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“Rigoletto”, o la revolución del amor que ilumina la oscuridad

El Teatro Real cierra el año con la emblemática obra de Verdi, con una nueva producción dirigida por Miguel del Arco, con Nicola Luisotti en la dirección musical y un elenco de lujo encabezado por Ludovic Tézier, Javier Camarena y Adela Zaharia
Javier Camarena durante la representación de «Rigoletto», que cuenta con montaje de Miguel del Arco
Una imagen de “Rigoletto”, en el Teatro RealJavier del Real

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Hacia 1850, Verdi escalaba hacia la cumbre de su carrera y, aunque ya era aclamado y tarareado en calles y tabernas, aún no era el compositor más grande de su tiempo. Buscaba temas para sus óperas en los grandes dramaturgos, pero su mayor obsesión era Shakespeare, a quien había versionado en “Macbeth”, y de quien quiso adaptar “El rey Lear” a la ópera italiana, un proyecto fracasado, pero cuya frustración permitió la escritura de “Rigoletto”, al que llegó gracias al libretista Francesco Maria Piave, que estaba adaptando “Le rois’amuse” (El rey se divierte), de Victor Hugo. Verdi escribió “Rigoletto” con casi 40 años, y era la sexta ópera que creaba junto al libretista. Lo que atrajo al tándem Verdi-Piave de la obra de Hugo fue su fuerte mensaje anti-absolutista, una denuncia del poder arbitrario que aplasta a los más desfavorecidos, les interesó, sobre todo, la figura del bufón de la corte, un tullido que, humillado por el rey, decide jurar venganza sin darse cuenta de que no tiene nada que hacer contra el aparato del poder y contra los que lo humillan. Su fracaso se traduce en uno de los finales más patéticos de la historia de la ópera. Esta denuncia trajo no pocos problemas con la censura, que la calificó de “repugnante inmoralidad”, puesto que la obra de Hugo –que sólo se hizo una vez- presentaba una concepción inmoral de la monarquía: el protagonista era un rey francés libertino, lujurioso y sin escrúpulos; probablemente inspirado en Francisco I, que la censura obligó a convertir en un duque de Mantua. Así, el protagonista original, el deforme Triboulet, acabó siendo el bufón Rigoletto.
La obra iba a llamarse “La maledizione”, pero tres meses antes del estreno llegó de nuevo la censura. Después de varios cambios y alguna negociación, finalmente fue estrenada en La Fenice de Venecia, en 1851 con un triunfo completo y el aria del duque, "La donna è mobile", cantaba por las calles al día siguiente. En el Teatro Real se estrenó el 18 de octubre de 1853 y es una de las piezas más queridas y representas de toda su historia. Esta nueva producción, en coproducción con la ABAO Bilbao Ópera y el Teatro de la Maestranza de Sevilla, cuenta con la dirección escénica de Miguel del Arco y Nicola Luisotti en la musical, secundado por Christoph Koncz, que dirigirá cuatro funciones. Del 2 de diciembre al 2 de enero ofrecerá 22 funciones con tres repartos que darán vida al quinteto protagonista: los barítonos Ludovic Tézier, Étienne Dupuis y Quinn Kelsey (Rigoletto), los tenores Javier Camarena, Xabier Anduaga y John Osborn (Duque de Mantua), las sopranos Adela Zaharia, JulieFuchs y Ruth Iniesta (Gilda), los bajos SimonLim, Peixin Chen y Gianluca Buratto (Sparafucile) y las mezzosopranos Marina Viotti, Ramona Zaharia y Martina Belli (Maddalena). En la dramaturgia participan, además, un conjunto de 15 bailarinas con coreografía de Luz Arcas.
“Rigoletto” es una trágica historia llena de claroscuros, con un personaje digno de Shakespeare, un retrato de las luchas de poder, la depravación y la crueldad de una sociedad corrupta y degenerada, en cuya mascarada participamos todos. Su trama se centra en la maldición que lanza el Conde de Monterone a Rigoletto por burlarse de la deshonra de su hija. Esta premonición -cuyo tema, la “maledizione”, late del principio al final de la ópera- será el tormento del bufón y el preludio de su desgracia: su hija, la inocente Gilda, que él aísla y protege, será seducida por las artes amatorias de su amo, el libertino Duque de Mantua, y raptada por los cortesanos, muriendo por amor, en una maquinación fatídica que él mismo engendró. Verdi convierte al bufón jorobado en un ser escindido entre su odio hacia un poder corrupto y el enfermizo amor por una hija que caerá víctima de sus propias conspiraciones. Verdi eligió el libreto precisamente por lo que la censura quería evitar -violación, prostitución, un rey mujeriego…-, para criticar el poder ejercido de forma abusiva y poner de manifiesto que el único pensamiento de los poderosos es el sexo y están dispuestos a todo por conseguirlo. Se escribió en tres semanas y fue orquestado en seis días. Sus personajes son perversos, Rigoletto tiene la actitud protectora del padre, totalmente enamorado de su hija, lo único que tiene en el mundo y la esconde a todas las miradas. ¿Cómo es posible que de un cuerpo tan deforme saliera una niña tan bella? Gilda es una niña nacida en el fango, representa la belleza de la vida, una flor que se hunde en la basura. No es “la maledizione”, sino la sociedad enferma quien la mata. Rigoletto no sólo es deforme físicamente, también lo es en su mente, en su alma.
