mucho para su fama, pero bastante para la España de entonces. El segundo hecho de ese año, aparentemente ajeno al otro, es mucho menos famoso y puramente burocrático. Corresponde a un especialista en Derecho Administrativo llamado José María Villar Palasí, que gana su cátedra en competencia con otro nombre insigne, García Trevijano. El ascenso de Villar Palasí será determinante en la medida en que, cinco años después, propondrá con éxito su Ley General de Educación de 1970. Esa ley estableció la Enseñanza obligatoria hasta los 14 años, creó la EGB y duró veinte años, cubriendo toda la Transición hasta que fue derogada en 1990. Junto a la ley Moyano de 1857 sigue siendo la disposición en materia educativa de más largo alcance de nuestra historia constitucional. La EGB disponía en su temario la obligación de impartir clases de una lengua extranjera. Hasta la fecha, cuando se arbitraba la enseñanza de una segunda lengua, el idioma elegido solía ser el francés. Pero, a partir de la implantación de la EGB pasó a ser el inglés y el efecto se notaría en los siguientes años.
Debido a ello, los nacidos en 1961, a medida que crecíamos, solíamos detectar una diferencia extrañamente grande entre nosotros y nuestros más inmediatos precedentes contemporáneos. Cuando hablábamos con los nacidos en 1960 o 1959, comprobábamos que barajaban unas influencias, unos códigos, unos guiños, diferentes a los nuestros. En el aspecto musical, solían tener una influencia profunda de la «chanson» francesa. La admiración por Jacques Brel, Brassens, Moustaki, Juliette Greco, Aznavour o Gilbert Becaud era moneda corriente entre ellos. Nosotros, en cambio, teníamos un conocimiento apenas episódico de esos nombres y en pocos años los sustituiríamos por Beatles, Rolling Stones, Pink Floyd, The Who, Lou Reed y Led Zeppelin. La posibilidad de acceder a unas traducciones de las letras mínimamente comprensibles ayudaba al cambio. Por esa época, la música popular era un elemento de cohesión entre los jóvenes mucho más omnipotente que en la actualidad. Cine, deporte y canciones eran la triada de elementos socializadores entre la juventud. Ninguno de los tres tenía todavía que competir con videojuegos, Facebook, chats y redes sociales digitales. De ahí la importancia de ese cambio de segunda lengua destinada a abrirse al mundo exterior. El franquismo había conseguido parar bastante bien en 1954 la primera embestida del rock’n’roll. Pudo despreocuparse gracias a una ignorancia general del idioma inglés que presentaba a Elvis ante la juventud como una figura interesante pero lejana e indescifrable. La segunda oleada de 1965, encarnada en el flequillo de The Beatles, ya sería imposible detenerla debido principalmente a ese cambio lingüístico de la Educación General Básica.
Es interesante comprobar cómo esos conciertos de 1965 fueron en principio recibidos aquí con la misma expectación que su fama provocaba en todo lugar. Pero luego el público español parecía más interesado en saber si Lennon se había comprado una guitarra flamenca o lucido sombrero cordobés que en acudir a escuchar su música. De hecho, las cifras de entradas vendidas no son muy mareantes, como si sólo se hubiera acercado a verlos la élite moderna de inquietos que se interesaban por las novedades extranjeras.
El rock llega al extrarradio
En Madrid está datado que acudieron cinco mil personas. Y en mi Barcelona natal, la patria de la exageración (tan aficionada a inflar las cifras de las convocatorias públicas), se afirma sin empacho que fueron a verlos 24.000 personas. Lo cual sería maravilloso salvo por un detalle que lo hace imposible: el aforo del local no superaba la posibilidad de quince mil localidades. Tan sólo una década después, con seis años ya de puesta en marcha de la EGB, esa inquietud del público se había extendido hasta los extrarradios de clase media y la visita de los Rolling Stones a la Monumental barcelonesa en 1976 se barajaba ya en olor de multitudes. Los datos facilitados por el organizador Gay Mercader son de primera mano: se pusieron a la venta once mil entradas y se deseaba haber puesto dieciocho mil, pero se descartó por razones de seguridad. En pocos años meterían más de 70.000 personas juntando sus conciertos madrileños.
¿Hubiera podido preveer algo de todo eso el catedrático Villar Palasí? Seguro que no. ¿Hubiéramos podido siquiera imaginarlo los chavales que en ese 1965 contábamos cuatro o cinco años? Aún menos. Pero sí es cierto que en las fotos de esos flequillos sonrientes, con su imagen envuelta siempre en melodías irresistibles que se contaba que fabricaban ellos mismos, viajaba una nueva manera de pensar. Una manera de pensar que nos decía que un hijo de obrero también podía convertirse en aristócrata, aunque fuera del arte y la estética. Los músicos de rock, los fotógrafos, las modelos y los diseñadores podían sustituir a los actores de cine con un relato más complejo, que tocaba más de cerca nuestra realidad de todos los días. Nos fuimos empapando de esa historia durante los siguientes años, pero, sin duda, el momento fundacional de ese mito se dio aquí en el 65. Y fascina pensar que se debió a la conjunción ignorada (hasta para ellos mismos) de cuatro tipos de Liverpool con un español intelectualmente inquieto que ganó una cátedra.

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