Pero para Miguel del Arco, Gilda no es la niña a la que estamos acostumbrados, es una mujer joven dentro de una camisa de fuerza. “En casi todas las producciones vemos a una mujer infantilizada, casi cursi, con una sumisión absoluta a su padre y a lo que le sucede, pero nosotros no planteamos esto –explica el director-, Gilda está escondida, pero es una mujer hermosa, joven, plena y sexi, que bulle, que toma decisiones, que vive su encierro de manera muy particular”. Para el director, “Rigoletto quiere conservar lo único que le ata a un ser, está asustado, teme ferozmente que hagan a su hija lo que él está haciendo con las hijas de otros. Está empezando a convertirse en un psicópata que no asume –o no quiere asumir- ninguna responsabilidad y afirma que toda la culpa es de los demás. Se dice que es un buen padre, pero para mí no lo es porque no hay bondad, solo quiere que lo quieran, él no sabe querer. Si yo soy inicuo –dice- es porque me habéis hecho así, porque soy deforme y os reís de mí, porque me obligáis a hacer lo que no quiero”. Y apostilla Del Arco, “la diferencia o la piedra de toque en esta producción es el personaje de Gilda, que se inmola por un tipo que no lo merece. ¿Por qué? –se pregunta-, porque elige el amor y ese sacrificio la pone a la altura de Antígona, ella elige el amor y éste, en un mundo depravado, es un hecho revolucionario, un acto político en toda regla porque se niega a seguir contribuyendo a todo ese horror. Dice conscientemente, “sé que me ha traicionado y, aun así, doy mi vida por él” y para mí ese acto es absolutamente revolucionario y si tenemos alguna compasión con Rigoletto es únicamente porque nuestro corazón está con Gilda. Cómo no sentir compasión por un padre que aúlla como Lear asido al cadáver de su joven hija”, declara Del Arco.
Para el director de escena, en “Rigoletto” se junta un libreto magnífico, de una fortaleza dramática a la altura del mejor Shakespeare, y una música perfecta. “Yo he intentado una mirada contemporánea, que no son esos “aggiornamentos” un poco forzados que vemos, sino simplemente interpelar al ciudadano del siglo XXI con cosas que están ahí en el libreto, es decir, sin forzar en absoluto”. Su dramaturgia, un descorazonador retrato de nuestra sociedad actual, complaciente con las actitudes más espurias y crueles, “comienza con esa primera fiesta como si fuera un “Bunga Bunga party" de Berlusconi, donde el duque tiene toda la corte llena de mujeres a su disposición porque puede pagarlas, ejerce el abuso de poder utilizando a la mujer como peldaño para machacar a otros hombres, es decir, violar a una mujer para fastidiar al enemigo, no es una broma, no es un juego, es un abuso deleznable” afirma Del Arco. Para Joan Matabosch, director artístico del Real, “la pretensión es que “Rigoletto” sea igual de potente y de incómoda para los espectadores de aquella época como para los actuales”. Para él, “eso es respetar el legado de Verdi: mostrar que su obra nos sigue interrogando, expresando, golpeando y, quizás incluso, indignando”, concluye.
Cuando a Miguel del Arco le preguntaron si iba a hacer una visión feminista de la obra, tuvo clara su respuesta. “Nuestra lectura de Gilda no es hacer una obra feminista, su sacrificio para mí ya lo es en sí mismo sin pretenderlo, hay un feminismo implícito “avant la lettre”, antes que existiera esa palabra, que se realza por el contexto. Gilda está reivindicando la igualdad y una manera diferente y nueva de ver al mundo y cambiar y transformar la deformidad de la mirada que tienen todos a su alrededor. En una obra tan oscura, con un coro de voces exclusivamente masculinas, aparece ese destello de luz que es Gilda para iluminar, ella tiene algo interno natural, que no es la ley de la selva ni del más fuerte, sabe diferenciar entre lo que está bien y mal y elige el amor, la bondad y la compasión, que son fuerzas realmente revolucionarias. Gilda es la única persona que transforma y no deforma, ese es su verdadero feminismo”, afirma.